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Datos principales
Rango
EdadBronce
Desarrollo
El segundo milenio es la época donde la expansión y consolidación del uso del bronce caracteriza la tecnología de la mayor parte de Europa , Próximo y Extremo Oriente. El bronce es el resultado del último estadio de la evolución tecnológica de la metalurgia del cobre , con la aleación o mezcla con otros metales, estaño sobre todo. Esta aleación tiene dos consecuencias fundamentales, una de accesibilidad a la materia prima, otra de carácter técnico. La aleación de cobre con estaño y también con arsénico, antimonio, plomo o zinc, no sólo depende de la existencia de cobre sino de la disponibilidad de estos otros metales, aunque la aleación con los que no son estaño se considera poco importante, a no ser en determinadas zonas locales y casi siempre fruto de las impurezas del cobre en sus menas naturales, por tanto, no intencionales. El estaño es un metal con una distribución mucho menos extensa que el cobre. Aunque la distribución actual pueda estar distorsionada por la no consideración de pequeños afloramientos y menas, agotados de antiguo, su presencia se circunscribe a determinadas zonas de la fachada atlántica: Galicia, Bretaña y Sudoeste de Inglaterra (Cornualles); del Mediterráneo ; Cerdeña y noroeste de Italia, y de Centroeuropa: Bohemia. Un problema que ha centrado la discusión técnica sobre el bronce es la determinación de si la aleación es resultado de un hecho accidental o intencionado. El procedimiento para establecer el carácter del bronce se ha basado en la aplicación de una serie de análisis para hallar los porcentajes de cada elemento metálico y de las impurezas.
Con ello se ha pretendido que, analizando grupos más o menos numerosos de piezas metálicas, podrían establecerse los lugares de procedencia de las materias primas y, por tanto, los centros de producción del metal o de los objetos manufacturados, así como las redes de intercambio de materias primas y productos. Trabajos como los de S. Junghans, E. Sangmeister y M. Schroder pretendieron, a través de la determinación de la presencia cualitativa de once elementos metálicos, de los 75 conocidos, con una valoración significativa de cinco: bismuto, plomo, arsénico, níquel y plata, establecer grupos de metales que tuvieran alguna relación con la procedencia de la materia prima y los talleres de fabricación de los objetos metálicos. Este planteamiento ha sido ampliamente discutido por R F. Tylecote, P. Phillips, A. Boomert, etc., entre otros, llegándose a un cierto consenso en que la delimitación de grupos metálicos no puede hacerse basándose en el análisis cuantitativo de componentes, dado los problemas que plantea el abastecimiento de metales, por las características de composición distinta de las menas, por su posición en las propias vetas, minerales con similares características en áreas muy diferentes, la posibilidad de mezclas de metales de diferente procedencia y la posibilidad del reciclaje de chatarra, atestiguado en diferentes lugares de Europa. Ante esta situación, la única alternativa utilizable es la contextualización arqueológica de las actividades metalúrgicas y de los propios útiles metálicos en unidades arqueológicas bien definidas por áreas, cronologías y culturas.
Esto implica que análisis aislados de útiles dispersos no tengan valor alguno en la determinación de sus procedencias, teniendo que acudir a grupos más numerosos, pero definidos en espacios más pequeños, de análisis espectrográficos de objetos en relación con los contextos culturales en los que aparecen. Por otro lado, la extensión de la metalurgia del bronce y la producción de una serie de armas e instrumentos o adornos, realizados con métodos complejos a base de moldes bivalvos, y con decoraciones en empuñaduras y hojas de espadas, puñales, lanzas y brazaletes, por los grupos Otomani o Monteoru en Europa suroriental, Unetice o Aunjetitz en Centroeuropa, Ródano, Polada o Túmulos occidentales en Europa occidental o Europa nórdica, a partir de la mitad del segundo milenio, e Islas Británicas y Bretaña francesa, en la fachada atlántica, demuestran la existencia de artesanos especializados en una producción muy particular, con uso de técnicas desconocidas hasta ahora, taraceado y nielado, no al alcance de cualquier artesano. Junto al bronce, el trabajo en oro que aparece en las tumbas bajo el túmulo de la fachada atlántida en forma de joyas, lúnulas, vasos, adornos variados, como, por ejemplo, en Bush Barrow o Rillaton en Inglaterra, contribuyen a creer en la existencia de un artesanado al servicio de una clase dirigente, con el control del excedente que requiere la redistribución necesaria para mantener ese artesanado especializado. Una prueba directa de esa especialización tecnológica de nuevo la obtenemos en la lectura de las tablillas micénicas, donde se habla de la práctica de la metalurgia del oro, plata, plomo y bronce por parte de herreros a los que se asignan cantidades de bronce para fabricación de armas y herramientas con filo, apliques para carros y armaduras.
