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Datos principales


Rango

Imperio ProtoBizanti

Desarrollo


Mayor trascendencia para el futuro del Imperio Proto-Bizantino tendrían los llamados problemas religiosos surgidos en este siglo V. Desde un punto de vista teológico dichos problemas nacían de la misma indefinición y dificultades de la doctrina cristiana de aunar su fundamental monoteísmo de tradición judía, representado en la figura de Dios Padre, con las otras dos Personas Divinas de la Santísima Trinidad, el Hijo y el Espíritu Santo, exigidas tanto por la misma realidad histórica del Cristianismo como por el fundamental Neoplatonismo que desde muy temprano informó a su teología. Pero con una óptica intraeclesial los problemas religiosos de la época hundían sus raíces en la existencia de tres grandes regiones eclesiásticas en Oriente, cada una de ellas basada en una poderosa sede episcopal y en una antigua y prestigiosa escuela teológica: Grecia y Asia Menor, con la importancia creciente del obispo de Constantinopla; Siria, con una iglesia muy singularizada, con su literatura en lengua siriaca, con la escuela de Antioquía y el influjo social de sus santones o estilitas; y Egipto, también una iglesia muy personal con su literatura en lengua copta, con su prestigiosa sede y escuela de Alejandría, y la fuerza social de sus fanáticos monjes del desierto. Desde un punto de vista dogmático la confrontación y rivalidad entre las escuelas de Antioquía y de Alejandría hundía sus raíces en los tiempos de Luciano de Samosata y Orígenes, respectivamente.

Por su parte, los obispos representantes de cada una de esas importantes sedes episcopales buscaban afanosamente hacerse con el mayor número de obispos e iglesias clientelares, tanto desde un punto de vista teológico como personal. Las masas populares veían en las discusiones teológicas -que difícilmente comprenderían- la puesta en tela de juicio de la capacidad de liderazgo y patrocinio de sus líderes religiosos, en cuya intermediación salvífica y sociopolítica y caridad confiaban, y hasta el mismo sentimiento de dignidad personal transferida a la colectividad por parte de unas gentes abrumadas por las miserias y dificultades del siglo. Ya en el siglo IV Apolinar de Laodicea (Siria) había sostenido que el alma humana de Cristo carecía de voluntad propia, siendo preponderante la divina; pero que sin embargo la carne había sido tomada por la naturaleza divina (del logos), y por tanto Cristo habría sufrido realmente los padecimientos de la carne. Contra dicha doctrina habría escrito después Teodoro de Mopsuestia (Siria), sosteniendo la perfecta diferenciación entre las naturalezas humana y divina de Cristo, siendo en sí cada una una persona, por lo que sólo habría sufrido el hombre Cristo. Pero al ser elevado en el 428 a la sede de Constantinopla, de creciente importancia, el sirio Nestorio había atacado frontalmente las doctrinas apolinaristas. Celoso de dicha preponderancia y seguro del apoyo de sus monjes, el patriarca Cirilo de Alejandría, hombre de vigoroso carácter y brillante pluma teológica, se opuso radicalmente a dichas enseñanzas, llegando a afirmar que las dos naturalezas de Cristo se encontraban unidas en una unión indisoluble, siendo sólo independiente la sustancia humana de la divina.

