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La mayor parte de los autores coinciden en observar un proceso de recesión económica para el Mediterráneo occidental, e incluso para la Europa templada a partir del siglo V a.C., que, sin embargo, se hará efectivo un siglo después. Indudablemente, los cambios que se propician a partir de este siglo son significativos respecto al periodo anterior, no sólo porque suponga el hundimiento del rico mundo orientalizante y porque los productos que circulen ya no sean los excepcionales objetos del siglo VI a.C., y sí piezas comunes y estandarizadas, sino porque todo el sistema de redes de circulación de productos cambia sustancialmente. De hecho y como recoge Collis, algunos síntomas dejan ver la nueva situación; de una parte, se produce un interés de los mercados griegos por la Europa suroriental, que se observa en el auge de las relaciones con el mar Negro; de otra, griegos y etruscos deciden buscar nuevas vías para acceder a Centroeuropa, a través de los pasos alpinos del norte de Italia, de ahí la competencia abierta entre unos y otros por controlar la vertiente adriática con la fundación griega de Spina y etrusca de Marzabotto; por último, hay que añadir que el Mediterráneo occidental daba para esta fecha signos evidentes de una competencia romano-cartaginesa cada vez más conflictiva. De hecho, Marsella disminuye en su papel de centro fundamental de intercambio, como lo muestra la baja de los hallazgos de cerámica de figuras rojas respecto a la de figuras negras de la etapa anterior y ello puede estar en directa relación con el control cada vez mayor que Cartago ejerce sobre las rutas del sudoeste mediterráneo, lo que se avala en el estudio de A.

Arribas sobre el pecio del Sec, un cargamento de productos griegos hundido en un puerto mallorquín controlado por los cartagineses, que se dirigía a cubrir la demanda de productos del sur y del levante de la Península Ibérica. En todo este entramado de razones no hay que olvidar el giro producido en los talleres de cerámicas ahora controlados por las producciones de figuras rojas áticas y, sobre todo, sus tipos estandarizados de baja calidad, como el kylix del Pintor de Viena 116 o por las producciones de la Magna Grecia que imitan prototipos áticos. Se ha de añadir que este giro en la estrategia de los intercambios se produce, además, por razones internas de las sociedades receptoras, que sufren procesos hacia la atomización del poder político, como lo muestran los modelos nucleares de los asentamientos del Guadalquivir o el sur de Francia o los conflictos internos sufridos en áreas como la lucana, que afectan de modo tan directo al desarrollo de algunas colonias de las vertientes tirrénica y jónicas y la gestación de una base social más amplia receptora de productos importados. El proceso se ajusta a lo que en algún momento se ha definido como los síntomas de isonomía de las sociedades indígenas, y que no deben presuponer un proceso democratizador al estilo griego, sino una tendencia hacia un modelo social de oligarquías aristocráticas, es decir, una isonomía sólo entre iguales. Este factor está en la base de las nuevas demandas y justifica seguramente muchos de los cambios producidos.

Si se hace una valoración global de los ajuares de los enterramientos en los siglos V y IV, se observará que las tumbas ricas son menos ricas y las pobres menos pobres. El proceso que marca el paso del siglo V al IV a.C. va dejando a un lado las abundantes concentraciones características de las tumbas principescas, que todavía se documentan a fines del siglo V a.C. en casos como Melfi-Pisciolo, y va dando paso a un modelo de tumba masculina con los elementos propios del ritual del banquete y el simposio: las pinzas o el conjunto de vasos griegos que van desde la crátera al kylix y conforman el ritual del vino. Es interesante reseñar que este cambio advertido en la segunda mitad del siglo V a.C. no se muestra siempre igual, como lo deja ver la ausencia de las armas defensivas en Banzi, a fines del siglo V a.C., o por el contrario, su presencia en tumbas de inicios del siglo IV a.C. en Paestum en la Campania, una vez conquistada por los lucanos, en Forentum, en la Daunia y en las necrópolis del área ibérica. En cuanto al conjunto general de los enterramientos, en Forentum, a partir de la segunda mitad del siglo V a.C. se generaliza la presencia del kylix de barniz negro en muchos enterramientos, extendiéndose esta tradición durante el siglo IV; igual proceso se observa en la Península Ibérica, ya que desde fines del siglo V a.C. con la copa Cástulo y, sobre todo, a partir del segundo cuarto del siglo IV a.C. con el kylix Pintor de Viena, es frecuente que en tumbas significativamente pobres en ajuar y estructura se documente este tipo de producción cerámica.

