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Desarrollo


A pesar de haberse reservado el derecho a nombrar su sucesor, Pedro I no tuvo tiempo de elegirlo ni tampoco de establecer un sistema sucesorio determinado, lo que genera un largo período histórico caracterizado por las conspiraciones palaciegas y la ausencia de personalidades relevantes, a excepción de la zarina Isabel, que terminan siendo meros instrumentos de dominación de la nobleza, que recupera y amplia sus tradicionales privilegios en detrimento de la Monarquía absoluta y centralizada. El primer problema se planteó a la muerte del zar: en la corte se forman dos grupos: uno, alrededor de la guardia imperial y liderado por Menchikov que guarda fidelidad a la zarina Catalina, segunda esposa de Pedro, y otro, compuesto de las grandes familias aristocráticas de la nación, que apoya al nieto del rey difunto, Pedro, un niño de apenas diez años, que les dejaría absoluta libertad para gobernar. Al fin, Catalina I (1725-1727) logra imponerse y como primera medida recorta las atribuciones del Sínodo y del Senado, controlado por la vieja nobleza. Nombra a Menchikov como primer ministro, inaugurando la época de los validos, y poco después (1726) crea un Consejo Superior Secreto como principal órgano de gobierno. Su corto reinado se caracteriza por la inoperancia administrativa, la dilapidación del erario público y la corrupción de la corte provocando que, a su muerte, el sistema burocrático creado por su marido hubiera desaparecido.

Le sucede Pedro II (1727-1730), nieto de su marido, que en su breve mandato habría de caracterizarse por la arbitrariedad gubernamental, el abandono y desatención del Ejército y la Marina y el aumento del gasto público. Tras afianzar su posición, abolió el Consejo Secreto y destituyó a Menchikov, rodeándose de individuos similares. Trasladó la capitalidad a Moscú y otorgó absoluta autonomía, política y económica, a los vaivodas de la administración provincial. Ana (1730-1740), sobrina de Pedro I, fue nombrada zarina por un Consejo privado de nobles que se reserva el control del Ejército y de la guardia imperial, así como las decisiones gubernativas más importantes: iniciativa diplomática y firma de la paz, elección del sucesor, nombramiento de cargos importantes y protección judicial a los nobles. Sin embargo, tras su coronación, dio un verdadero golpe de Estado contra los nobles: deshace el Consejo y pretende gobernar como una autócrata. Se acompañó de políticos oriundos de la nobleza germana del Báltico, destacando su valido Biron, Osterman, Golowkin y Tscherkaskij, y de una especie de cancillería personal, llamado Gabinete de ministros, que llegó a ser el verdadero gobierno, y con el que logró una cierta estabilidad. Aunque la nobleza no ocupaba los órganos de dirección, no fue desatendida. Al contrario, desde 1730 Ana comienza a dictar una serie de medidas que ampliaron sus derechos: creación de un cuerpo de cadetes, exclusivamente para sus miembros, con categoría de oficiales; reducción del tiempo obligatorio del servicio al Estado, estableciéndose en veinticinco años como máximo (1736); exención del servicio a un hijo de cada familia noble para atender la hacienda familiar; autorización a la nobleza de servicio para transmitir sus tierras, y vuelta al sistema de herencia basado en la igualdad y no en la primogenitura.

La percepción de los impuestos fue regulada para obtener mayores rentas, se abolieron las tarifas proteccionistas de 1724 y se estableció un acuerdo comercial con Gran Bretaña cediendo a ésta el derecho a comerciar seda con Persia. Por último, continuó el trasvase de campesinos adscritos hacia la manufactura, con respaldo oficial. La política germanófila de la zarina propició una estrecha colaboración con Austria, como quedó de manifiesto en 1733 al estallar la Guerra de Sucesión polaca y apoyar Rusia a Augusto de Sajonia, y diez años más tarde, al reconocer la Pragmática Sanción que legitimaba a María Teresa y alinearse a su lado en la contienda por el trono austriaco. Ana nombró y eligió como heredero a su sobrino Iván IV (1740-1741), que sólo pudo mantenerse en el poder unos cuantos meses al ser depuesto por una conjura palaciega en noviembre de 1741. Gracias a esta conspiración, Isabel (1741-1762), la única hija viva de Pedro I, asume el poder con el apoyo de la guardia y el beneplácito de Francia, para devolver a Rusia el esplendor de los tiempos de su padre. De hecho, protagonizó un largo período donde revitalizó las estructuras socio-económicas, preparando el camino a Catalina la Grande. Una de sus primeras medidas fue suprimir el Gabinete de ministros heredado y devolver al Senado sus antiguas competencias; realizó una reforma del código penal suavizando las condenas y aboliendo la pena de muerte y puso de nuevo en vigor el Reglamento de 1716 para la milicia y la marina.

Continuó la concesión de privilegios a la nobleza repartiendo grandes extensiones de tierras del Estado entre ellos, endureciendo la servidumbre, amparando el poder de los nobles (1747) y de los terratenientes (1760) sobre los campesinos, en su vida personal y en los castigos (deportación a Siberia), permitiéndoles la venta de vasallos como reclutas (1747) y autorizándoles a comerciar con los productos obtenidos en sus explotaciones agrarias. La zarina siempre mantuvo una enorme preocupación por la economía, lo que redundó en la consolidación del mercado nacional; ya en 1753 se abolieron las aduanas internas y se establecieron aranceles proteccionistas con el exterior. La agricultura aumentó su producción al crearse una cierta especialización de cultivos en el territorio nacional y generalizarse el de tres hojas en el interior del país. A pesar de la constante falta de mano de obra, hubo progresos notables en la manufactura pues prosiguió la transformación de campesinos en obreros y aquéllos fueron autorizados a ingresar en el gremio de mercaderes (1758); la industria que alcanzó más desarrollo fue la metalúrgica, aumentando su producción un 250 por 100. Para canalizar dinero público hacia inversiones económicas privadas se creó el Banco Nacional de Crédito (1754). Se elevaron los impuestos y se mejoró el sistema de percepción, sobre todo el de capitación; aun así, el déficit público en 1762 era considerable.

En los años cincuenta hubo una enorme preocupación pedagógica por parte del Estado, entonces se creó la Universidad de Moscú, con tres Facultades (Filosofía, Derecho y Medicina) y un liceo anejo, como instituciones académicas superiores. A su muerte, sube al poder Pedro III (1762), nieto del zar, que sólo gobernaría seis meses. Su intervención filoprusiana en la Guerra de los Siete Años, a la que devolvió todos los territorios conquistados en el curso de las operaciones, y su intento de gobernar por encima del Senado, desató una enorme oposición que se plasmó en un golpe de Estado que acabó con su vida. No obstante, en su efímero reinado promulgó el Manifiesto de la libertad de la nobleza, que confirmó legalmente los poderes de los nobles hasta unos límites insospechados, reafirmando con ello los caracteres estamentales de la sociedad rusa.

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