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En una nota marginal al libro de Montesquieu, "De la grandeza y la decadencia de los romanos", Federico escribió lo que sería en gran parte un principio inspirador de su política a lo largo de su vida: "No debe hacerse cambio alguno en un sistema político antes que la experiencia demuestre lo que concierne o no al Estado; no deben tenerse ideas preconcebidas en pro o en contra de un Estado de cosas existentes, sino observarlo todo por sí mismo, crearse una opinión propia e introducir sólo los cambios y perfeccionamientos exigidos por la razón". Ese pragmatismo y el interés por la reflexión sobre todos los asuntos que competían al Estado le hizo interesarse por los estudios de teoría política que se realizaban en la época y él mismo escribiría varias obras en las que sintetizaba su ideario sobre el gobierno y la práctica del poder; en 1737 publicó "Consideraciones sobre Europa" y dos años más tarde, "Anti-Maquiavelo", y, ya poco antes de su muerte, el libro que resume su propia obra como monarca, "Ensayo sobre la forma del gobierno", donde afirma categóricamente que "el príncipe es el defensor natural del Derecho". Además de teórico, Federico el Grande fue ante todo un político práctico que supo proseguir la tarea de sus predecesores perfeccionándola cada vez más, logrando hacer de Prusia una de las potencias más poderosas de Europa, modelo de Estado centralizado con un déspota ilustrado a su frente que llegó a ser elogiado por los grandes intelectuales de la época.

Perfeccionar la maquinaria del Estado significaba colocar bajo su control al resto de organismos institucionales; considerando inadecuado e incompetente al Directorio General de su padre, abandona esta forma colegiada de gobierno y crea en 1763 un órgano compuesto de funcionarios muy selectos, el Reggie, y varios departamentos ministeriales, cuyo número aumenta progresivamente según las necesidades: Ministerio de Correos (1766), Minas (1768) y Montes (1770). En este mismo sentido, Federico ejerce una centralización a ultranza, poniendo al servicio de la Corona todo el organigrama administrativo, y a partir de 1763 acomete un ambicioso plan de reforma en diversas esferas, con especial atención al aparato judicial. Adopta el proyecto diseñado por Von Cocceji, según el cual había que hacer una labor de codificación de la ley basado en la uniformidad y universalidad para todo el Estado; establecer la superioridad de la jurisdicción real sobre cualquier otra instancia existente, otorgando a todos los súbditos derecho de apelación a la justicia real; conceder la administración de justicia, en exclusiva, a los funcionarios reales; se cambian los métodos seguidos para el nombramiento de jueces y otros empleados judiciales, erradicando la corrupción, y favoreciendo la ecuanimidad y el humanitarismo en la aplicación de la justicia; igualmente, se abrevian los procesos y se suavizan las condenas, desapareciendo la tortura y la pena de muerte (excepto para castigar los delitos de lesa majestad); para hacer esto posible procuró mejorar la enseñanza jurídica en la universidad.

En el campo de la economía también demostró tener una gran preparación; no sólo leía con fruición tratados económicos sino que era un entusiasta del colbertismo; y decidió resumir su ideario económico en una obra publicada en 1752 titulada Testamento Político. Quiso, ante todo, aumentar la producción y para ello no desatendió ninguna de las parcelas de la estructura económica, desde la agricultura a la industria, pasando por el comercio. El organismo encargado de coordinar esa política fue un Departamento de Comercio e Industria, creado en 1749. Proporcionar alimentos suficientes a una población numerosa y en ascenso, al tiempo que creaba una agricultura desarrollada le lleva a respaldar roturaciones (en Pomerania muchos bosques desaparecen al ser puestas en cultivo sus tierras), a desecar zonas pantanosas (cuenca del río Oder), a introducir nuevos cultivos como la patata y a continuar la tarea colonizadora de su padre. Igualmente la actividad industrial recibe un gran impulso, alcanzándose una diversificación por sectores y zonas; se da así un auge de la industria suntuaria de sedas (Kvefel) orientada a la exportación, terciopelos, espejos y porcelanas; el descubrimiento de yacimientos de hierro en la Alta Silesia permite el desarrollo de la industria metalúrgica, al tiempo que se introducen altos hornos y se envía a obreros a Holanda para aprender nuevas técnicas; paralelamente la hulla del Ruhr también ofrece óptimos resultados productivos.