Aunque las diferencias entre Nestorio y Cirilo se basaban en su distinta concepción de la naturaleza de dicha unión y en la diferente interpretación que cada uno de ellos daba a los términos filosóficos de hypostasis y ousia, la personalidad de ambos y las razones sociológicas y eclesiales antes señaladas hicieron imposible toda solución de compromiso. Habiendo conseguido Cirilo el apoyo del papa romano Celestino, poco ducho en estas sutilidades teológicas de la lengua griega y mal informado, lograría la reunión de un concilio ecuménico en Efeso en el 431. Aunque la reunión no careció de irregularidades -no asistieron obispos sirios, supuestos partidarios de Nestorio- el alejandrino logró su objetivo: la condena como herejía del Nestorianismo y la expulsión de su sede de Nestorio. Desgraciadamente esta victoria ensoberbeció a la sede de Alejandría, y el sucesor de Cirilo, el mucho menos escrupuloso Dióscuro, pretendió con el favor de la emperatriz asentar su total predominio y el de su sede en la Cristiandad oriental en un nuevo concilio ecuménico a reunirse en Efeso en el 449. El llamado por la tradición ortodoxa y católica Latrocinio de Efeso significó el paroxismo de las ambiciones alejandrinas: deposición del contemporizador obispo capitalino Flaviano y rebajamiento jerárquico del patriarcado de Constantinopla, y aceptación de una versión radicalizada de las doctrinas de Cirilo que suponía ya un evidente Monofisismo (existencia de una sola naturaleza, la divina, en Cristo).

Sin duda, tanto en el terreno dogmático como en el eclesial, Alejandría y Dióscuro habían ido demasiado lejos, la mayoritaria oposición de las Iglesias orientales y del Papado aconsejarían al poder imperial convocar en el 451 un nuevo concilio ecuménico, esta vez en Calcedonia en la proximidad del propio gobierno imperial. El sínodo de Calcedonia significó la total ruptura entre la ortodoxia y el Monofisismo, al tiempo que puso la primera piedra del futuro cisma entre las iglesias de Roma y de Constantinopla. En el plano teológico se buscó una solución intermedia, aunque sin demasiado éxito, definiéndose a Cristo como existente en dos naturalezas, y no compuesto indisolublemente de dos, como había pretendido Cirilo. En el terreno eclesial su famoso canon 28, que el papa León el Grande se negó a reconocer, establecía la suprema igualdad jerárquica entre las sedes de Roma y Constantinopla, al tiempo que se recompensaba al obispo de Jerusalén, Juvenal, con la conversión de su sede en patriarcado, por haber abandonado la causa de Dióscuro de Alejandría. A partir de ese momento los enconos entre los diversos conjuntos eclesiales de Oriente se hicieron más agudos, mezclándose con la misma política imperial, en cuya Corte había partidarios de las más varias soluciones. Mientras en Siria y en Egipto, las principales regiones donde prendió la herejía monofisita, a las causas tradicionales antes citadas se unió un cierto orgullo nacionalista en sus Iglesias y un claro deseo de descentralización política por parte de sus grupos dirigentes.

En Egipto, tras el 451, la mayoría de los patriarcas ortodoxos de Alejandría tendrían que ser impuestos por las armas imperiales. Por el contrario la situación en la Iglesia siria sería algo más compleja, dominando sólo el sector monofisita a partir del patriarcado de Severo de Antioquía (512-518) y mediante la labor de dos destacados teólogos como fueron Filoxeno de Mabog y Severo de Pisidia. La revuelta de Basilisco en el 475, que se apoyó en los sectores monofisitas de la corte y de las provincias orientales, puso al gobierno de Constantinopla ante la necesidad de llegar a algún tipo de solución pactada. Cosa que intentaría conseguir en el 482 el emperador Zenón con la proclamación del "Henotikon", o edicto de unión en el que se intentaba soslayar la principal dificultad dogmática evitando aludir a la existencia de una o dos naturalezas en Cristo. Pero como todas las soluciones intermedias impuestas desde el poder el Henotikon no convenció a casi nadie, provocando si cabe mayor confusión con el cisma de las Iglesias occidentales y Roma (Acacianismo, 471-489), al que se uniría el patriarca de la capital, Eufemio, que tuvo que ser desterrado en el 497. Dificultades que no fueron sino la consecuencia de la decisión extrema adoptada por el nuevo emperador Anastasio, que apostó decididamente por el Monofisismo buscando el apoyo de los sectores urbanos de las provincias orientales. Posicionamiento que acabó por provocar la oposición abierta de sectores mayoritarios de la capital.

