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Charles Townshend, embajador británico, y Fleury obtuvieron del emperador, en los Preliminares de París de mayo de 1727, la paralización de la Compañía de Ostende por siete años y la renuncia a las prerrogativas comerciales en América y la Península, mientras que Francia reconocía la Pragmática Sanción. Gran Bretaña esquivaba, así, una guerra abocada al desastre y muy impopular entre los comerciantes y la población en general. Al mismo tiempo, Fleury rompió el hielo con Madrid con la petición de excusas por la devolución de la infanta y la propuesta de búsqueda de un reino italiano para don Carlos. Sus dotes negociadoras cuajaron en el Tratado de Sevilla, en noviembre de 1729, por el que se retomaba la posición anterior a 1725. Significaba la vigencia de las iniciales ventajas económicas, el fin de los conflictos marítimos y el abandono de las reivindicaciones sobre Gibraltar y Menorca. Obsesionados por el fantasma de la guerra, Fleury y Walpole reunieron de nuevo a los plenipotenciarios, cuyas negociaciones cuajaron en el segundo Tratado de Viena, de marzo de 1731, al que, finalmente, se sumó España, que, junto con Holanda y Gran Bretaña, reconocieron la Pragmática Sanción. Por su parte, el emperador suprimió la Compañía de Ostende y retiró sus ejércitos de Parma y Toscana, pues el gran duque había aceptado a don Carlos como heredero en 1730, y sucedería al año siguiente al último de los Farnesio.

La paz se había logrado gracias a la cooperación franco-británica, aunque favorecía principalmente a los intereses de Londres porque permitía su arbitraje en Europa, la conservación de sus prerrogativas comerciales y su protagonismo en los mares. A medida que aumentaban los odios hacia Gran Bretaña y Austria, se reafirmaban las relaciones entre Francia y España, convertida ahora en una potencia de segunda fila, por los efectos de las alianzas en los ámbitos interno e internacional. Dicha amistad respaldó los deseos de Fleury de separarse de la influencia de Londres en todo lo concerniente a la diplomacia; por ejemplo, la colaboración resultante del primer Pacto de Familia sirvió a Luis XV para infringir serias derrotas en Italia a las fuerzas austríacas durante la confusión creada por la Guerra de Sucesión polaca. La concordia se mantuvo durante años y ambas ramas familiares trabajaron en mutuo provecho, a pesar de que, a partir de 1731, los problemas italianos y las reivindicaciones españolas no tuvieran apenas presencia en los foros de discusión europeos.

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