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Aunque en numerosas ocasiones el concepto de pobreza voluntaria se haya querido hacer depender del de heterodoxia, ni desde el punto de vista histórico ni desde el teológico tal dependencia resulta ajustada a la realidad. La apelación a la pobreza voluntaria, es decir a la "vita apostolica", que se pensaba característica de los tiempos evangélicos, no sólo fue algo permanente desde los inicios de la reforma gregoriana, sino que llegó a convertirse en verdadera doctrina oficial por parte de la jerarquía eclesiástica. Sin embargo, es cierto también que la pobreza voluntaria desempeñó a menudo un papel destacado en la génesis y desarrollo de numerosas herejías. La aplicación literal de este principio ético a planteamientos político-sociales podía poner en tela de juicio tanto la existencia de la Iglesia romana, como la de toda la Cristiandad. Sin embargo, esto ocurrió muy raramente y fue privativo además de movimientos tan radicalizados como minoritarios. Por el contrario, las herejías que adoptaron la pobreza voluntaria como base de su doctrina concibieron siempre a aquella desde una perspectiva predominantemente religiosa. La exaltación de la figura del "pauper" en su condición no socioeconómica sino espiritual, en lo que tenía de regreso al ideal evangélico, era algo en lo que ortodoxos y heterodoxos estuvieron siempre de acuerdo. Este consenso queda además demostrado en los acontecimientos. Cuando tales herejías surgieron, lo hicieron siempre dentro del movimiento reformista y aunque al fin aconteció la ruptura jamás manifestaron, antes al contrario, su expreso deseo de romper con Roma.

Esto mismo fue lo que posibilitó con el tiempo la reintegración a la Iglesia de buena parte de estos movimientos, demostrando así que también la ruptura distó mucho de ser inevitable. De todos los fenómenos heréticos surgidos al calor de la pobreza voluntaria sin duda el más importante fue el valdismo. La biografía de su fundador, Pedro Valdo (c. 1140-c. 1217) ofrece interesantes paralelismos con la de san Francisco de Asís, lo que plantea una vez más el problema de la débil frontera existente entre ortodoxia y heterodoxia. Tal y como nos informa el anónimo "Chronicon universale laudunensis", Pedro Valdo era un rico comerciante de Lyon caracterizado por su vida mundana. Una grave crisis espiritual le condujo a la lectura de diversas obras piadosas que había mandado traducir al provenzal para la ocasión. Como resultado de este proceso, el antiguo comerciante y prestamista decidió hacia 1173 abandonar a su familia y adoptar la más absoluta pobreza, repartiendo en forma de limosnas su ingente fortuna. Esta conversión le granjeó el aprecio de buen numero de sus conciudadanos, que quisieron seguir su ejemplo y con los que formó un nutrido grupo conocido como "Pobres de Lyon" o simplemente "Pauperes Christi". La vida itinerante basada en la mendicidad, el creciente numero de adeptos y, sobre todo, la predicación rigorista de Pedro Valdo -un laico después de todo-, levantaron al fin los recelos de la jerarquía. Llamado aquel hacia 1178 ante el arzobispo de Lyon, hizo sin embargo una declaración de fe tan irreprochable que fue puesto en libertad de inmediato.

Para atajar cualquier sospecha de heterodoxia fue Valdo quien apeló entonces directamente a Alejandro III con la intención de tomar parte en los preparativos del III Concilio de Letrán (1179). El Pontífice le recibió con benevolencia, si bien los reparos de los miembros de la curia continuaron, como denuncia Walter Map (muerto en 1209) en su "De nugis curialium". En cualquier caso, el Papa aceptó tras la entrevista no sólo la permanencia del movimiento valdense, sino que permitió incluso a sus miembros el ejercicio de la predicación, lo que de hecho contradecía la postura aprobada en la propia asamblea lateranense en favor del monopolio clerical. Tan sólo, y como lógica cautela, pues se trataba de laicos, se prohibió a los valdenses predicar sobre asuntos doctrinales, debiendo contar siempre con el permiso previo de las autoridades diocesanas. Ciertamente, desde el punto de vista de la jerarquía eclesiástica, no se podía ser más tolerante. Los años siguientes a 1179 asistieron sin embargo a la progresiva ruptura de los valdenses con la ortodoxia. En 1184 esta ruptura se había ya consumado, pues el concilio de Verona convocado por Lucio III ese año, condenó ya como herético al movimiento liderado por Pedro Valdo. Conocemos relativamente mal los hechos que condujeron a esta ruptura, pero es indudable que fue causada por la radicalización del movimiento valdense. Los crecientes roces con el clero y el obligado sesgo antijerárquico de la predicación de Pedro Valdo obedecían, sin embargo, menos al incumplimiento de las salvedades acordadas en 1179 que a la propia maduración teológica del movimiento.