Tras la deposición del patriarca Macedonio en el 511 se produjo la peligrosa rebelión de Vitaliano (513-515), que contó en su teórica defensa de la ortodoxia con el apoyo de las tropas bárbaras y regulares estacionadas en Tracia, de las que era comandante, así como de una gran multitud de campesinos balcánicos. Al final, pues, la intervención del poder imperial en las querellas teológicas no habría conseguido más que enconar los ánimos, radicalizando las diferencias existentes. El enconamiento de las posturas religiosas en Bizancio a lo largo del siglo V se veía favorecido, y en buena parte se explica, por un acelerado proceso de reestructuración sociopolítica en todo el Imperio. En esencia dicho proceso se resumía en los intentos de diversos grupos e individualidades dirigentes por constituir agrupamientos sociales verticales jerarquizados, y en los deseos de las masas populares de unirse a aquellos agrupamientos verticales que les ofrecieran mayores ventajas materiales y un mayor sentimiento de seguridad. Proceso de reestructuración sociopolítica en el que por lo tanto resultaba esencial la búsqueda de cualquier elemento que pudiera fortalecer el sentimiento de identidad interna al grupo y de diferenciación frente a los demás. Naturalmente frente a estos movimientos centrífugos se encontraba siempre ubicado el poder imperial, defensor del centralismo y uniformidad en beneficio propio. Para ello los gobiernos imperiales contaban con dos principales instrumentos: la política legislativa y la fiscal.

Esta última, basada en el mantenimiento y mejora del sistema creado por Diocleciano y Constantino a principios del siglo IV, suponía para el Estado poder contar con unos ingresos regulares y cuantiosos de numerario, único medio de costear los principales instrumentos de poder como eran el poder coactivo de un ejército de maniobra, más o menos al margen de dichos agrupamientos sociales verticales, y una propia clientela sociopolítica compuesta por los agentes de la burocracia, de la población beneficiada asistencialmente de la capital y por grandes comerciantes, todos ellos interesados en el mantenimiento del Estado centralizado y de una fiscalidad que les alimentaban o facilitaban una producción y tráfico sectoriales de mercancías en el Mediterráneo. El marco jurídico legislativo del poder central para el siglo V quedó definido en el 438 con la publicación en este año del llamado Codex Theodosianus. Con valor para ambas partes del Imperio -se publicó también bajo la autoridad del emperador Valentiniano III- el Código de Teodosio reunía constituciones imperiales del siglo IV y algunas anteriores, a partir del precedente y modelo de anteriores colecciones privadas, como la Hermogeniana y Gregoriana. La labor de la comisión encargada de redactar el código consistió en la recopilación, ordenación temática en libros y capítulos y en la eliminación, en la medida de lo posible, de incoherencias y contradicciones.

Valores que la convirtieron en base principal para mantener un cuerpo de doctrina y aplicación jurídica uniforme en todo el ámbito del antiguo Imperio Romano, en un momento precisamente en que éste estaba a punto de disgregarse en Occidente, pues su formato y muchos de sus principios servirían para redactar los nuevos códigos legales de los Estados romano-germánicos, especialmente a partir del llamado "Breviario" del rey visigodo Alarico II en el 506. El otro instrumento ideológico de unidad imperial constituido en tiempos de Teodosio II sería la fundación de la llamada Universidad (Auditorium) de Constantinopla en el 425. Se creó con 31 cátedras (16 griegas y 15 latinas) de Gramática, Retórica y Filosofía, cuyos titulares eran seleccionados por una comisión examinadora del Senado, obteniendo la importante dignidad de condes de primer orden tras un servicio de veinte años. Su importancia para el futuro sería muy considerable, pues se constituiría en un elemento esencial para la preservación de la herencia literaria de la cultura clásica durante toda la vida del Imperio Bizantino. Las menores necesidades de numerario por parte del Estado como consecuencia del final de los tributos al Imperio húnico de Atila permitieron a Marciano aligerar la presión fiscal, especialmente en beneficio de los senadores al abolir el impuesto a pagar por la propiedad fundiaria de éstos, suprimir el gravoso donativo a dar a la multitud por los cónsules al entrar en su cargo, y librar a los pretores de los gastos por los espectáculos circenses.

