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Desarrollo


La situación de la Europa mediterránea surgida de la crisis de fines del segundo milenio a.C. conduce a un replanteamiento de los focos de interés económico. En términos generales, siguiendo a Champion, las nuevas directrices económicas se definen a través de dos parámetros: especialización e intensificación de la producción agraria; paralelamente, el proceso que marcará los primeros siglos del primer milenio conducirá a modificar tecnológicamente los viejos sistemas de manufacturas, por lo que hay que valorar la progresiva implantación del hierro como materia prima base del instrumental metalúrgico y los significativos cambios en la fabricación de la cerámica. En el plano agrícola, el modelo económico se articuló en el desarrollo de la trilogía mediterránea, es decir, en la producción de cereales, aceite y vino. En el asentamiento de Narce, en el área etrusca, se registra en los niveles del siglo IX a.C. no sólo un gran incremento de los cereales, sino de las malas hierbas que suelen acompañarlos, lo que ha sido explicado, por Potter, como un efecto de la reducción del periodo de barbecho, que se justificaría en la dinámica de intensificación de la producción. En España, el asentamiento de Puente Tablas en el Alto Guadalquivir constata, en el desarrollo de la curva polínica cerealista, un significativo aumento desde sus inicios a fines del siglo IX a.C. hasta mediados del siglo V a.C. En cuanto a la producción de aceite y vino, las referencias arqueológicas son más limitadas que para el cereal; no obstante, se deben considerar varias cuestiones de interés; de una parte, su tradicional vinculación con las clases altas, lo que implica que paralelamente al desarrollo de la aristocracia se consolidan ambas producciones, como lo prueban la existencia de sus clásicos contenedores en los ajuares de las tumbas, y, de otra, su producción intensiva favorece el modelo económico constatado, ya que permite poner en explotación tierras que hasta ese momento no resultaban propicias a un cultivo herbáceo como es el cereal.

En esta dinámica, las referencias arqueológicas, aunque escasas, muestran por citar sólo un caso que en el Lacio el vino y el aceite se hacen muy presentes: el primero, desde fines del siglo VIII a.C., y el segundo, a partir de principios del siguiente siglo. En la ganadería, la definición de la fase aparece menos clara que en la agricultura ya que, aunque en general se detecta un peso muy considerable de los ovicaprinos, sin embargo, en el Lacio, Bietti Sestieri destaca el importante papel jugado por los suidos; en áreas como el entorno de Metaponte en el sur de Italia y en el valle del Guadalquivir, en términos generales, son los bovinos los que alcanzan un porcentaje superior al de ovicaprinos; por último, en zonas de valle de los ríos Segura y Vinalopó, también los bovinos dominan las tasas porcentuales de fauna, al menos hasta el siglo VI d.C., como muestra A. González Prats, en el asentamiento de La Peña Negra. Además de las características señaladas y a pesar de la escasa información existente, hay que destacar dos fases bien diferentes en el sistema económico, que tienen su límite y la inversión del proceso en el transcurso del siglo VIII y que Snodgrass ha podido valorar en Grecia a partir de los análisis polínicos. A través de ellos, se advierte que los primeros siglos del milenio, como también los últimos del anterior, supusieron una fuerte reducción del área dedicada a campos de cultivo y, a la vez, produjeron una tendencia a ampliar la base pastoril y ganadera como foco de materias primas del sector alimentario; ello pudo estar en relación con una disminución poblacional importante que tiene la inversión de la curva demográfica en el siglo VIII a.

C., lo que parece coincidir con las pruebas que en su momento se sugirieron para explicar el movimiento de población que implica la colonización, tanto griega como fenicia. En el campo de las nuevas tecnologías, el periodo se caracterizará por el desarrollo de la metalurgia del hierro que, si en un principio sólo mostrará esporádicamente objetos manufacturados, acabará por generalizarse a lo largo de los siglos VII y VI a.C. El proceso de trabajo consistía en el control de la carburación, es decir, de la absorción de una pequeña cantidad de carbón por el hierro, y el templado para conseguir un material más duro. Sin embargo, como indica Collis, estos dos factores tecnológicos no eran fáciles de conseguir, porque si bien el hierro funde con relativa facilidad en hornos que alcanzan los 1.100 °C por la abundancia de impurezas, sólo podía configurarse como instrumento útil con la forja y el martilleo y, al mismo tiempo, extrayendo aquellas. Por otra parte, el control de la absorción de carbón resultaba realmente complejo, porque con la tecnología primitiva sólo la superficie externa podía convertirse en acero. Ahora bien, con todas estas referencias lo realmente significativo es que el herrero se configuraba como un artesano especializado, diferente al resto de los metalúrgicos por su conocimiento de tan compleja técnica. La presencia de los primeros productos de hierro en el Mediterráneo es muy antigua, incluso se documenta en el tercer milenio en Troya; sin embargo, su práctica más común no se observa hasta el siglo IX a.

C. en Grecia y no de forma generalizada. En Italia, se documenta en contextos del siglo VIII a.C. y en la Península Ibérica, en el VII a.C., pero esta secuencia no implica que su conocimiento siguiera una vía, al modo difusionista de ondas de invención, porque este metal existe en contextos precoloniales y debió de ser la ausencia de especialistas lo que limitara su generalización. No obstante, cuando la tecnología fue controlada, los productos en hierro se generalizaron, debido, sin duda, a la abundancia de este mineral frente a los filones conocidos de cobre o estaño, que habían sido hasta el momento la base de los productos metalúrgicos. De hecho, éstos en ningún momento de su historia llegaron a alcanzar el carácter generalizado que tuvieron los productos de hierro, lo que se advierte por la presencia, sobre todo en el siglo VI a.C., de instrumental agrario en este metal, que sustituye a la vieja tecnología lítica agraria impuesta desde el Neolítico y que la metalurgia de cobre o el bronce nunca llegó a desplazar. En el campo de la cerámica se produjo también un importante cambio tecnológico, que no sólo afectó a un mayor cuidado en el tratamiento de las arcillas o en el reencuentro con los estilos pintados, sino sobre todo en el empleo del torno alfarero y en la construcción de hornos más complejos que permitieran conseguir mayores temperaturas. El proceso se define muy pronto en Grecia, ya desde fines del segundo milenio, y se observa en el siglo IX en el sur de Italia, y desde el VIII a.

C., en el sur de la Península Ibérica, alcanzando en poco tiempo un amplio desarrollo. En todo caso, las nuevas tecnologías metalúrgicas y cerámicas terminaron por aumentar también la tendencia a la especialización y a ello contribuyeron otros campos artesanales como la construcción, la fabricación de barcos o, incluso, la misma metalurgia del bronce. De estos sectores, conviene detenerse en la tecnología de la construcción, por el desarrollo de la técnica del adobe y el zócalo de piedra para el alzado de las paredes de las casas que, si bien en ningún momento hizo olvidar la técnica del tapial, facilitó el paso de la casa de planta circular o redondeada a la casa angular y compartimentada, haciendo con ello desaparecer la cabaña y lo que ello suponía en el plano cultural y económico. Lo que parece evidente es que esta transición hacia el modelo de casa con división interna del espacio va íntimamente asociado a los nuevos modelos de economía intensiva y especializada, que se advierten sobre todo a partir del siglo VIII a.C.

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