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En efecto, Aurangzeb, musulmán ortodoxo y sunnita fanático, queriendo convertir la India al islamismo, apartó en todo lo posible a los señores hindúes y a los musulmanes chiítas de los cargos y los empleos, para sustituirlos por sunnitas; persiguió a los hinduistas, cobrando de ellos un impuesto especial, transformando sus templos en mezquitas, martirizando a sus sacerdotes. Con esta actitud había dado lugar a una violenta reacción india contra el elemento mogol. Después de su muerte, acaecida en 1707, la autoridad de los emperadores mogoles se redujo muy pronto a la nada. El Imperio subsistió sólo de nombre, los principales señores siguieron ostentando títulos de funcionarios y se declararon vasallos del gran mogol; pero, de hecho, pasaron a ser independientes. Los nómadas pudieron volver y, en rápidas correrías, destrozar las fuerzas indias antes de que hubieran florecido, y los europeos se aprovecharon de las divisiones para empezar la conquista de la India. La etapa comprendida entre la desaparición de Aurangzeb y el final de la Guerra de los Siete Años, en 1763, se caracterizó por la decadencia del predominio musulmán en la India y por el surgimiento de reinos regionales independientes, que no prestaban más que una simbólica fidelidad a los debilitados descendientes de los grandes mogoles de Delhi, y por la intervención de potencias extranjeras.

Entre las causas que se han atribuido a la decadencia del Imperio mogol se señala la incapacidad dinástica, las guerras de sucesión -al no existir una norma sucesoria definida- y la decrepitud moral de la dinastía en el siglo XVIII, en gran contraste con el vigor de los grandes gobernantes de los siglos anteriores. Por otra parte, las guerras de Aurangzeb provocaron las dificultades militares y financieras por las que atravesaba el Imperio. A estas dificultades se añadieron las luchas de las facciones que deseaban apoderarse de los cargos del Estado y, a través de ellos, de la dirección del Imperio. Al cabo de una generación, el poder político pasó de Delhi a los reinos regionales, hechos que coadyuvaron en gran medida a la debilidad del Imperio fueron las invasiones extranjeras. El Imperio había aplastado a los sikh en 1716, pero se encontró impotente ante el ataque de los maratos. En 1738 los maratos saquearon los suburbios de Delhi y dictaron una paz que dividió las dos mitades del Imperio y todos los territorios situados al oeste del Indo pasaron a formar parte de Persia. La segunda invasión la protagonizaron los afganos, bajo el mando de Ahmad Khan Abdali, quien realizó varias incursiones hasta que en 1757 logró saquear Delhi y apoderarse en los años siguientes de gran parte del Punjab. La consecuencia inmediata de la debilidad del Imperio mogol fue, precisamente, el fortalecimiento de los poderes regionales.

La historia política de la India en el siglo XVIII se caracterizó, pues, por la pérdida por parte de los mogoles del control de su vasto Imperio, el resurgimiento de los reinos regionales y la intervención de potencias extranjeras. Con la desaparición del poder efectivo de los mogoles no se debilitó la autoridad del emperador y la conciencia de la hegemonía mogol en toda la India fue un factor que influyó en la expansión inglesa, ya que los ingleses se sirvieron de los restos de los antiguos sistemas de control, en particular del aparato fiscal, como bases, o al menos como líneas directrices, para la construcción de una nueva estructura estatal. Pero aunque se dé importancia a los nuevos elementos aparecidos en el siglo XVIII, debe reconocerse el carácter de naturalidad con que se produjo el resurgimiento de los estados regionales. El sistema de varios reinos regionales fue la forma característica de la organización política india. El hecho de que la vuelta al sistema de estados regionales, después de producirse el fracaso de la dinastía mogol en lograr la integración política, estuviera marcado por la guerra en casi todas partes, hizo que el proceso pareciera ser la desintegración y destrucción de un orden estable y su reemplazamiento por la anarquía. Ni la expansión de una potencia interior, ni la de un invasor era probable que diera lugar a la creación de un imperio que absorbiera las regiones políticas tradicionales. En el siglo XVIII los maratos estaban muy lejos de cumplir esa función expansionista. Frente al intento marato de conseguir la hegemonía se hallaba otra potencia, la británica, con base en Bengala y con unos recursos tecnológicos y financieros desconocidos en la India. Lo que los maratos podían hacer, y de hecho hicieron en la segunda mitad del siglo XVIII, era eliminar cualquier otra potencia que pudiera aspirar a la hegemonía. Y si al final sucumbieron en la lucha contra los ingleses, ello se debió a la misma causa que provocó su derrota en Paniput: ineficiente organización de los recursos y falta de unidad política.

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