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Son numerosas las órdenes, tanto monásticas como conventuales, que se enfrentan a serias dificultades internas, económicas y espirituales, que requieren un renovación: la crisis económica, los desórdenes introducidos por las oleadas de peste, o por las acciones bélicas, las nuevas inquietudes espirituales o la tremenda convulsión que significa el Cisma son las complejas causas de aquellas dificultades. Pero, además, las demandas de reforma, sentidas en toda la Cristiandad, hallan un amplio abanico de respuestas en el clero: movimientos de observancia en el seno de cada orden, a veces surgidos en medio de graves tensiones, creación de nuevas órdenes o reforma de las existentes hasta constituir, en la práctica, nuevas congregaciones, y un amplio y difuso movimiento reformador en el clero secular, que se traduce en la convocatoria frecuente de sínodos diocesanos que ordenan la vida parroquial y la organización de los cabildos catedralicios. Es un movimiento muy general que responde a los defectos tantas veces señalados, pero, sobre todo, a las mismas inquietudes espirituales que demandan una mayor perfección y, por ello, son más sensibles a las deficiencias que observan. En los monasterios benedictinos se aprecian muy bien aquellos males: la dificultad económica para sostener a sus comunidades; las agresiones en sus bienes, consecuencia de las dificultades económicas generales y del desorden, fuerzan a realizar encomiendas, es decir, a obtener la protección de los laicos, lo que constituye, a su vez, un grave mal, tanto por lo que significa de renuncia a la independencia respecto a los laicos, como por las pérdidas patrimoniales que suponen las propias encomiendas.

En los monasterios benedictinos el Cisma produjo una división que asestó los últimos golpes al centralismo cluniacense en que había residido su fuerza, y que impidió el normal desarrollo de instituciones vitales, como el Capítulo General para los cistercienses. La ruptura de vínculos entre los monasterios tiene también un efecto beneficioso, el de facilitar la reforma de aquéllos, mucho más numerosos de lo que una visión superficial permite suponer, que conservan una adecuada vitalidad y un alto tono espiritual. A comienzos del siglo XIV nacía, cerca de Siena, la abadía de Santa María de Monte Olivete, en torno a la que se irá formando una pequeña congregación de monasterios reformados, sistema luego utilizado de modo general. Fundación de Monte Olivete es Santa María Nova, en Roma, cuya influencia se deja sentir en la fundación de las oblatas de Santa Francesca Romama. También corresponde a Monte Olivete la reforma de los monasterios de Monte Casino y Subiaco. Benedicto XIII se ocupó especialmente de la reforma monástica para adecuarla a la nueva situación; una reforma, en primer lugar, de su propia orden, el Cister, pero también del monacato benedictino en general. En 1336 publicaba la bula universalmente conocida como "Benedictina" en la que se daban normas detalladas sobre la organización económica de las abadías, sobre el estudio de los monjes, y, sobre todo , se establecía una nueva organización de los monasterios, a los que se agrupaba en provincias, con capítulos trienales y la inspección de visitadores.

La reforma diseñada en la "Benedictina" chocó con numerosas dificultades: la rivalidad entre Canterbury y Westminster, la situación interna de Francia, la mala situación del monacato en Alemania, las reservas de muchos señores ante las visitas foráneas a monasterios sitos en sus territorios, o la resistencia de los propios monasterios a los visitadores. Estas dificultades impidieron que cumpliera la totalidad de objetivos, pero no que se consolidara el sistema de congregaciones, vehículo esencial de la reforma monástica. En 1390 nacía en Valladolid, por impulso de Juan I, un nuevo monasterio benedictino, peculiar en su soporte económico y en la disciplina claustral que en él se vive; junto a la liturgia benedictina, la plena y estricta vivencia de la regla, a la que se unen la oración personal y la meditación que las nuevas corrientes de espiritualidad requieren. Muy pronto, aunque no sin severas dificultades, san Benito se convertirá en la cabeza de un amplia congregación sobre la que el abad vallisoletano ejercerá una poderosa autoridad centralizadora. En Italia, en las décadas finales del siglo XV, se ampliaba la congregación de los Camaldulenses con la afiliación de nuevos monasterios; también en Italia, en Venecia, se reunía un grupo de jóvenes con inquietudes reformistas, que daba lugar al nacimiento de un cabildo de canónigos en San Nicolás de Lido. De esta canóniga saldrían el espíritu y las personas que, por encomienda de Gregorio XII, iban a ocuparse de la reforma e impulso de Santa Justina de Padua.

Este monasterio daría lugar también a una congregación de monasterios que aspiran a vivir estrictamente la regla benedictina en la que, sin embargo, introducen las novedades que venimos observando en las demás iniciativas, quizá en este caso más radicales todavía: fuerte autoridad del Capítulo General, y del abad de la casa madre, mientras los demás abades ven reducida su autonomía; en esta comunidad se convierten simplemente en representantes temporales de la autoridad del Capítulo. La congregación de Santa Justina se distingue también por la dedicación al estudio y por la sintonía con la línea de la "devotio moderna", potenciadora de la oración y la contemplación individual. Su influjo se extiende por toda Italia y también por España, Francia y Alemania, anexionando monasterios a su congregación, o inspirando otras iniciativas similares. En Austria, bajo el patronazgo del duque Federico, con apoyo de Martín V, la reforma benedictina se extiende por todo el país, así como por Baviera, a partir del monasterio de Melk, reformado según los usos de Subiaco. En las provincias eclesiásticas de Tréveris y Maguncia la reforma del benedictismo se ejerce a partir del monasterio de San Matías de Tréveris, bajo la dirección de Juan Rode; un benedictismo menos apegado a la letra de la regla y más preocupado por dar la adecuada respuesta que las nuevas corrientes de piedad requerían. Más de la mitad de los monasterios alemanes se incluyen en la comunidad de usos difundida desde San Matías por Rode.

