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Pontificado y cultur

Desarrollo


La confrontación intelectual y el debate abierto en las concepciones políticas tiene una fuerte incidencia en el mundo universitario; éste se ve sacudido por aquellas polémicas, además de las circunstancias políticas, militares, económicas y espirituales. La guerra entre Francia e Inglaterra, las nuevas demandas de reforma o vías de piedad, la ruptura de la Cristiandad o el problema conciliar, aun no siendo problemas académicos tuvieron una incidencia decisiva en el mundo universitario. Los fuertes debates intelectuales tuvieron, naturalmente, una influencia decisiva. Aplicar el término crisis a la vida universitaria es frecuente, y hace paralelo con otras crisis que conocen una fuerte agudización durante el siglo XIV; en este caso parece más adecuado hablar de transformaciones, alguna de ellas lo suficientemente importantes como para modificar aspectos esenciales de la universidad, lo que no significa necesariamente decadencia. Se produce un evidente incremento en el número de centros universitarios que no significa un crecimiento paralelo del número de alumnos, sino su distribución en función de las nuevas circunstancias a las que nos vamos a referir; ese incremento suele más bien significar que algunos centros universitarios llevaran una languideciente vida. Como el resto del edificio intelectual y político, y también como la Cristiandad misma, la universidad perderá la unidad de sus enseñanzas y la universalidad de su cultura, arrebatados por las querellas políticas, doctrinales y teológicas, a impulso de los fortalecidos poderes públicos y comprometidas con los emergentes nacionalismos.

No servirá de mucho la voluntad pontificia de evitar la proliferación de facultades de teología para detener, al menos en este terreno capital, la multiplicación de doctrinas; fue imposible el mantenimiento de la unidad de enseñanza como también de la unidad de pensamiento. La ruptura de unidad tiene una evidente manifestación en la proliferación de centros universitarios; su número se multiplica en aquellos territorios que ya contaban con antiguas universidades y se extiende a aquellos otros que hasta ahora habían carecido de ellas: los países eslavos y escandinavos, Irlanda y Escocia. Esta proliferación no es la prueba de la buena salud de la institución universitaria, sino de la irrupción de diversos factores que impulsan la creación de nuevas universidades, pero poniendo la institución universitaria al servicio de sus particulares intereses. Hacia 1300, Europa cuenta con 20 universidades; un siglo después, casi es ese mismo el número de las universidades italianas, el grupo más numeroso; a finales del siglo XV el número de universidades europeas es de 80, aproximadamente. El desarrollo de los Estados y la creciente burocratización, convirtió a la universidad en el centro ideal de formación de esos burócratas al servicio de las Monarquías. Inevitablemente, la universidad adquiría una orientación profesional que la convertía en un precioso auxiliar. Demasiado precioso para el poder como para permitir que se le escapase su control; la tendencia de cada Monarquía, de cada príncipe o de cada ciudad o república, es disponer de su propia universidad.

El nacionalismo y los enfrentamientos de la época agudizan la tendencia a que los naturales del Reino se eduquen en la propia universidad, y a impedir que viajen a otras universidades foráneas. La universidad pierde el carácter universalista que había caracterizado su nacimiento; pierde también una parte de su autonomía. La fundación y sostenimiento de la institución no se debe a iniciativas particulares, ni a los estudiantes, sino al patrocinio de las Monarquías o grandes mecenazgos a cuyo servicio están las nuevas universidades. Las querellas doctrinales producen desplazamientos de maestros que, en ocasiones, son el origen de otras universidades en las que se acogen las doctrinas rechazadas o los maestros perseguidos. Similares consecuencias tiene la guerra entre Francia e Inglaterra, el Cisma o las diferentes guerras civiles, en particular en Francia e Italia; o también las respuestas heterodoxas como las de Wyclif o Hus. Proliferación indudable, y también transformaciones; algunas de las universidades, con un número demasiado pequeño de estudiantes, languidecieron, y otras vieron afectado su prestigio por su excesiva vinculación a posturas filosóficas o doctrinas políticas. La intrusión de los poderes extrauniversitarios en la vida de la universidad hizo que los maestros perdieran también parte de su libertad de enseñanza. La participación partidista en algunos de los grandes acontecimientos de los siglos XIV y XV hizo que algunas universidades apareciesen a veces como faros intelectuales, pero también las convirtió en portavoces de radicalismos y nacionalismos y en protagonistas de tumultos.