El trabajo del oro es igualmente destacado, con elaboraciones tan avanzadas como las copas tipo Vaphio o los ritones (vasos en forma de animal) citados en las tablillas de Cnossos. Las cantidades asignadas a los herreros y metalúrgicos hacen dudar de una dedicación exclusiva a esta tarea, por lo que no se descarta una simultaneidad con otras tareas productivas. El paso más decisivo para la existencia de un auténtico artesanado especializado viene atestiguado, fuera de Europa, en la documentación en ciudades mesopotámicas, del Indo : Harappa, Mohenjo-Daro o Chanhudaro, o China : Cheng-Chou, durante la dinastía Shang, de barrios o distritos separados por oficios, ceramistas, metalúrgicos, artesanos del jade, que en las principales ciudades ofrecen una ordenación muy similar a las de las ciudades de Occidente durante la Edad Media. El trabajo del metal se extiende durante todo el segundo milenio a zonas donde no era frecuente hasta ahora. Así, en Europa, desde mediados del milenio, vemos florecer auténticos centros de producción de armas y utensilios metálicos en regiones que carecen de un abastecimiento local conocido de cobre, estaño u oro. Las espadas nórdicas, de empuñadura maciza y hojas con decoraciones incisas, se distribuyen ampliamente por Europa, o las joyas en oro, conocidas con el nombre de lúnulas, junto a pectorales y alfileres, que se encuentran por toda la fachada atlántica europea. Este panorama no presupone que el nivel de desarrollo de la metalurgia sea homogéneo y, así, encontramos amplias zonas donde sólo aparecen objetos aislados en contextos arqueológicos del segundo milenio, por ejemplo, en amplias zonas de la Península Ibérica o italiana y el sur de Francia.
Por otro lado, la extensión del uso del bronce (cobre + estaño) no es tampoco sincrónica, encontrando focos metalúrgicos muy conocidos, El Argar en el sureste de la Península Ibérica, o en Italia central, donde se continúan utilizando cobres arsenicales, presumiblemente en aleación intencionada, teniendo que esperar a finales del milenio para que se generalice el uso del bronce de estaño. Esta situación ha llevado a pensar a Chapman que, en el área de El Argar, el nivel de innovación y producción de metales no alcanza las cotas apreciables en Centroeuropa o el Egeo , ni por los niveles de metales recuperados, apenas algo más que muchos de cada uno de los grandes escondrijos centroeuropeos, ni por la variabilidad tipológica y estilística de las producciones. Fuera de Europa, en Africa, la metalurgia alcanza en esta época zonas muy diversas, donde con anterioridad sólo se habían documentado objetos de cobre en los países ribereños del Mediterráneo, fruto de contactos comerciales con el sur de la Península Ibérica a lo largo del tercer-segundo milenios, en la parte occidental del Magreb o representaciones en grabados del Atlas marroquí. La metalurgia local se manifiesta por el uso y fundición del cobre nativo en Tigidit en el Níger, donde la presencia de hornos indican su fabricación local, así como en Guelb Moghrein en Mauritania, aunque ya en el primer milenio, y a partir de mineral de cobre local. El bronce no es conocido en Africa hasta época histórica, incluido el Egipto faraónico, a pesar de usarse el cobre desde la época predinástica. Otro hecho interesante es que en determinadas zonas la aparición de la metalurgia del hierro es anterior a la del cobre y del bronce.
Con ello se ha pretendido que, analizando grupos más o menos numerosos de piezas metálicas, podrían establecerse los lugares de procedencia de las materias primas y, por tanto, los centros de producción del metal o de los objetos manufacturados, así como las redes de intercambio de materias primas y productos. Trabajos como los de S. Junghans, E. Sangmeister y M. Schroder pretendieron, a través de la determinación de la presencia cualitativa de once elementos metálicos, de los 75 conocidos, con una valoración significativa de cinco: bismuto, plomo, arsénico, níquel y plata, establecer grupos de metales que tuvieran alguna relación con la procedencia de la materia prima y los talleres de fabricación de los objetos metálicos. Este planteamiento ha sido ampliamente discutido por R F. Tylecote, P. Phillips, A. Boomert, etc., entre otros, llegándose a un cierto consenso en que la delimitación de grupos metálicos no puede hacerse basándose en el análisis cuantitativo de componentes, dado los problemas que plantea el abastecimiento de metales, por las características de composición distinta de las menas, por su posición en las propias vetas, minerales con similares características en áreas muy diferentes, la posibilidad de mezclas de metales de diferente procedencia y la posibilidad del reciclaje de chatarra, atestiguado en diferentes lugares de Europa. Ante esta situación, la única alternativa utilizable es la contextualización arqueológica de las actividades metalúrgicas y de los propios útiles metálicos en unidades arqueológicas bien definidas por áreas, cronologías y culturas.