No obstante será la manufactura textil la más protegida por el Gobierno, que crea escuelas de hilados, base de la industria lanera, y del lino y algodón, centradas en Hirschberg. Silesia, entonces, aparece como la zona industrial por excelencia. El comercio interno aumentó mucho al realizarse obras de canalización y mejora en los transportes y comunicaciones; desaparecen las barreras aduaneras internas, creándose un mercado único nacional que permitió multiplicar las transacciones; el comercio de cereales fue centralizado por el Estado mediante silos públicos que garantizaban un abastecimiento puntual a las poblaciones; y el comercio exterior, aunque todavía mediatizado por el proteccionismo, fue ampliado con la creación de una compañía de comercio, y se inserta plenamente la economía prusiana en la europea, en sentido favorable a Prusia. El sistema hacendístico fue remodelado: se aumentan los gravámenes, tanto directos (tierra) como indirectos (alimentos y bebidas) y se perfecciona el sistema de recaudación con oficiales reales dependientes directamente del rey. Se crean algunos monopolios que reportan importantes beneficios -sal, café, tabaco, aduanas-, se lleva a cabo una reforma monetaria (1751) y se establece un Banco del Gobierno (1766). Todo ello permite la elevación de los ingresos, desde los 7 millones de táleros en 1740 a 18 millones en 1786, por lo que se alcanza un superávit durante un largo período. El Estado cuidó mucho la armonía social, y en este sentido hay que resaltar la habilidad real para combinar su apoyo casi ilimitado a los nobles con la suavización de las formas de vida del campesinado.

En efecto, el rey consideraba a la nobleza clase superior, él mismo era un aristócrata convencido, y sus privilegios inviolables; por eso, aumentó sus posesiones, le reservó los altos cargos civiles y militares y la animó a participar en el desarrollo económico del país. El campesinado no debía aumentar sus cargas, pensaba el rey, para poder seguir siendo el sustento de la agricultura y del ejército, así pues se dictarían varios decretos mediante los cuales se les reconoce su posesión sobre las tierras en un derecho hereditario, al tiempo que se prohibía a los señores vender o transferir siervos, y se limitaban algunas corveas. La burguesía era todavía un grupo poco numeroso y con escasas posibilidades de desarrollo, ya que estaban imposibilitados de acceder mediante compra a la tierra de los nobles; aun así, el Estado desplegó una amplia Política de préstamos y créditos para la inversión en establecimientos manufactureros o empresas comerciales. La preocupación por la cultura y la educación llevó a la creación de centros universitarios donde se enseñaban disciplinas modernas. Se establece la instrucción primaria con carácter obligatorio hasta los trece años de edad, y se impulsa mucho el nivel secundario, que sigue en manos de la Iglesia. Para garantizar el acceso de todos los siervos a la educación y en consonancia con la tolerancia religiosa se habilitan escuelas especiales para los católicos. Hay que resaltar también la continuidad en la empresa repobladora.

En estos años llegaron a crearse unas 300 poblaciones nuevas, habitadas fundamentalmente por frisones holandeses, animados a venir por las exenciones fiscales y militares y por la ayuda prestada por el Estado viviendas, aperos de labranza, semillas y animales domésticos-. Este campesinado era libre, no sometido a servidumbre, y supieron impulsar notablemente la agricultura y aumentar la producción, sin olvidar la repoblación forestal y las obras públicas que acompañaron a la repoblación humana. Por último, las fuerzas militares prosiguen su modernización; el Ejército prusiano continúa siendo el más avanzado y disciplinado de Europa. Contaba con la industria nacional a su servicio y con más de dos tercios de las rentas del Estado, lo que explica su preparación y dotación de armamento, así como su constante aumento, llegando a los 200.000 hombres. Sin embargo, ni la jerarquización interna, con diferentes graduaciones, ni el sistema de reclutamiento son modificados, al considerarse plenamente competentes los existentes. La política exterior fue claramente expansionista e intervencionista en los asuntos europeos, como queda fácilmente reflejado en todos los conflictos y negociaciones donde Prusia estuvo presente: la Guerra de Sucesión de Austria le permite apoderarse de Silesia aunque eso significa la permanente enemistad austriaca; la reversión de alianzas europeas que culminó en los Tratados de Westminster -anglo-prusiano- y Versalles -austro-francés- desató una oleada de temor para el país.

Federico, entonces, moviliza sus tropas hacia la frontera y en agosto de 1756 invade Sajonia y Bohemia iniciando la Guerra de los Siete Años (1756-1763), donde las tropas prusianas son atacadas por todas partes: austriacos, franceses, rusos y daneses frente a la ayuda prestada por Hannover y Gran Bretaña; el Tratado de Hubertsburg restablece el statu quo territorial anterior a la guerra. A partir de este momento, Federico se inclina por los asuntos orientales, lo que lleva a pactar con Rusia en 1764 una alianza sobre la base de mantener la debilidad y decadencia polacas que conllevan las primeras conversaciones sobre un eventual reparto de su territorio; poco después mejoran las relaciones con Austria y los tres Estados se dividen Polonia, por primera vez en 1772, correspondiéndoles a los prusianos la Prusia oriental y los territorios del curso inferior del río Vístula, sin Gdansk. A fines de 1777 estalló la Guerra de Sucesión bávara y Prusia se alió a Sajonia para impedir que el emperador anexionara Baviera a sus dominios; con la aquiescencia rusa y la neutralidad francesa, Federico lanza 70.000 prusianos sobre Baviera, y José II, en la paz de Teschen (1779), tendrá que renunciar a sus pretensiones.

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