El hecho se constata en Cabezo Lucero en Alicante, El Cigarralejo en Murcia, Baza en Granada o Cástulo en Jaén. Si en el caso italiano el proceso deja suponer la puesta en marcha de talleres coloniales de la Magna Grecia, en cambio, en el caso español, gracias a la documentación ofrecida por el pecio del Sec, no cabe duda que la producción es importada. Si bien es cierto que las importaciones y en general ciertos productos de valor llegan a una gran masa de población, también lo es que dentro de estas producciones algunos elementos sólo circulan en determinados sectores sociales, así la crátera, que es componente característico de los ajuares en el Alto Guadalquivir, sólo se asocia a las tumbas de cámara o a las grandes cistas, es decir, a tumbas de gran calidad constructiva. De este modo, se van definiendo por áreas distintos tipos de ajuar aristocrático y otra serie escalonada de ajuares que responden sin duda a razones sociales; en Baza los ajuares con kylix, por citar un caso, siempre se localizan en el círculo que se define en torno a una gran tumba aristocrática y se cierra por una serie de enterramientos en grandes cistas, lo mismo que aquellos que tienen la falcata, la característica espada curva ibérica, y el soliferreum. En otros casos como Cástulo o Forentum, la falcata o la espada se muestran como parte del ajuar aristocrático y, en cambio, aparece generalizada la lanza en el caso de Cástulo, o la lanza y la jabalina en Forentum. La distribución de estos productos y los diferentes niveles de ajuar siguen también modelos espaciales distintos; así, mientras en la Daunia se localizan las necrópolis en el interior de los asentamientos, y dentro de ellos se observan posiciones agrupadas según su riqueza, las tumbas más ricas de Forentum se localizan en la acrópolis junto a las residencias aristocráticas; en cambio, en el área ibérica del sudeste de la Península, las necrópolis son núcleos bien definidos, próximos y exteriores al oppidum y en su distribución interna las tumbas de cámara y, en general, las más ricas se disponen, como en Baza, Galera o El Cigarralejo, en una posición excéntrica desde donde disponen la distribución del resto de los enterramientos.

En el marco de estas tumbas complejas en ajuar, asimismo se advierten variantes significativas desde el punto de vista constructivo, que van desde las tumbas de cámara con frescos pintados en sus paredes en el área tirrénica, conquistada por los lucanos, o las de cámara ibéricas de la Bastetania, entre la provincia de Granada y Jaén, en casos como Galera o Toya, a los túmulos con empedrado del área murciano-alicantino-albaceteña (El Cigarralejo, Cabezo Lucero o Los Villares), o los enterramientos definidos por cenefa dibujada con cantos rodados en Cástulo. Conviene recordar que en el marco del Mediterráneo, el área italiana se decanta en este periodo por la inhumación, con variantes como el ritual samnio de posición supina o extendida y el tradicional daunio en posición fetal, mientras en la Península Ibérica es la incineración el modo de ritual dominante; es interesante citar que algunas zonas como la vieja área tartésica, después turdetana, no ha mostrado restos funerarios que se adscriban al periodo estudiado, lo que puede deberse a deficiencias en la investigación, pero también a tipos de ritual diferentes que no dejen huella, lo que implica un modelo que no produce circulación en el ámbito funerario y, sobre todo, una tradición cultural distinta.

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