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Los medios académicos han consagrado una serie de expresiones utilizadas para las más diversas circunstancias. Una de ellas es, sin duda, la de renacimiento utilizada para definir la situación cultural de la Europa de Carlomagno y la de sus sucesores los emperadores de la casa de Sajonia. ¿Hasta qué punto la retórica puede llegar a traicionar la realidad de los hechos? ¿Se asiste en estos dos momentos a procesos de regeneración cultural? La respuesta estaría llena de matices... y abriría a su vez numerosos nuevos interrogantes. Los coetáneos de Carlos que exaltaron su figura lo hicieron no sólo como político, como cristiano o como buen gestor económico. También crearon el mito de un emperador preocupado por la vida cultural. Esta tradición se fue manteniendo con el discurrir de los siglos. Así, como ha recordado E. Garin, en 1461, el embajador de Florencia en París (Filippo de Medicci) hacía remontar a Carlomagno el primer intento de Renacimiento en Europa. Y a mediados del siglo XIX, un historiador de la literatura francesa, J. J. Amére daba definitivamente carta de naturaleza académica a la expresión "Renacimiento carolingio". ¿Hasta qué punto resulta adecuada? Algunos autores de nuestro siglo se han pronunciado sin demasiadas reservas sobre su idoneidad. Así, J. Boussard piensa que personajes como san Bonifacio, san Crodegango de Metz o el propio Carlomagno eran conscientes de la situación heredada de decadencia cultural e ignorancia generalizadora que -por unos u otros motivos- era necesario enderezar.

Un documento tan polivalente como la "Admonitio Generalis" del 789 buscaba, entre otros fines, la restauración de las letras frente a la negligencia de las generaciones anteriores. Un autor del siglo IX, Walafrido Strabon, llegaría a presentar la política de Carlos y sus colaboradores como la vía que abrió la luz en medio de un mundo de sombras. Robert Folz, uno de los mejores conocedores de la época y del mito carolingio, tampoco duda en la idoneidad de la expresión Renacimiento sobre la base del gran interés que se despertó en la época por los libros clásicos: César, Salustio, Cicerón, Lucano, Columela se encontraban perfectamente representados en las bibliotecas de los centros culturales de la Europa carolingia... Sin regatear los posibles méritos de algunos personajes de la época, otros autores actuales se muestran más escépticos en torno al alcance del Renacimiento carolingio. Así, algunos como Le Goff insisten en que se trató de un movimiento casi exclusivamente de clérigos y para clérigos cuyo objetivo primordial era dotar de cuadros eficientes al Imperio. Otros autores ponen en duda la originalidad de la política cultural de Carlomagno y sus colaboradores. El Renacimiento del momento no habría sido más que resultado de la confluencia en la Galia franca de los Renacimientos que habían tenido lugar en la periferia en los años anteriores. Muchas de las grandes figuras de la cultura carolingia no eran francas de origen: Alcuino era un anglo, Teodulfo de Orleáns o Benito de Aniano eran hispanos, Escoto Eriúgena era irlandés, etc.

Una síntesis de variados elementos culturales que también se plasmaría en el terreno artístico. Se ha destacado así cómo el constructor de la capilla palatina de Aquisgrán fue asesorado por personajes de muy distinta procedencia geográfica: Alcuino, Teudulfo, Paulo Diácono, etc. El dirigismo que Carlomagno imprimió a muchas de sus empresas se vio presente también en su proyecto cultural... y el escepticismo en cuanto a los resultados parece hoy en día bastante común entre los investigadores. El primero de los círculos a los que se dirigió la actuación del monarca fue el propio palacio. La Escuela Palatina acogió a un reducido círculo de colaboradores de Carlos recordados por sus sobrenombres clásicos o bíblicos (Alcuino es Horacio, Angilberto es Homero, Carlomagno es David) y empeñados en unas discusiones que hoy en día nos resultarían absolutamente triviales. El segundo de los círculos debía cubrir a clérigos y monjes, cuyo nivel cultural se trataba de elevar; en último término esta regeneración intelectual se identificaba con la propia reforma. El tercer círculo de actuación educativa había de extenderse a todos los jóvenes del Imperio. Para ello, la "Admonitio Generalis" dio claras disposiciones a fin de que en cada obispado y monasterio se abrieran escuelas que impartieran un conjunto de enseñanzas y que "en todas ellas hubiera libros cuidadosamente corregidos".