Su prestigio no se vio favorecido por ello. Lo que se ha denominado esclerosis del método es otro aspecto que debe ser tenido seriamente en cuenta. En una época en que bullen los espíritus en demanda de soluciones a nuevos problemas, la universidad aparece encerrada en las doctrinas de sus autoridades, en su rutina dialéctica, en el desinterés por los nuevos estudios: la filología o el naciente Humanismo; no aparece como el organismo dotado de la necesaria vitalidad para dar respuesta a las nuevas inquietudes. Acaso, medicina constituye, por su carácter más técnico, una excepción a esa esclerosis del método; progresa en esta facultad el estudio de las hierbas medicinales y el conocimiento del cuerpo humano, al autorizarse, desde mediados del siglo XIV, aunque con numerosas cautelas, la disección de cadáveres. Un fenómeno de gran interés es la fundación de colegios en las grandes universidades, con la finalidad de acoger a estudiantes sin recursos para el desarrollo de sus estudios; no se trata de fundaciones de caridad, sino del intento de formar hombres de valía, independientemente de su condición económica, al servicio de las Monarquías o del Pontificado. El primer ejemplo es el "Colegio español" creado en Bolonia por el cardenal Gil Álvarez de Albornoz. En todas las grandes universidades funcionan estos colegios, desde finales del siglo XIV, y se generalizan en el siglo XV. Son los casos de la Sorbona, Navarra, Clermont, Montaigu, Lisieux y otros, en París; en Oxford, Queen's, New College, Madelen o All Souls; en Cambridge, Kings y Trinity College; en Praga, el Collegium Carolinum; en Salamanca, el colegio de San Bartolomé y Anaya, y en Valladolid, el de Santa Cruz.

Muchos de los aspectos políticos, académicos y eclesiásticos estudiados deciden la fundación de nuevas universidades. En 1347 nace la universidad de Praga, como resultado de la voluntad de Carlos IV de fundir a germanos y eslavos en una cultura común, y de difundir el estudio de la teología entre los eslavos; se organiza en cuatro naciones, bávara, sajona, checa y polaca, viviendo un sutil equilibrio hasta que el nacionalismo checo de Hus y sus seguidores desplace a las otras naciones. Muchos príncipes quisieron contar con universidades propias dentro de sus Estados. Es el caso del duque de Austria, fundador de la de Viena en 1365; Casimiro el Grande, Cracovia, 1360; la fundación de Upsala y Copenhague casi simultáneamente hace que los estudiantes suecos y daneses dejen Colonia y París. Las rivalidades políticas y comerciales entre las repúblicas italianas favorecen la creación de nuevas universidades o el desarrollo de las ya existentes: Pisa, Florencia, Pavía, Padua, Ferrara, Piacenza, Milán. Otras nacen a impulso de ciudades importantes, como la hanseática Rostock, a la que seguirán Tréveris, Maguncia, Tubinga, Friburgo y otras. La guerra, en particular el enfrentamiento entre Francia e Inglaterra, y la división generada por el Cisma tienen amplias consecuencias en la orientación y fundación de universidades. La universidad de París se comprometió gravemente en la justificación del asesinato del duque de Orleans y también en la revolución "cabochiana"; además su abierta simpatía hacia la causa anglo-borgoñona será causa de cierto declive y de la distancia con que será vista en el futuro por Carlos VII y Luis XI.

El delfín Carlos VII funda la de Poitiers, lógicamente defensora del legitimismo Valois; los ingleses replicarán fundando la de Burdeos, y también la de Caen, una vez perdido el control de París por la doble Monarquía. El duque de Borgoña fundará las universidades de Dôle y Lovaina para acoger a los estudiantes borgoñones expulsados de París. Leipzig nace al abandonar Praga los maestros y estudiantes alemanes ante la presión del nacionalismo checo. El estudio de Dublín nace y, sobre todo, se refuerza a causa del distanciamiento anglo-irlandés y tras la expulsión de los irlandeses de Oxford; similar es el caso escocés, que motiva la fundación de las universidades de Saint-Andrews, Glasgow y Aberdeen. La posición favorable de la universidad de París hacia el Papado aviñonés hizo que la abandonaran muchos maestros que dieron lugar al nacimiento de numerosas universidades alemanas, dentro de la obediencia romana: Erfurt, Heidelberg, Colonia. Consecuencias similares tuvo el nominalismo, provocando movimientos de maestros y la decantación de las universidades por una de las vías. La protección del Pontificado justifica el desarrollo alcanzado por Aviñón, y su posterior decadencia, como consecuencia de la partida de los Papas. En Roma, la "Sapienza" cobrará nuevamente importancia gracias a la protección de Eugenio IV. Clemente VII y Benedicto XIII favorecieron a las de Salamanca, Valladolid, Lérida y Perpiñán; las castellanas, en especial Salamanca, recibirán nuevos favores de Martín V, en consideración al apoyo que recibía el Pontífice de la Monarquía castellana. Ya en el siglo XV nacen las universidades de Barcelona, Zaragoza, Gerona, Mallorca y Alcalá de Henares, muchas de ellas como fruto directo del impulso regio.

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