Marciano, además, pudo condonar las deudas fiscales contraídas por los ejercicios del 437 al 447. Y a pesar de ello la Hacienda imperial contaba a la muerte de Marciano con un fondo de 100.000 libras de oro, al decir de Juan de Lydo. Más problemático desde el punto de vista hacendístico fue el reinado de León I, como consecuencia de los cuantiosos gastos ocasionados por la fracasada expedición contra el Reino vándalo del 468, habiendo tenido entonces que equilibrar el presupuesto mediante procedimientos confiscatorios. Innovadoras fueron ciertas reformas administativo-militares de León, que supusieron el comienzo de la destrucción de la sistemática diferenciación entre administración civil y militar en las provincias introducida por Diocleciano; que de momento se concretaron en la creación de los gobiernos militares (comitivae) de Pamfilia, Pisidia y Licaonia. El reinado de Zenón se caracterizó desde el punto de vista de política interior por sus endémicas dificultades presupuestarias, ocasionadas por el déficit recibido y por los gastos militares causados por las frecuentes rebeliones que tuvo que enfrentar. Por eso el reinado de su sucesor Anastasio se caracterizaría por una política de austeridad y una serie de importantes reformas fiscales y monetarias destinadas a elevar los ingresos estatales por la vía del aumento del PIB del Imperio y no de la presión tributaria. Para dichas reformas Anastasio pudo contar con la inestimable ayuda del prefecto del Pretorio oriental Policarpo, de Juan de Paflagonia (Conde de las sagradas larguezas), y muy especialmente de Marino, un oficial de la Prefectura del Pretorio de Oriente.

Anastasio procedió a una nueva regulación de los fundamentales impuestos directos sobre la productividad de la tierra (capitatio-iugatio), generalizando su pago en dinero (adaeratio) mediante la fijación de una tasa de conversión más favorable para los sujetos pasivos, y reduciendo al mínimo imprescindible la obligación de vender al Estado determinados bienes de consumo a un precio de tasa (coemptio), que había sido causa de frecuentes abusos y corruptelas por parte de la Administración. A partir de entonces en el Imperio Bizantino los impuestos sobre la tierra quedaron asimilados a una contribución en dinero. Con el fin de controlar la corrupta administración fiscal en sus fases impositivas y recaudatorias Anastasio creó también la figura de los vindices, como supervisores de la Administración central sobre los gobernadores provinciales y los funcionarios municipales. Con todas estas medidas Anastasio pudo conseguir un claro saneamiento de las finanzas estatales y aumentar las disponibilidades en numerario; y en el momento de su muerte la Hacienda contaba con unas extraordinarias reservas de 320.000 libras de oro. Lo que permitió al emperador realizar dos medidas especialmente juzgadas por los contemporáneos como favorables para el desarrollo de las actividades mercantiles y artesanales: la supresión del Crisargiron y la creación de una nueva moneda fraccionaria de bronce. El primero era un pesado impuesto a pagar en moneda de oro y plata por parte de todos los afectos a alguna actividad comercial, profesional o artesanal, y calculado sobre una tasa elevada en razón del capital del sujeto pasivo y no sobre su auténtica productividad. Suprimido en el 498 su pérdida para la Hacienda pudo ser compensada mediante una administración más ajustada del patrimonio inmobiliario imperial (Res privata), creándose un nuevo Ministerio (Sacra Patrimonium) a tal fin. Por su parte la creación de una moneda de bronce con un valor estable frente al oro se hizo a imitación de intentos anteriores por parte de Odoacro y del Reino vándalo: sin duda favoreció el desarrollo del pequeño comercio y supuso ganancias suplementarias para la Hacienda imperial, al cambiarse por oro a una tasa algo mayor que el coste real de acuñación.

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