Por descontado que las acerbas críticas a los clérigos indignos, y con el tiempo también a los sacramentos, al purgatorio o a la estructura eclesiástica en su conjunto, podían acercar a los valdenses a otras herejías coetáneas. Pero sería un grave error asimilar a estos con los cátaros, como hacen ya Alano de Lille (1203) en su "De fide catholica contra haereticos" y, sobre todo, Bernardo Gui en su "Manual de Inquisidores" (c. 1322). La explícita oposición valdense a las tesis cátaras y el hecho de que su rama occitana apoyara decididamente la reacción católica contra el catarismo, son pruebas más que suficientes del abismo que separaba a ambas corrientes heterodoxas. En realidad fue la extraordinaria fidelidad de Pedro Valdo a lo que representaba el ideal de la "vita apostolica" (mucho más profundo que la mera adopción externa de la pobreza), lo que ocasionó su alejamiento de Roma. Al considerar al espíritu evangélico como única fuente de legitimidad, y puesto que la inmensa mayoría del clero estaba muy lejos de comulgar con dicho espíritu, Pedro Valdo dedujo que la Iglesia jerárquica en su conjunto carecía de poder sacramental. Desprovista de su carisma sagrado, la Iglesia tampoco poseía autoridad para predicar, al contrario de lo que ocurría con aquellos simples fieles que, como los valdenses, vivían según el Evangelio. Al identificar a la Iglesia con una verdadera comunión de los santos -laicos evangélicos- Pedro Valdo destruía también cualquier posibilidad de permanencia de las estructuras jerárquica y sacramental del catolicismo, afirmando en su lugar la comunicación directa con Dios.

Reducido a su esencia doctrinal, el valdismo más que propiamente una herejía, se identificaba así con una eclesiología heterodoxa. La existencia de numerosos puntos de contacto entre valdismo y catolicismo resultaba evidente. Bastó una actitud más tolerante por parte del Pontificado para que la reintegración formal a la ortodoxia de un gran sector de la herejía se realizase. Tal fue la nueva política desarrollada por Inocencio III (1198-1216) desde el momento mismo de su llegada al solio. En fecha tan temprana como 1201 se consiguió ya que gran número de valdenses lombardos aceptasen la regla de san Agustín y formaran la orden de los "humillados". Más fue entre los años 1207-1210 cuando se alcanzaron los principales frutos de esta política reintegradora. Fue entonces, en efecto, cuando dos importantes facciones valdenses (la de los "Pobres católicos" de Durán de Huesca y la de los "Pobres reconciliados" de Bernardo Primus) regresaron al seno de la Iglesia. En ambos casos las comunidades valdenses se convirtieron en órdenes terceras en las que el ejercicio de la pobreza y la caridad sustituyó al de la predicación. Debilitado al asumir la Iglesia las tesis de los moderados, el valdismo se radicalizó aún más, alcanzando a partir de entonces su máxima expansión geográfica. Aparte del foco originario de Lyon, extendido pronto a Languedoc, Provenza y Delfinado, del que parecen depender ciertas comunidades de la Península Ibérica (donde se les conocerá como "ensabatati", por las sandalias que portaban), los valdenses se hicieron especialmente fuertes en Lombardía.

Allí, aunque escindidos a partir de 1205 entre "Humilliati" y "Pauperes lombardi", por su aceptación o rechazo respectivamente del trabajo manual, llegaron a constituir en 1220 la poderosa "fraternidad valdense", organizada según patrones de la jerarquía eclesiástica. Desde Italia se extendieron en pequeño número, mediante predicadores itinerantes -barbos- por Europa central, detectándose valdenses en Bohemia ya en el siglo XIV. La querella en torno a la pobreza voluntaria ocupó también un papel decisivo en el desarrollo del movimiento de los espirituales franciscanos. Ciertos grupos minoritarios, inspirados en el ideal pauperístico y cercanos asimismo al primer franciscanismo, apostaron desde un principio por la ruptura con Roma. El principal de todos ellos, aunque sin alcanzar desde luego proporciones equiparables a las del valdismo, fue el de los "Hermanos Apóstoles" de Gerardo Segarelli (1268). A pesar de las decisiones del II Concilio de Lyon (1274) en contra de la proliferación de movimientos mendicantes rayanos en la heterodoxia, que condujo al fin de grupos como los "saccati" y los "boscarioli", los "Hermanos Apóstoles" no aceptaron su disolución, enfrentándose a la jerarquía. Contrarios a la propiedad privada y convencidos de la inminente llegada del milenio joaquinita, los herejes, cuya secta se extendió por Lombardía y Toscana, serian aniquilados por la actuación inquisitorial entre 1304-1307.

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