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El affaire Dreyfus sacó a la luz muchas de las contradicciones de la III República francesa, el régimen nacido en 1870 de la derrota militar de Sedán ante Alemania. El affaire fue, en origen, un error judicial. En septiembre de 1894, el Servicio de Inteligencia del Ejército francés descubrió un borrador destinado al agregado militar alemán en París en el que su autor le anunciaba el pronto envío de secretos militares franceses. El 15 de octubre, era detenido como presunto autor del borrador el capitán de Estado Mayor Alfred Dreyfus (1859-1935), miembro de una adinerada familia de industriales alsacianos judíos, que, con evidencia casi inexistente, fue juzgado y condenado a reclusión perpetua por alta traición, expulsado del Ejército y deportado a la Isla del Diablo (en la Guayana francesa) el 21 de febrero de 1895. Dreyfus era totalmente inocente; en marzo de 1896, lo supo ya el nuevo jefe del Servicio de Inteligencia, el teniente coronel Picquart, que había encontrado pruebas de que el espía y autor del borrador era el coronel Esterhazy. Fue a partir de ese momento cuando el asunto escaló de error judicial a una gravísima e ilegal manipulación de la justicia en la que se implicaron algunos de los principales responsables del Ejército francés (ministro de la Guerra, jefes de Estado Mayor, tribunales militares), que creyeron ver en peligro la propia seguridad del Estado. Y por eso mismo, el affaire se transformó en una verdadera crisis del sistema político francés (y para Péguy, pacifista y dreyfusard en esos años, en "un momento de la conciencia humana").

En efecto, en diciembre de 1896, Picquart fue trasladado por sus superiores a Túnez y su sucesor, el coronel Henry, forjó documentos falsos para incriminar definitivamente a Dreyfus; en enero de 1898, un tribunal militar exoneró a Esterhazy de las acusaciones que contra él habían formulado la familia y los abogados de Dreyfus. Pero, para ese momento, la pasión popular -bien alimentada por la prensa- había estallado. La opinión nacionalista y antisemita -recuérdese que el libro de Drumont, La Francia judía, apareció en 1888-, la derecha, la Liga de Patriotas, intelectuales nacionalistas como Barrès, Maurras y los hombres de Acción francesa (creada en 1899), la Francia católica -y sobre todo, el arzobispo de París, Veuillot, y el periódico La Croix- asumieron la defensa de los valores de la Francia eterna. Y a la inversa, los dreyfusards, esto es, la opinión republicana y de izquierda, los socialistas, la masonería, la Liga de los Derechos del Hombre, intelectuales como Lucien Herr, Emile Zola, O. Mirbeau, Péguy, Anatole France, André Gide, Marcel Proust, Albert Sorel, Jean Jaurès y muchos otros vieron detrás del affaire una conspiración contra la libertad y la justicia urdida por la Francia reaccionaria, clerical, militarista y antirrepublicana. El affaire adquirió dimensiones sensacionales cuando el novelista Emile Zola, tal vez el escritor más conocido del país, publicó el 13 de enero de 1898 en el periódico L'Aurore una resonante carta abierta al Presidente de la República titulada Yo acuso, en la que culpabilizaba al Ministerio de la Guerra -y a los que habían sido sus titulares, Mercier y Billot-, a algunos oficiales de Estado Mayor y a los tribunales militares que habían intervenido en el asunto de haber forjado las acusaciones contra Dreyfus.

Zola fue llevado a juicio por el Ministerio de la Guerra, pero el proceso, sin embargo, cambió el curso de los acontecimientos: el juicio demostró la veracidad de las acusaciones que el escritor había formulado. El suicidio poco después, el 30 de agosto de 1898, del coronel Henry tras admitir que los documentos del 96 eran falsos, provocó la revisión del caso y, aunque Dreyfus tuvo que esperar varios años -hasta el 12 de julio de 1906- hasta verse exonerado, readmitido en el Ejército y condecorado (pues en el nuevo juicio que se le hizo, en 1899, todavía se le encontró culpable con atenuantes, y se quiso liquidar el asunto con el perdón presidencial que le fue otorgado el 19 de septiembre de ese año, que Dreyfus, en buena lógica, rechazó), el triunfo de la verdad y de la justicia quedaron asegurados. El affaire había puesto de relieve la profunda división de la opinión francesa -grandes manifestaciones callejeras pro y contra Dreyfus salpicaron el desarrollo de todo el proceso- y la debilidad de la República como régimen, algo que ya habían revelado episodios como el movimiento boulangista de 1888-89 y el escándalo Panamá de 1892-93, ya mencionados: ni la laicización de la enseñanza ni la expansión colonial, grandes apuestas de la III República a partir de 1880, habían consolidado el nuevo régimen. Éste, un régimen asambleario con una Presidencia desvaída y sin poder, en el que los partidos eran meras agrupaciones desideologizadas de notables caracterizados por el faccionalismo y el transfuguismo personales, quedó marcado por la inestabilidad gubernamental (73 gobiernos entre 1870 y 1914 por 12 en Gran Bretaña en el mismo tiempo), y el descrédito de la política, como expresó con amargura Péguy en Nuestra juventud (1907) y como Anatole France satirizó en La isla de los pingüinos (1908).

