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También en la urbanística se consideraban los romanos alumnos de los etruscos. Conocida es la leyenda de que la propia Roma fue fundada según el ritual que éstos elaboraron, y que revestía particular complejidad. Tras la toma de augurios, debía limitarse en el campo el pomerium o perímetro sagrado de la urbe. Para ello, se uncían una vaca y un buey blancos a un arado, y se trazaba un surco cuidando de que la tierra arrancada cayese hacia el interior: así quedaban simbolizados el muro y el foso. El surco dibujaba un recinto cuadrangular, levantándose el arado del suelo sólo en los futuros emplazamientos de las puertas. Después, se trazaba la trama de las calles en el interior del pomerium. Aquí difieren ya las opiniones. Según un criterio -el que seguirían los romanos en su fundación de campamentos y colonias-, dos grandes calles (el cardo, de norte a sur, y el decumanus, de este a oeste) constituirían la base de la retícula; según otro, los "conocedores de la disciplina etrusca afirman que no eran consideradas verdaderas ciudades por los fundadores de ciudades etruscas las poblaciones en las que no hubiesen sido dedicadas y votadas tres puertas y otros tantos templos a Júpiter, Juno y Minerva" (Servio, ad Aen. 1, 422). Pero ambos criterios son posiblemente conciliables, y lo que resaltan, de cualquier modo, es el papel que desempeñaba también en este campo la ciencia de los arúspices: para ellos, el cielo, y cualquier espacio en general, se divide en sectores positivos (en particular, el cuadrante NE) y negativos (el cuadrante NO, sobre todo), y esto puede determinar el cierre de alguna puerta o la colocación de templos y santuarios.

Hoy por hoy, se piensa, sin embargo, que tal problemática se planteó raras veces, de hecho, en las ciudades tirrenas. Lo más probable es que las ciencias augurales no se desarrollasen en Etruria hasta el siglo VI a. C., cuando los principales asentamientos habían elaborado ya su organización interna de una forma natural. A veces se aprecia, desde luego, alguna tendencia a la distribución en cuadrícula (por ejemplo, en la Piazza d'Armi de Veyes), pero quizá se deba a alguna causa concreta, y, desde luego, para obtener conclusiones más fidedignas, faltan excavaciones extensas en las principales urbes. En estas circunstancias, sigue siendo casi única la situación de Marzabotto, una colonia etrusca emplazada en el paso desde el valle del Amo hacia la llanura del Po. Desconocemos su nombre antiguo, pero, gracias a la labor de los arqueólogos, podemos determinar bien su trazado y apreciar en su organización evidentes paralelos con otras colonias tirrenas menos conocidas, como Bolonia (la antigua Felsina) o Capua, símbolos ambas de la expansión etrusca por Italia durante el siglo VI y a principios del V a. C. Marzabotto, fundada hacia el 500 a. C., resulta sin duda una ciudad peculiar. Sus calles cortadas en ángulo recto, sus manzanas de casas de tamaños similares, destinadas a ser repartidas de forma equitativa entre los colonos, nos recuerdan inmediatamente la urbanística colonial griega, conocida por ejemplos tan antiguos como Megara Hiblea, en Sicilia (siglo VII a.

C.). Su distribución fue tan conscientemente trazada según los puntos cardinales, que incluso se han encontrado las piedras que usaron los topógrafos o qromatici para marcar perfectamente las direcciones. Pero, por encima de este idealismo geométrico, presente también en algunas ciudades griegas, merece reseñarse sobre todo, y una vez más, el peculiar sentido práctico de los etruscos -red completa de cloacas, cuatro calles (una de Norte a Sur, tres de Este a Oeste) de hasta 15 m de ancho, con sus aceras- y no pasar por alto la curiosa disposición de los espacios públicos. En la propia ciudad, éstos parecen reducirse a las calles, pues, entre vivienda y vivienda, sólo se ve espacio para algún que otro taller (hornos para tejas y para metales, por ejemplo). Los templos, en cambio, se concentran en un altozano algo apartado, casi a las afueras de la urbe, evocando la situación de las acrópolis griegas, pero sin su función defensiva. Mas lo realmente curioso en Marzabotto, a no ser que excavaciones futuras nos reserven alguna sorpresa, es la falta de algo tan necesario en una ciudad griega o romana como es una gran plaza, sea ágora o foro. Posiblemente se celebrara el mercado en las calles anchas, o fuera de la ciudad, pero sólo se nos ocurre, para justificar tal ausencia, pensar en la propia estructura aristocrática y jerarquizada de la sociedad etrusca: para la nobleza, la plaza pública significó siempre un centro de reunión y rebeldía de la plebe. De hecho, las únicas explanadas vacías que conocemos con certeza en las ciudades tirrenas son las que se mantenían delante de los templos, destinadas sin duda a servir de centros de observación y vaticinios para los arúspices.

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