Formado con Solimena y Conca, Giaquinto, pintor de la corte papal y, posteriormente, de Fernando VI en España, plantea una peculiar lectura del rococó, en la que la apariencia espontánea de sus pinceladas esconde un detenido estudio de la composición. Su facilidad colorista y su magnífico control de las dimensiones le hicieron versátil en los géneros que cultivó, de los grandes frescos a los bocetos para tapices o las pequeñas composiciones. Su influencia en Goya será muy importante, como puede observarse en esta pintura, un boceto preparatorio para uno de los techos del Palacio Real Nuevo, concretamente para la Sala de Columnas (caja de la escalera principal en tiempos de Carlos III). Con extraordinarios recursos compositivos y técnicos y un bellísimo y brillante colorido, Corrado Giaquinto nos dejó el más bello canto del rococó en España. El Sol aparece sobre un trono de nubes, tirado por cuatro caballos blancos, sosteniendo una antorcha encendida. En niveles inferiores están representadas las figuras de la Aurora, Diana, Galatea y las Estaciones, Céfiro, Ceres, Baco, Venus y Vulcano.
Busqueda de contenidos
contexto
Nace Antoni-Placid-Guillem Gaudí el miércoles 25 de junio de 1852, a las nueve y media de la mañana, en el Camp de Tarragona. Quizás sea mejor citar así la comarca y omitir deliberadamente el punto exacto, pues no se trata de enfrentar de nuevo a Reus con Mas de la Calderera de Riudoms, localidades que han venido disputándose el nacimiento de este catalán universal, sobre todo desde que Rafols, su primer biógrafo, cambiara inesperadamente la reconocida de siempre Reus ("Gaudí". Barcelona,1929) por Riudoms ("Diccionario de Artistas de Cataluña". Barcelona,1951; "Gaudí". Barcelona,1952). Desde antes incluso, han sido muchas las personas que han afirmado saber o haber oído del propio Gaudí decir que era de Reus unas veces, o de Riudoms otras. De este modo, al no mencionarse el lugar de nacimiento en la inscripción del libro de bautismos de San Pedro de Reus y no existiendo todavía Registro Civil, debemos acaso basamos en los propios datos manuscritos como, por ejemplo, documentos académicos, escrituras notariales y en el mismo testamento (6-VI-1911), donde aparece Reus; o, por el contrario, en acopio de pruebas ("La verdad sobre Gaudí. Conjunto de pruebas que revalidan el hecho histórico del nacimiento de Gaudí en el "Mas de la Calderera", de Riudoms". Riudoms,1960) y en declaraciones sinceras también a favor de Riudoms ("Carta". Barcelona,1969, de Joan Bergós al arquitecto Carlos Flores: "Gaudí, Jujol y el modernismo catalán". Madrid, 1982. Vol. I. Pág. 361). Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926) era el menor de los cinco hijos de Francesc Gaudí i Serra (cuya familia procedía de Auvernia) y de Antonia Cornet i Bertrán (cuya familia procedía de la Conca de Barberà). Hasta cuatro generaciones de caldereros se han podido detectar entre sus antepasados, circunstancia normal en la zona y que pasaría desapercibida de no ser por la insistencia en relacionar su concepción de una arquitectura tridimensional y escultórica posterior, con las formas helicoidales y alabeadas de las calderas vistas en el taller de su padre cuando era niño. Su infancia estuvo marcada por un reumatismo congénito que retrasó su ingreso en la escuela, aunque no le impidió un normal desarrollo físico. Sus primeros estudios, alternados con estancias en el Camp de Tarragona, los realiza en Reus. A los once años ingresa en el Colegio de los Escolapios (posteriormente Instituto de Enseñanza Media), donde suspende asignaturas con frecuencia, aprobando finalmente Elementos de Física e Historia Natural como alumno libre en el Instituto de Enseñanza Media de Barcelona (Curso 1868-1869). Sin embargo, el aprendizaje con los Escolapios -según reconoció en vida- le sirve para iniciarse en el Oficio Parvo de la Virgen, la teología cristológica, los salmos latinos y la liturgia que luego desarrollará al concebir su idea nueva para el Templo de la Sagrada Familia. Pero el primer contacto significativo que Gaudí tiene con la arquitectura es cuando participa, con quienes habían sido sus compañeros de bachillerato Eduardo Toda Güell (luego diplomático) y José Ribera Sans (luego médico), en un Proyecto de Restauración del Monasterio de Poblet (1870, Archivo de Poblet), entonces en ruinas. Consta de una memoria y una planta calcada de la Guía de Poblet de Bofarull, escrita y anotada por Toda. Al ser copartícipe de este proyecto de juventud (colaborando además con un primerizo dibujo del Escudo de Poblet), podría percibirse entonces a un Gaudí de espíritu impetuoso y preocupado por los necesitados. Es decir, recordando incluso las utopías de Robert Owen (1771-1858) y Charles Fourier (1772-1873), se trataba de convertir las ruinas en un falansterio, institución o edificio comunitario, incluidos servicios comunes, con el fin de mejorar la vida del proletariado suburbial maltratado por la Revolución Industrial.