La República francesa incluso sufría de una falta de legitimidad de origen -por haber nacido de una derrota militar- y no disponía de instituciones sólidas y enraizadas en la tradición y en la historia del país y en la estimación de la mayoría de los franceses (salvo por la idea misma de República y por la nacionalización definitiva de los símbolos de la tradición republicana: el 14 de julio, la Marsellesa y la bandera tricolor). El affaire Dreyfus fue, por eso mismo, providencial. Si bien propició la consolidación de un nacionalismo agresivo, antidemocrático, militarista, neomonárquico y católico: el nacionalismo de Acción Francesa, Maurras y los Camelots du Roi, el triunfo del dreyfusismo posibilitó el éxito del republicanismo radical y democrático y contribuyó así a estabilizar la República. Hubo, al menos, a continuación tres gobiernos largos: el presidido por René Waldeck-Rousseau entre junio de 1899 y junio de 1902, gobierno de coalición y defensa republicana formado tras el aparente intento de golpe de Estado de la Liga de Patriotas del 23 de febrero de 1899; el gobierno de Emile Combes de junio de 1902 a enero de 1905, y el gobierno de Georges Clemenceau, verdadera encarnación de la tradición radical francesa, de octubre de 1906 a julio de 1909. Waldeck-Rousseau, cuyo gobierno incluía al pseudo-socialista Millerand, quiso liquidar el affaire otorgando a Dreyfus el perdón presidencial, procesó a los implicados en el 23 de febrero del 99, hizo votar una Ley de Asociaciones (1 de julio de 1901) que ponía bajo control estatal a las órdenes religiosas y disolvía algunas no autorizadas, reformó la enseñanza secundaria reforzando su laicismo (31 de mayo de 1902) e inició la republicanización del Ejército, incluso con depuraciones de oficiales desafectos.

Combes, reforzado por el triunfo electoral en 1902 del Bloque de izquierdas -socialistas, radicales y republicanos moderados-, siguió una política vigorosamente laicista, que supuso la disolución de las órdenes religiosas (18 de marzo de 1903), la expulsión de Francia de unos 18.000 religiosos, la prohibición de todo tipo de enseñanza a los miembros de, las congregaciones religiosas y la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano (30 de julio de 1904), a lo que siguió, ya en diciembre de 1905, la separación entre Iglesia y Estado. Clemenceau, que tuvo que hacer frente a la ofensiva huelguística desencadenada por la CGT desde mayo de 1906 y a una gran huelga de viticultores en 1907, gobernó con autoridad y energía extremas. Probó que el republicanismo radical era capaz de articular una política de orden; y con la creación del Ministerio de Trabajo, que encargó al ex-socialista Viviani, y la aprobación de la ley del descanso semanal (1906), probó que era también capaz de impulsar políticas de reformas. La III República, cuyo eje era el partido radical (200 diputados en 1902, 247 en 1906, 263 en 1910, 230 en 1914), una muy laxa asociación de notables y personalidades, apoyado en el voto de funcionarios, clases medias, empleados y artesanos, sin otro programa que una vaga filosofía individualista y laica, se había consolidado y en unos pocos años, había logrado incluso suscitar un cierto consenso nacional (aunque el confusionismo parlamentario y la inestabilidad gubernamental continuaran, sobre todo entre 1909 y 1914).

Clemenceau había "centrado" la República. Luego, la amenaza del sindicalismo revolucionario, que sólo pareció remitir tras la derrota de los ferroviarios por el Gobierno Briand en octubre de 1910, y la agravación de la situación internacional por la actitud provocadora de Alemania impulsaron un deslizamiento del régimen hacia la derecha, que fue ya muy perceptible desde 1909. Las crisis provocadas por la visita del Kaiser Guillermo II a Tánger en marzo de 1905 y por el envío del cañonero alemán Panther a Agadir en julio de 1911 conmocionaron a la opinión francesa y convencieron a la mayoría de que Alemania quería la guerra. El ascenso de Raymond Poincaré (1860-1934) a la jefatura del Gobierno en enero de 1912, tras la crisis de Agadir -que hizo caer al gobierno Caillaux-, y a la Presidencia de la República en enero de 1913, fue significativo. Poincaré aglutinó tras de sí a todo el centro-derecha francés, exaltó el patriotismo republicano y el antigermanismo, reforzó la alianza con Rusia y la Entente Cordiale con Gran Bretaña -políticas diseñadas por Delcassé como ministro de Exteriores de 1898 a 1905- e impulsó la carrera de armamentos, aumentando los gastos militares y reforzando al Ejército y a la Marina franceses. Bajo su presidencia (que se prolongó hasta 1920), un nuevo gobierno Briand aprobó el 7 de agosto de 1913 la ley que elevaba el servicio militar obligatorio de dos a tres años. Una parte de la opinión francesa, que tuvo en Jaurès, el líder socialista, su mejor portavoz, se manifestaba ciertamente contra la guerra. Pero la fuerza de los sentimientos nacionales y el deseo de revancha frente a Alemania eran aún mayores. El asesinato de Jaurès por un ultranacionalista el 31 de julio de 1914 no dividió a Francia. En esa fecha, la guerra con Alemania era a todas luces inevitable e inminente. Y ante esa eventualidad toda Francia se unió: Barrès mismo asistió, significativamente, al entierro de Jaurès.

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