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Antes de referirnos a los aspectos más visibles de la urbe etrusca, esto es, a sus obras arquitectónicas, será bueno que aludamos, siquiera de pasada, a ciertos aspectos de ingeniería. Los propios romanos, que tanto sobresalieron en la construcción de vías, puentes, acueductos y otras obras de infraestructura, siempre consideraron maestros suyos, en el campo de la hidráulica, de la topografía y de la urbanística, a sus vecinos del norte. Y, en efecto, hasta hoy han pervivido huellas indelebles de fosos creados o acondicionados para el paso de caminos (en las cercanías de las ciudades, por ejemplo), y sobre todo canalizaciones subterráneas. Estos túneles, por lo demás, demuestran profundos estudios del terreno. En Veyes, el Puente Sodo es una galería de 70 m de longitud y 3 m de anchura, que le crea un curso artificial al río Cremera para evitar sus devastadoras crecidas. También en Veyes y su territorio, redes de conejeras, taladradas en ligero desnivel y con accesos verticales desde la superficie del suelo, sirven en unas ocasiones como acueductos y en otras como desagües. En Chiusi, la red de cloacas de la ciudad es tan compleja que posiblemente dio pie, ya en época romana, a una leyenda: se decía que era la parte subterránea de la tumba construida para el rey Porsenna: "En el interior de su base cuadrada se abre un laberinto inextricable. Si alguien entrara en su interior sin una pelota de hilo, no podría encontrar la salida" (Plinio, N. H., XXXVI, 91). Por desgracia, es casi imposible dar una cronología concreta para cada una de estas obras; sólo podemos asegurar que este afán ingenieril, tan propio de los etruscos y tan ajeno a los griegos, estaba ya desarrollado en el período arcaico; de entonces es, sin ir más lejos, la Cloaca Máxima de Roma, realizada bajo la monarquía etrusca.

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