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Fue probablemente el general Marshall, el militar más poderoso y próximo al presidente durante la II Guerra Mundial, quien primero sintió el grave peligro de los U-boote, campando por sus respetos junto a las costas de Estados Unidos. El 19 de junio escribía al jefe de la Marina norteamericana, almirante King: "...Las pérdidas debidas a los submarinos en nuestra costa atlántica amenazan gravemente nuestros esfuerzos. Estas cifras atraen mi atención: de los 74 buques asignados a los transportes del ejército, 17 han sido hundidos antes de junio. El 22 por ciento de la flota dedicada al transporte de bauxita ha sido destruido, lo mismo que el 20 por ciento de la de Puerto Rico. Las pérdidas en petroleros vienen representando mensualmente el 3,5 por ciento del tonelaje en servicio... mucho me temo que un mes o dos más a este ritmo paralicen nuestros medios de transporte, llegando al punto de impedirnos trasladar hombres y aviones suficientes hasta las zonas críticas y que tengan una influencia decisiva en la guerra". La respuesta del almirante King no pudo ser otra que recurrir a los convoyes, inicialmente costeros por falta de buques y aviones, y luego oceánicos. Las presas alemanas descendieron cerca de tierra, por lo que Doenitz situó a sus sumergibles más en el centro del Atlántico y volvió a la táctica de jauría (17) para atacar los convoyes, que nuevamente le rindió muchas presas.

Con todo, el jefe alemán estaba preocupado. Las cifras de hundimientos eran las mayores de la guerra y amenazaban con paralizar a los aliados, pero presentía que todo iba a cambiar con rapidez. Por un lado, sus ataques contra los británicos eran cada vez menos rentables y más peligrosos. Por otro, sabía que los norteamericanos terminarían por aprender los sistemas defensivos de sus aliados y serían inatacables. Además, los temores de Hitler al desembarco en Noruega (18), que podrían estar aprovechando la irrepetible situación que se les ofrecía. Finalmente, empezaron a ocurrir cosas que escapaban de su control... Sus submarinos comenzaron a ser atacados repetida y sorpresivamente por aviones que aparecían entre las nubes y caían sobre su presa como si tuvieran una cita con ella. En junio -escribía Doenitz- hubo unidades que fueron bombardeadas en plena noche. De pronto se iluminaba un proyector entre los 1.000 y los 2.000 metros, apuntando directamente al objetivo inmediatamente después caían las bombas. Tres submarinos gravemente averiados de esta forma hubieron de regresar a sus bases.

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