Bursfelde fue el monasterio que difundió la reforma del benedictismo por la Alemania septentrional y occidental. En Francia, los efectos de las guerras dificultaron considerablemente la reforma, casi totalmente bloqueada por el control ejercido por la Monarquía sobre los monasterios, especialmente a partir de comienzos del siglo XVI. No obstante, se emprendieron reformas del benedictismo desde Cluny y desde Chezal-Benoît, en la diócesis de Bourges. Los monasterios cistercienses conocen también importantes dificultades, por causas similares a resto; no obstante, sería preciso un estudio de detalle al respecto que permitiera valorar adecuadamente el carácter de esas dificultades, el grado de crisis y las consecuencias de la misma. En el interior de la orden se produjeron movimientos de recuperación de la observancia. En Francia, desde Cîteaux y desde Val-Notre-Dame; en Alemania, donde los cistercienses dieron un gran impulso a los estudios, manteniéndose muy próximos a la universidad; y en los Países Bajos, donde los monasterios cistercienses mantuvieron amplios contactos con los círculos reformadores de la "devotio moderna". Los movimientos de reforma vienen produciéndose desde finales del siglo XIV en todos los monasterios hispamos; el mayor progreso de la reforma en general en estos Reinos, en particular en la Corona de Castilla, es, esencialmente, la razón de tales esfuerzos; también hay que tener en cuenta el debilitamiento de la cohesión interna de la orden que supone el Cisma.

En 1405, bajo inspiración de Benedicto XIII, se celebra un Capítulo General de las abadías hispano-portuguesas, con objeto de estudiar la reforma; en 1424 el Capítulo General de la orden encomendará a abad de Poblet un Capítulo de aquellas características, cuyos resultados no nos son conocidos. Será en el Reino de Castilla, aquel en el que más habían avanzado los proyectos reformadores, donde la reforma del Cister alcance un mayor desarrollo y, también, donde revista una mayor divergencia con lo anterior; no es una reforma dirigida por el Capítulo General, sino realizada a margen del mismo y en contra de su voluntad. Sin embargo, esta "Observancia regular de San Bernardo" era una vuelva a los primitivos orígenes de la orden. El impulsor de la reforma cisterciense será Martín de Vargas, clérigo jerezano, maestro en teología; llevará vida de claustro en el monasterio jerónimo de Santa Cecilia en Roma y será confesor de Martín V. Vuelto a España por razones que desconocemos, ingresó en el monasterio cisterciense de Piedra, filial de Poblet, donde se gestó la idea de reformar la Orden. En noviembre de 1425 obtenía permiso de Martín V para la construcción de dos eremitorios, o reformar dos monasterios existentes, donde instalarse con quienes compartiesen sus inquietudes, gozando de los privilegios cistercienses. Podían unirse todos los monjes que lo desearan, solicitado permiso de sus abades; la nueva comunidad estaría presidida vitaliciamente por Martín de Vargas, después durante un quinquenio por un abad electo y luego mediante priores trienales.

Así nació, sin obstáculos, el monasterio de Montesión, en Toledo, pero sus roces con el Capitulo comenzaron cuando introdujo la reforma en el monasterio de Valbuena (Valladolid) y en el de Valdeiglesias (Madrid). La reforma parecerá estancada durante varías décadas hasta que los proyectos reformadores de los Reyes Católicos den el definitivo impulso a la Observancia cisterciense en sus Reinos, aunque la definitiva implantación de la reforma nos lleve a los primeros años del reinado de Carlos I. Los cartujos conocieron, desde las dos décadas finales del siglo XV un notable proceso de crecimiento, dentro de un número de monasterios más bien modesto. Su fuerte vida contemplativa mantenía relación con la espiritualidad más introspectiva que se desarrolla en la época: su importancia viene dada más por la influencia que tuvieron en la espiritualidad de otras órdenes y movimientos que por el número de sus monasterios. En el Reino de Castilla los cartujos constituyen una parte importante de la reforma iniciada en el reinado de Juan I. Las fundaciones de El Paular y de Miraflores constituyen los ejemplos de esa influencia cualitativa, sin duda muy importante. Otra respuesta eremítica es la que da lugar al nacimiento de los jerónimos; es una solución de vida eremítica que viene surgiendo en distintos lugares de la Cristiandad, sin otra conexión entre sí que la evocación de la figura de san Jerónimo. Las prácticas de vida comunitaria de estos eremitas provocan sospechas hacia ellos por parte de las autoridades eclesiásticas, lo que les induce a buscar su regularización.

Gregorio X, en 1373, otorgaba estatuto monástico al monasterio de Lupiana y permiso para la fundación de cuatro monasterios de eremitas. Su fama observante hace que sobre ellos recaiga la atención del grupo de reformadores que actúa en la Corte de Juan I de Castilla, quien, en 1389, les encomendaba el monasterio de Guadalupe, hito decisivo que orienta la vida futura de los jerónimos. Los jerónimos experimentan a partir de ese momento un rápido crecimiento que lleva sus monasterios a todo el reino de Castilla y también al de Aragón; con ellos adquiere la Reforma un nuevo elemento de difusión: en relación con los jerónimos ha de ser vista la reforma franciscana, que fundará en Castilla la Aguilera y el Abrojo, imprescindible para explicar la formación personal de Cisneros, que viene a ser el eslabón final de la Reforma hispana, de tan fecundas consecuencias para la vida de la Iglesia.

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