En los años siguientes, personajes como Teodulfo de Orleans para su diócesis y Luis el Piadoso para el conjunto del Imperio daban instrucciones para consolidar esta labor. Los resultados habrían de ser, forzosamente, mediocres. En primer lugar, por las propias deficiencias y limitaciones de los promotores del Renacimiento. El propio Carlomagno, presentado por su biógrafo Eginhardo como aplicado alumno de las artes liberales, sólo aprendió a leer en los últimos años de su vida y sus progresos en la escritura fueron muy limitados. Asimismo, la escasa originalidad de algunos de los prohombres del momento, parece fuera de duda. Así, Alcuino en su obra más original (De naturae animae) repite ideas de san Agustín; Rabano Mauro en su "De universo" no es más que un mero imitador enciclopédico de san Isidoro; y Scoto Eriúgena, el autor más innovador, se aferra a la idea de que "la verdadera filosofía no es otra que la verdadera religión y la verdadera religión no es otra que la verdadera filosofía". Los intelectuales carolingios pretendían, así, crear una especie de Atenas cristiana en la que los aportes de la verdadera fe permitieran superar a la de los tiempos paganos. Es ilustrativa la comparación de Alcuino entre las siete artes liberales y los siete pilares de la sabiduría: apoyándose en ellos, dice este personaje, los doctores y defensores de la fe cristiana habían logrado vencer en todas las disputas teológicas.

El Renacimiento carolingio ponía así, definitivamente, la filosofía al servicio de la teología. Aparte de los condicionamientos ideológicos hay otros de orden infraestructural que limitaron considerablemente las posibles conquistas. Así, los fondos bibliográficos de los monasterios no eran muy abundantes. El estudio de P. Riché sobre los catálogos conservados lleva a pensar que en ningún caso se superaron los quinientos títulos de la abadía de Reichenau hacia el 822, siendo los de Colonia para esta misma fecha en torno al medio centenar... Las depredaciones de normandos y húngaros causaron, además, daños considerables. La situación lingüística de la época tampoco ayudó demasiado. Así, el conocimiento del griego cada vez fue más escaso. La prueba más palpable la da la pésima traducción que el abad Hilduino de Saint Denis hizo en el 827 del "Corpus areopagiticum" enviado como regalo a Luis el Piadoso por el basileus Miguel II. En una segunda traducción, Scoto Eriúgena imprimiría una mayor corrección, pero estamos, aquí, ante un caso excepcional de conocimiento de la cultura helénica. La propia lengua latina conoce un cambio en torno al año 800: según Banniard se pasa de una literatura latina tardía a una literatura latina medieval que, además, será patrimonio de unos pocos solamente. El Renacimiento carolingio acabó siendo, así, un movimiento esencialmente clerical que ahondó el foso existente entre los literati y la masa iletrada de laicos.

Renacimiento carolingio, por tanto, ¿apuesta cultural fallida? Es evidente que las limitaciones de todo orden impidieron que se llevaran a la práctica hasta sus últimas consecuencias los proyectos que se impulsaron al calor de una cierta estabilidad política. Sin embargo, bajo Carlomagno y sus sucesores se fue diseñando el mapa cultural de la Europa del futuro. Si el Mediterráneo estaba experimentando una decadencia en todos los órdenes, el Norte de Europa, marginado siglos atrás de los grandes centros de decisión, cobra un indudable impulso. La dilatatio regni o dilatatio Christianitatis de los carolingios se tradujo en una ampliación de horizontes -culturales incluidos- puestos en peligro por las segundas migraciones, pero no destruidos. Las estructuras monásticas o episcopales fundadas o impulsadas por los carolingios serán, pasadas las primeras angustias, quienes inicien la labor educadora de los pueblos más jóvenes.

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