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Las nuevas tendencias en la economía mediterránea, que apuntaban al desarrollo de la producción del hierro, mineral más abundante que el cobre y el estaño, aumentaron los intereses por los metales preciosos y sobre todo por la plata, fuera por su valor de prestigio o de cambio. Para algunos investigadores, como Aubet, entre las causas que propician la colonización fenicia está precisamente la búsqueda de nuevas fuentes de abastecimiento de plata, porque el Próximo Oriente, y sobre todo, Asiria y Tiro habían evolucionado hacia un sistema con unidades que actuaban como valor de cambio. Con esta perspectiva mercantilista, las fluctuaciones del mercado por la abundancia o escasez de los metales en general y de la plata en particular, habían terminado por ordenar todo el sistema económico en función de las rutas mineras y de los focos de abastecimiento. En un plano más coyuntural, entre finales del siglo IX y finales del VIII a.C. se produjo una escasez de plata en Asiria, quizá por el cierre del mercado mineral anatólico; desde esta fecha, la demanda del mercado provocó la búsqueda de nuevas fuentes de plata en el Mediterráneo. Desde una perspectiva formalista como la expuesta, es interesante constatar que las dos grandes culturas que destacan en el ámbito centro-occidental mediterráneo, son los etruscos y sus antecedentes villanovianos en el foco italiano y los tartesios en el andaluz, siendo ambos focos ricos en el ámbito de la minería.

Del primero llama la atención la localización de la colonia griega de Pithecusa en su ámbito inmediato, en tanto que de los segundos parece definitiva la disposición de Gades. Conviene resaltar que estos evidentes y tempranos contactos, en ninguno de los dos casos supusieron una actitud de ingerencia por parte del colonizador en materia de política interna, es más, ambas unidades políticas siguieron sus propias estrategias expansivas como lo demuestra el caso de Etruria hacia la desembocadura del Po, en la costa adriática o, en el caso tartésico sus relaciones con los focenses, competidores del mundo mercantil fenicio-cartaginés a fines del siglo VII a.C. o, en esa misma fecha, su expansión hacia las fuentes del Guadalquivir, para controlar la zona minera de Cástulo. En realidad, ambos núcleos y sus periferias lacial y mastiena en cada caso, viven en la segunda mitad del siglo VII a.C. los efectos de la presencia colonizadora en sus inmediaciones, pero también su propio desarrollo político y económico, lo cual se hace notar en el rápido enriquecimiento de algunos enterramientos. Todo ello contribuye a explicar socialmente los amplios cambios económicos y culturales del periodo orientalizante. Para valorarlo se puede seguir, como caso paradigmático, la evolución de la necrópolis lacial de la Osteria dell'Osa. Durante la fase II Lacial (900-770 a.C.) se observa la convivencia de dos tipos de ritual; uno de incineración, con las típicas urnas en forma de cabaña, características de la cultura villanoviana, y otro de inhumación.

En opinión de Bieffi Sestieri, al primer tipo de ritual sólo se adscriben individuos masculinos adultos, en tanto que en las de inhumación se pueden identificar individuos de cualquier sexo y edad. Las armas (lanza o lanza asociada con espada) sólo están presentes en el primer tipo de ritual, lo que hace presumir que sus usuarios constituyen un grupo relativamente destacado de los demás. Las mujeres, por su parte, siguen un doble sistema de ajuar y disposición espacial dentro del ritual de inhumación: las de más edad cuentan con ajuares homogéneos pero más pobres que las jóvenes, mientras que, por el contrario, se disponen más cerca de las sepulturas de incineración masculinas. En conjunto, se observan dos grandes núcleos de tumbas de incineración con sus correspondientes enterramientos de inhumación alrededor, que se diferencian a su vez en la composición de los ajuares y que definen, según sus investigadores, dos familias extensas distintas, regidas por fórmulas de edad y sexo. En la fase III Lacial (770-730/20 a.C.), se inicia un proceso intencional de concentración y superposición de un grupo de tumbas, en tanto que se observa cómo otras forman grupos dispersos, lejos del grupo central concentrado. El hecho, sin embargo, no afecta a la distribución de la riqueza en los ajuares de los diferentes grupos, si bien el enriquecimiento general es significativo respecto a la fase anterior, en productos de bronce y, desde luego, en armas que ahora aparecen en todas las tumbas masculinas, aunque sin responder a un plan que no sea la edad.

Al final del periodo, una de las tumbas comienza a mostrar signos de enriquecimiento superior al resto, por la aparición en su ajuar de yelmo, escudo y carro. Durante la fase IV A Lacial (720-630), las tumbas se hacen mayores y más orgánicas, mostrando el área de deposición de los objetos personales y distintivos del sexo y la zona del ajuar; asimismo, comienzan a advertirse enterramientos dobles o triples, asociando sexos opuestos. Respecto a la estructura espacial, se siguen definiendo grupos y comienzan a aparecer los primeros túmulos y pseudocámaras. La estructura de la necrópolis se hace mucho más compleja y orgánica, mostrándose ahora diferencias en la presencia de armas en las tumbas normales (lanzas o lanzas y espadas), y sobre todo la aparición de las tumbas principescas no sólo en la Osteria dell'Osa, sino en casi todas las necrópolis conocidas. En Laurentina, una de las tumbas contiene un enorme conjunto de piezas de bronce y hasta 115 vasos. El carro y las importaciones etruscas, griegas y fenicias se generalizan en los grandes enterramientos. La fase IV B Lacial (630-580) reduce significativamente las grandes concentraciones de objetos en los ajuares, aunque, desde el punto de vista de la estructura de enterramiento, consolida la cámara como la forma constructiva propia del grupo social dominante. En la Península Ibérica el proceso no ha podido seguirse como en el Lacio, pero los enterramientos principescos se confirman a lo largo de los siglos VII y VI a.

C.; así se observa en la tumba 17 de La Joya, en la misma ciudad de Huelva, con la aparición de un carro y una arqueta de marfil de importación, dentro de un importante ajuar. Un caso de gran interés se documenta en la provincia de Sevilla, en el túmulo A de Setefilla, donde la disposición del espacio es igual que la lacial en el momento de cambio del ritual de enterramiento, si bien al contrario, ya que la inhumación se dispone en el centro del túmulo, en tanto que las incineraciones, con ajuares más pobres en las que sólo destacan los cuchillos de hierro, se disponen a su alrededor. En el siglo VI a.C., el enterramiento de Pozo Moro en Chinchilla -en la zona suroriental de la Meseta-, en territorio mastieno, nos muestra un tipo de tumba monumental de fines del siglo VI a.C. con un relieve que rememora el mito de Gilgamesh, y que constituye el nivel jerárquico superior de enterramientos, mientras en una escala inferior se establecerían los enterramientos con pilar y sobre él una escultura, normalmente de animal.

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