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La rivalidad entre los diferentes estados se vio seriamente condicionada por la caída de Constantinopla en 1453. Venecia, ocupada en el mantenimiento de su posición comercial y política en el Mediterráneo oriental, tendió su mano para entablar un nuevo acuerdo que pusiera fin a la guerra en Italia, que había estallado nuevamente en 1452. El resultado del ofrecimiento veneciano fue la Paz de Lodi (1454), con la que nació la "Santa Lega", formada por Milán, Venecia y Florencia y apadrinada por el Pontífice. Se inicia así una etapa de equilibrio entre los estados regionales, que perdurará a lo largo de casi toda la segunda mitad del siglo XV. El acuerdo de 1454 permitió a los grandes principados dedicarse durante algunos años a solucionar sus problemas internos, ante la ausencia de tensiones en el exterior. Los Estados Pontificios, pese a los esfuerzos de la Curia, continuaron siendo un conjunto heterogéneo de ciudades y territorios prácticamente independientes. Algunos pontífices de la segunda mitad del siglo XV como Calixto III (1455-1458), Pío II (1458-1464) o Pablo II (1464-1471) abandonaron en parte los asuntos internos, para dedicarse infructuosamente a predicar la cruzada contra los turcos. Estos se habían convertido en una amenaza real para la península italiana tras las incursiones de tropas otomanas en Friuli (1476-1478) y Otranto (1480-1481).

En Nápoles, los barones partidarios de los Anjou (forzinescos) intentaron derribar la monarquía aragonesa, sobre todo tras la muerte de Alfonso V y el acceso al trono de su hijo natural Ferrante (1458). El ingreso del reino en la Liga Santa evitó que los cabecillas de los filoangevinos contaran con apoyos en el exterior. Por su parte, Francisco Sforza prosiguió la política de centralización diseñada por los Visconti en el Ducado de Milán: desarrollo de la administración y de las obras públicas y consecuente aumento de la fiscalidad señorial. Hijo del mercenario Muzio Attendolo, había alcanzado la dignidad ducal gracias a su actividad militar. Señor de Pésaro y Ancona, consiguió para Milán la cesión de los derechos sobre Génova y Savona por parte de Luis XI de Francia. Su hijo, Galeazzo María, trató de continuar la labor paterna, pero su carácter cruel y disoluto le hizo caer víctima de una conjura en 1476. En Florencia, Cosme de Médici consiguió apagar poco a poco la oposición de la vieja oligarquía. Desde 1439 inició un programa de centralización del poder, sin cambiar aparentemente la estructura institucional de la república. A tal efecto, sustituyó los consejos ciudadanos por comisiones extraordinarias (balías), cuyas decisiones terminaron por no ser vinculantes. Paralelamente patrocinó la creación de una nueva asamblea apegada a los intereses de los Médici (Consejo de los cien), que, desde la legalidad, sustituyó al tradicional parlamento del "comune" en 1458.

Durante el breve gobierno de su hijo Pedro el Gotoso, estalló una revuelta antimedicea, comandada por las familias Pitti, los Soderini y los Acciaiuoli -antiguos aliados de los Médici-, que enrareció el clima político florentino, clima que heredaran en 1469 los nietos de Cosme, Lorenzo y Julián. A pesar de todo, los Médici acabarían por controlar la situación, suprimiendo los bandos políticos y apropiándose de determinados cargos republicanos como el de "Gonfalionero de Justicia". El número de los miembros del consejo de la ciudad se vio reducido a 70 en 1480 y a 17 diez años más tarde, convirtiéndose en una institución bajo tutela medicea. No faltaron, pese a lo pactado en Lodi, tentativas para modificar el nuevo mapa político, sobre todo por parte de Venecia y Nápoles. La presencia de pequeñas señorías, al margen de los grandes estados regionales, incitaba las ambiciones expansionistas de las potencias italianas. Así, junto a los miembros de la Santa Lega, participaban en el juego político otros estados. En el Piarnonte encontramos el ducado de Saboya y los marquesados de Monferrato y Saluzzo. El Ducado de Saboya, perteneciente a la órbita francesa, se extendía a ambos lados de los Alpes. Durante los siglos XIV y XV experimentó una gran expansión que abarcó las ciudades y comarcas de Ivrea, Canavese, Chieri, Mondoví, Biella, Cuneo, Niza y Vercelli. Amadeo VI (muerto en 1386), llamado el Conde Verde, extendió sus dominios sobre las dos vertientes, aunque con preferencia sobre el suelo italiano, ya que la parte francesa lindaba con el Delfinado, perteneciente a la casa real de San Luis.

