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Restauración occiden

Desarrollo


La figura de Otón I ha pasado a ser casi tan mítica como la de Carlomagno. Los cirricula de ambos guardan, en efecto, grandes similitudes. La coronación imperial de Otón en el 962 por parte del papa Juan XII fue, al igual que la del gran carolingio, resultado de un crescendo de victorias militares, títulos y honores. Una vieja leyenda habla de cómo los soldados alemanes aclamaron ya como emperador a Otón tras su victoria sobre los magiares en el Lechfeld (955). En esa fecha era, en efecto, el primer poder de la Cristiandad y -dato importante- la solicitud de Adelaida unos años antes le podía convertir en árbitro de los destinos de Italia. La consagración imperial se dejó esperar unos años: la tradición habla de cómo los señores italianos reclamaron se diera este paso para acabar con los desmanes de Berenguer de Ivrea. Una opinión muy común habla del nacimiento en ese momento del Sacro Imperio Romano Germánico. Resulta inexacto, ya que la expresión completa (Heiliges Romisches Reich Deutscher Nation) es de fecha mucho más tardía. Lo que se hace en el 962 es, esencialmente, dar nueva vida a una tradición que se remontaba a Carlomagno y que ciertos círculos eclesiásticos y políticos temían se perdiera. En efecto: al igual que Carlomagno, Otón I ostentaba el título de Rex Francorarum desde su coronación como rey de Germania en el 936. Siguiendo el ejemplo de los primeros carolongios reconoció, al ser consagrado emperador, el llamado Privilegium Ottonis, conjunto de garantías para los dominios temporales que los pontífices poseían en Italia.

Como contrapartida, los romanos jurarían fidelidad a Otón I y se comprometerían a no elegir papa sin la aprobación imperial. Algo que el monarca germano llevó hasta sus últimas consecuencias al deponer dos años más tarde a Juan XII bajo acusación de indignidad. Al arrogarse el emperador la misión de regenerar moralmente al Papado estaba extendiendo a la cúpula de la Iglesia la misma política implantada en el territorio alemán. En efecto, la reactivación de la diócesis de Hamburgo o la creación de nuevas sedes como Havelberg (946) o Brandeburgo (948) estaban sirviendo de apoyo a la expansión del germanismo y a la evangelización en los países del Este. El Concilio de Augsburgo a su vez (952) bajo la presidencia del propio Otón había dictado diversas medidas de reforma... Pero, por mucho que el modelo fuera Carlomagno, el imperio otónida tenía una base territorial mucho más reducida. E iniciaba su andadura precisamente cuando el otro Imperio -Bizancio- acometió su regeneración militar. En último término, las monarquías occidentales tenían en aquellos momentos una pobre disposición a aceptar hegemonías políticas que fueran más allá de lo puramente honorífico. Las limitaciones y contradicciones de un imperio restaurado sobre una base eminentemente germánica se pusieron de manifiesto a la muerte del primero de los Otones (973). Los diez años de gobierno de su heredero Otón II (973-983) mostraron al nuevo soberano lo que era el avispero italiano.

Si Roma era una ciudad insegura para los papas y sus protectores imperiales, dados los enfrentamientos entre los clanes familiares de Teofilactos y Crescencios, el sur de la península itálica no era más acogedor. Señores locales, bizantinos y musulmanes pugnaban allí por ampliar sus esferas de influencia. Con los bizantinos, Otón I había llegado a un acuerdo materializado por el matrimonio de su heredero con una princesa de Constantinopla: Teófano. Pero el proyecto de Otón II de ocupar el sur de la península fracasó estrepitosamente al subir los alemanes una sangrienta derrota en Capocolonna (982). Los eslavos aprovecharon la coyuntura para presionar en las marcas del Elba y las desgracias aumentaron con la temprana muerte del soberano alemán. Una difícil regencia se abría al ascender al trono un menor: Otón III.

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