Esto implica que análisis aislados de útiles dispersos no tengan valor alguno en la determinación de sus procedencias, teniendo que acudir a grupos más numerosos, pero definidos en espacios más pequeños, de análisis espectrográficos de objetos en relación con los contextos culturales en los que aparecen. Por otro lado, la extensión de la metalurgia del bronce y la producción de una serie de armas e instrumentos o adornos, realizados con métodos complejos a base de moldes bivalvos, y con decoraciones en empuñaduras y hojas de espadas, puñales, lanzas y brazaletes, por los grupos Otomani o Monteoru en Europa suroriental, Unetice o Aunjetitz en Centroeuropa, Ródano, Polada o Túmulos occidentales en Europa occidental o Europa nórdica, a partir de la mitad del segundo milenio, e Islas Británicas y Bretaña francesa, en la fachada atlántica, demuestran la existencia de artesanos especializados en una producción muy particular, con uso de técnicas desconocidas hasta ahora, taraceado y nielado, no al alcance de cualquier artesano. Junto al bronce, el trabajo en oro que aparece en las tumbas bajo el túmulo de la fachada atlántida en forma de joyas, lúnulas, vasos, adornos variados, como, por ejemplo, en Bush Barrow o Rillaton en Inglaterra, contribuyen a creer en la existencia de un artesanado al servicio de una clase dirigente, con el control del excedente que requiere la redistribución necesaria para mantener ese artesanado especializado. Una prueba directa de esa especialización tecnológica de nuevo la obtenemos en la lectura de las tablillas micénicas, donde se habla de la práctica de la metalurgia del oro, plata, plomo y bronce por parte de herreros a los que se asignan cantidades de bronce para fabricación de armas y herramientas con filo, apliques para carros y armaduras.
El trabajo del oro es igualmente destacado, con elaboraciones tan avanzadas como las copas tipo Vaphio o los ritones (vasos en forma de animal) citados en las tablillas de Cnossos. Las cantidades asignadas a los herreros y metalúrgicos hacen dudar de una dedicación exclusiva a esta tarea, por lo que no se descarta una simultaneidad con otras tareas productivas. El paso más decisivo para la existencia de un auténtico artesanado especializado viene atestiguado, fuera de Europa, en la documentación en ciudades mesopotámicas, del Indo : Harappa, Mohenjo-Daro o Chanhudaro, o China : Cheng-Chou, durante la dinastía Shang, de barrios o distritos separados por oficios, ceramistas, metalúrgicos, artesanos del jade, que en las principales ciudades ofrecen una ordenación muy similar a las de las ciudades de Occidente durante la Edad Media. El trabajo del metal se extiende durante todo el segundo milenio a zonas donde no era frecuente hasta ahora. Así, en Europa, desde mediados del milenio, vemos florecer auténticos centros de producción de armas y utensilios metálicos en regiones que carecen de un abastecimiento local conocido de cobre, estaño u oro. Las espadas nórdicas, de empuñadura maciza y hojas con decoraciones incisas, se distribuyen ampliamente por Europa, o las joyas en oro, conocidas con el nombre de lúnulas, junto a pectorales y alfileres, que se encuentran por toda la fachada atlántica europea. Este panorama no presupone que el nivel de desarrollo de la metalurgia sea homogéneo y, así, encontramos amplias zonas donde sólo aparecen objetos aislados en contextos arqueológicos del segundo milenio, por ejemplo, en amplias zonas de la Península Ibérica o italiana y el sur de Francia.
Por otro lado, la extensión del uso del bronce (cobre + estaño) no es tampoco sincrónica, encontrando focos metalúrgicos muy conocidos, El Argar en el sureste de la Península Ibérica, o en Italia central, donde se continúan utilizando cobres arsenicales, presumiblemente en aleación intencionada, teniendo que esperar a finales del milenio para que se generalice el uso del bronce de estaño. Esta situación ha llevado a pensar a Chapman que, en el área de El Argar, el nivel de innovación y producción de metales no alcanza las cotas apreciables en Centroeuropa o el Egeo , ni por los niveles de metales recuperados, apenas algo más que muchos de cada uno de los grandes escondrijos centroeuropeos, ni por la variabilidad tipológica y estilística de las producciones. Fuera de Europa, en Africa, la metalurgia alcanza en esta época zonas muy diversas, donde con anterioridad sólo se habían documentado objetos de cobre en los países ribereños del Mediterráneo, fruto de contactos comerciales con el sur de la Península Ibérica a lo largo del tercer-segundo milenios, en la parte occidental del Magreb o representaciones en grabados del Atlas marroquí. La metalurgia local se manifiesta por el uso y fundición del cobre nativo en Tigidit en el Níger, donde la presencia de hornos indican su fabricación local, así como en Guelb Moghrein en Mauritania, aunque ya en el primer milenio, y a partir de mineral de cobre local. El bronce no es conocido en Africa hasta época histórica, incluido el Egipto faraónico, a pesar de usarse el cobre desde la época predinástica. Otro hecho interesante es que en determinadas zonas la aparición de la metalurgia del hierro es anterior a la del cobre y del bronce.