Amante de las empresas caballerescas, Amadeo organizó una expedición contra los turcos en 1366 y fundó la Orden del Collar o de la "Annunziata". Con Amadeo VIII (muerto en 1451), nombrado duque por el emperador Segismundo en 1416, la casa piamontesa alcanzó su etapa de mayor esplendor, ya que se unificaron los dominios de la nueva familia ducal y los de la rama saboyana de los príncipes de Acaya (1418). En 1434 el duque se retiró a su castillo de Ripaglia, dejando el gobierno en manos de su hijo Luis, cuñado de Felipe María Visconti. Con la extinción de los Visconti, Luis de Saboya (muerto en 1465) se dedicó a reclamar sus derechos sobre el ducado de Milán, dejando de lado los asuntos domésticos y arruinando la obra de su padre. Otro de los hijos de Amadeo VIII fue elegido Papa por los padres del Concilio de Basilea contrarios al pontífice Eugenio IV. Este se mantuvo en el pontificado con el nombre de Félix V entre 1439 y 1449, año en el que renunció voluntariamente a la tiara en favor de Nicolás V. Con el gobierno de los hijos de Luis -Amadeo IX (fallecido en 1472), Luis II (muerto en 1482) y Felipe II (fallecido en 1497)-se inicia una etapa de crisis que conducirá a la pérdida de la mayoría de los territorios ducales en el transcurso de las guerras franco-españolas por el dominio de Italia. Los marquesados de Monferrato y Saluzzo, más débiles que el vecino ducado, cayeron fácilmente bajo el protectorado de la monarquía francesa durante el reinado de Luis XI (1461-1483).

En el Piamonte existía un cuarto dominio autónomo, el condado de Asti, gobernado por los Orleans, gracias al matrimonio de Luis de Orleans con Valentina Visconti, hija del duque milanés Juan Galeazzo. En Liguria parte de la república genovesa, dependiente de sus vecinos más poderosos, se encontraba fragmentada en diversas señorías como la de los Malaspina en La Spezia o la de los Grimaldi en Mónaco. La familia Malaspina llegó a controlar una franja de territorio enmarcada entre los valles apenínicos de Scrivia y Garfagnana. Este espacio se vio reducido a lo largo del siglo XV a la comarca de Lunigiana, ante la presión de Génova, Piacenza y Florencia. Por lo que respecta a Mónaco, su comarca fue objeto de controversia entre la familia Grimaldi y Génova durante casi dos siglos, hasta que en 1419 se convirtió definitivamente en feudo del linaje genovés. En la región padana existían importantes señorías independientes. Los Gonzaga, dueños de Mantua tras la huida de la familia Bonacolsi, lograron sustraerse al vasallaje de los Visconti con Francisco I (1382-1407). Su sucesor, Juan Francisco (1407-1444), legitimó su dominio sobre el señorío mantuano con la obtención del título de marqués de manos del emperador. El linaje, pese a dividirse en varias ramas, mantuvo su prestigio bajo los príncipes renacentistas Ludovico Luis III (1444-1478) y Francisco II (1484-1519). Los Este, señores de Ferrara, sumaron a sus dominios las ciudades de Reggio y Parma bajo Nicolás II (1393-1441).

Príncipe disoluto y cruel en sus maneras de gobierno, supo sin embargo mantener las posesiones estenses por medio de un calculado programa de alianzas con sus vecinos y convertir su capital, Ferrara, en un centro artístico y cultural de primer orden comparable a Florencia. Borso de Este (1450-1471) logró el título ducal, aunque por dos vías: los de Módena y Reggio, teóricamente feudos imperiales, fueron concedidos por el emperador Federico III (1456) y el de Ferrara por el papa Pablo II (1471). Su sucesor, Hércules I (1471-1505), continuó la tradicional política de acuerdos con el resto de estados italianos. Mientras, en la costa adriática pervivían algunos pequeños estados en manos de antiguos capitanes de ventura como los Malatesta, señores de Rímini. Defensores del partido güelfo, consiguieron extender su dominio sobre vastas regiones de Romana y Marcas (Cesena, Pésaro, Fano, Senigallia). En 1392 lograron de manos del Papa la investidura perpetua de la señoría. Pero una vez alcanzada la legitimación de su señorío surgieron en el seno de la familia una serie de rivalidades, que no permitieron la consolidación del linaje. En 1445 Galeazzo Malatesta tuvo que ceder Pésaro a Francisco Sforza, mientras su hermano Domenico entregaba Cervia a la república de Venecia y Cesena al Pontífice. En Toscana, la hegemonía florentina no acabó por completo con la continuidad de algunas ciudades-estado independientes, vestigios de la edad de oro de las municipalidades. Este es el caso de las repúblicas de Siena y Luca que consiguieron mantener a duras penas su autonomía. La primera de ellas, formalmente independiente hasta 1555, vivió un breve periodo de gobierno visconteo a finales del siglo XIV. Más tarde, agotada por la interminable sucesión de gobiernos de corte popular y aristocrático, cayó bajo protectorado florentino. Luca también tuvo que claudicar ante Florencia entre 1342 y 1368. Al margen de las instituciones republicanas se mantuvieron algunas señorías menores como la de la isla de Elba, bajo el gobierno personal de los Appiani.

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