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monumento
El auge que tomó la fiesta de los toros en los primeros años del siglo XX, momento de máxima rivalidad entre los toreros Joselito y Belmonte, llevaría a las autoridades municipales madrileñas a plantear la necesidad de construir una nueva plaza al quedarse pequeña la situada en la carretera de Aragón. El propio Joselito se implicó personalmente en el proyecto de la nueva plaza, situada en una zona marginal de la ciudad llamada de las "Ventas del Espíritu Santo", no muy recomendable por estar situada en el paso de todos los cortejos fúnebres que se dirigían al Cementerio de la Almudena. El arquitecto José Espeliú, amigo íntimo del matador, se hizo responsable del diseño de la nueva plaza, eligiendo el estilo neomudéjar para construir un edificio monumental, con una capacidad de 23.000 espectadores y un ruedo de 60 metros de diámetro. Los cuatro pisos están horadados por arquerías de diferentes estilos -herradura, tumido, trilobulado y de medio punto, según nos elevamos- configurando un conjunto de gran impacto visual en el que la decoración de azulejo tiene un papel crucial. A cada uno de los puntos cardinales se abre una portada, siendo la más importante -la Puerta Grande- la que da a la calle de Alcalá. Las obras se prolongaron unos diez años, finalizándolas Manuel Muñoz Monasterio. Pero tras concluir los trabajos el Ayuntamiento no dio los necesarios permisos para urbanizar el entorno de la plaza, prolongando su inauguración oficial hasta 1934, aunque la primera corrida se celebró tres años antes. El cartel inaugural era el mejor de la época: Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Joaquín Rodríguez "Cagancho".
obra
En sus últimos años Fortuny se interesó especialmente por captar el ambiente napolitano, gris y triste, alejado del aspecto que aparecía en los grabados para los turistas. Este lienzo que contemplamos es uno de los mejores ejemplos donde el maestro ha captado a la perfección el hastío de los personajes en una tarde como nos indican las últimas luces del sol que se reflejan en las partes superiores de las fachadas, quedando el resto de la plaza envuelta en una sombra grisácea. El centro del espacio queda vacío para situar a los personajes junto a las paredes de los edificios encalados, abriéndose la plaza en la zona de la izquierda hacia una calle ensombrecida donde cuelgan algunas ropas. Los diferentes personajes se concentran alrededor de las mesas, cubiertas aún algunas con parasoles de diversos colores. Esas figuras están perfectamente representadas, manifestando el carácter napolitano en sus gestos y expresiones, apreciables a pesar de su pequeño tamaño. Parece como si el tiempo se hubiese detenido en el pincel de Fortuny para transmitir una de sus mejores imágenes. La factura resulta bastante suelta, aplicando el color con rapidez, pero sin renunciar a los clásicos detalles que caracterizan sus trabajos como si de un miniaturista se tratara. Así podemos apreciar el mantel de cuadros de la mesa en la derecha, la silla roja, el mantón de la dama en pie o la mujer que se abalanza sobre la mesa de la sombrilla roja. Con este particular estilo, Fortuny alcanzará cotas insuperables.