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Vista la ambigüedad de los resultados bélicos en Europa y los desastres coloniales, Choiseul buscó una paz que confirmase lo obtenido y comprendió que la única forma era negociarla por separado: para el Continente y para los mares. En 1761 se produjo una nueva ofensiva de Federico II en Silesia y Pomerania, que venció a los austriacos en Durkersdorf y en Reichenbach, en julio y agosto de 1762, y a los imperiales en octubre en la batalla de Freiberg, por lo que el ejército prusiano entraba en el Imperio. Con la subida al trono de Jorge III las diferencias se habían suavizado con Carlos III, pero Pitt, contrario a cualquier política de acercamiento, provocó la ruptura con España en junio de 1761 y la firma del tercer Pacto de Familia en agosto. Aquí, Luis XV anteponía las reclamaciones españolas a los intereses franceses en las relaciones internacionales, mientras que Carlos III prometía la declaración de guerra a Gran Bretaña a cambio de la devolución de Menorca. Rotas las negociaciones en enero de 1762, Londres y Madrid volvían a las hostilidades, cuyas consecuencias no se hicieron esperar: los británicos capturaban Cuba y Filipinas a España, al tiempo que los franceses perdían numerosas islas americanas, como Martinica, Granada y Santa Lucía. Evidentemente, los desastres marítimos restaron muchas posibilidades a los Borbones en las conversaciones de paz. Pitt y Jorge III se enfrentaron por los asuntos españoles y dimitió, siendo sustituido por Bute, y con ello acabó la ayuda a Prusia.

La muerte de la zarina Isabel, en enero de 1762, benefició a Federico II. El nuevo zar, Pedro III, natural de Holstein, provocó una inversión de alianzas y el cese de los combates, porque admiraba al rey de Prusia y su genio militar. Llamó a los ejércitos de Silesia, devolvió Prusia oriental y firmó el tratado de mayo de 1762 para la segregación de Austria y Dinamarca. El respaldo de Pedro III con la cesión de parte de sus soldados, envalentonó a Federico II y reinició las actuaciones bélicas en contra de los deseos de su aliado, lo que supuso la ruptura con Londres en abril de 1762. Sin embargo, el asesinato del zar y la sucesión de Catalina II desbarataron los planes prusianos, a pesar de los éxitos conseguidos en los campos de batalla. El acercamiento en busca de la paz entre París y Londres no era bien visto en Viena, pero ante el temor de quedarse sola frente a Prusia impulsaba las conversaciones, pues ya se había resignado, dada la actitud de la nueva zarina, a la pérdida de Silesia, que quedaría compensada con la posesión de los Países Bajos, prometidos a Francia a cambio de su ayuda para derrotar a Federico II. Contra todo pronóstico, ciertos acontecimientos inesperados favorecieron la consecución de la paz. Suecia, analizado su aislamiento, firmó un pacto con Federico y restituyó la Pomerania prusiana. Catalina II, rechazando parte de los compromisos adquiridos por su antecesor, se declaró neutral en el conflicto austro-prusiano. María Teresa pidió la paz a Berlín y Versalles presionó a Carlos III para que aceptase las condiciones británicas tras las graves derrotas navales, y hasta ofreció compensaciones para su entrada en las negociaciones. Gran Bretaña, agotada, sin aliados y regida por el pacifista Jorge III, poco preocupado por Hannover, firmó con Francia los Preliminares de Fontainebleau, en noviembre de 1762, ratificados por el Parlamento.

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