contexto
Nacimiento y primera formación Por memorias suyas fidedignas, nos dice su albacea testamentario el licenciado Marcos Felipe, don Hernando Colón nació en Córdoba el 15 de agosto de 14881, siendo hijo natural de Cristóbal Colón y Beatriz Enríquez de Arana, su amante. Los recuerdos familiares que desprenden sus escritos fueron siempre precisos para con el padre, a quien le debía apellido, honra y estado, es decir, posición social. La madre, por el contrario, se ve envuelta en el silencio más absoluto. Ninguna referencia, ni temprana ni tardía, hacia su persona; ninguna alusión a la calidad de parientes suyos de los Arana de Córdoba, algunos de los cuales destacaron como criados de confianza de los Colón, pero sin que a Hernando se le escape --en sus escritos, repetimos-- que también eran deudos o familiares. Algunos han querido ver como una alusión a su humilde origen aquella inscripción que don Hernando ordenó poner en la parte baja de la fachada de su casa sevillana y que debía rezar así: "Menosprecien los prudentes la común estimación, pues se mueven las más gentes con tan fácil opinión que lo mesmo que lanzaron de sus casas por peor de que bien consideraron juzgan hoy ser lo mejor." Refiriéndose a su origen o no, todos los indicios traslucen que su nacimiento irregular y la ascendencia y situación maternas debieron pesar grandemente en el segundo hijo del descubridor de América. Beatriz Enríquez de Arana2, amante de Colón y madre de Hernando, fue una cordobesa de posición social humilde, hija de unos pequeños agricultores de las cercanías de Córdoba, Pedro de Torquemada y Ana de Arana. Huérfana muy joven, pasó a vivir con sus parientes a la ciudad, y aquí residía cuando apareció en escena un hombre que ofrecía a los Reyes la manera de llegar a las Indias por la ruta nueva del Atlántico. En Córdoba, durante las largas temporadas que pasó esperando la resolución de su negocio, Cristóbal Colón hizo casi de todo: explicó sus proyectos, no faltándole algún que otro protector; llevó a los Monarcas la duda de si no sería verdad lo que con tanto convencimiento defendía. Al convertirse la ciudad califal en residencia habitual de la corte año tras año, de la primavera al otoño, era también cita obligada para Colón desde 1485. El deseo regio de terminar la guerra granadina antes de embarcarse en otra aventura condujo a indecisiones y aplazamientos para Colón. Y a pesar de que, mientras se discutía su proyecto, recibió ayudas de los Reyes, nunca fueron regulares y mucho menos suficientes. Fue en Córdoba donde pasó las mayores necesidades y traía la capa raída, o pobre, que dice el cronista Oviedo. Su necesidad llegó a tanto que en esa y en otras ciudades de Andalucía tuvo que dedicarse a mercader de libros de estampa y a pintar cartas de marear para venderlas a los navegantes. Los que han reconstruido cuidadosamente las andanzas colombinas en tan críticos momentos cuentan3 que a finales de 1487 su empresa era rechazada y su postración era total. Sólo Beatriz Enríquez debió sentirse generosa con el genovés, y meses después nacía su hijo Hernando. La condición jurídica de este niño era la de hijo ilegítimo o natural, nacido al margen del matrimonio por la Iglesia, lo que en esta época arrastraba graves inconvenientes legales al vástago, como la privación de ser heredero de bienes, honras, dignidades y honores que correspondieran a los padres. En consecuencia, para que el pequeño Hernando, en lugar de apellidarse Torquemada, Núñez, Arana o cualquier otro nombre familiar o local --que en esto reinaba la anarquía más absoluta--, recibiera el muy ilustre de Colón, sobre todo después del glorioso triunfo de 1492, tenía que producirse una de estas dos circunstancias: a) que Cristóbal Colón se casara con Beatriz Enríquez, hecho que no sucedió y ningún historiador discute ya; b) que don Cristóbal legitimara a su hijo, lo que desde ese mismo momento le permitiría disfrutar de una posición social privilegiada, como hijo que era de uno de los nobles más importantes del reino después de 1492. Por este camino es por donde el futuro autor de la Historia del Almirante pasó a convertirse en don Hernando Colón. Una simple declaración por parte del padre ante los Reyes y una presentación del niño ante la corte eran requisitos suficientes. En 1493 Colón solicitó y obtuvo de los Reyes la merced de que Hernando fuera nombrado paje del Príncipe don Juan. Y según el testimonio del propio interesado, la presentación oficial fue llevada a cabo a principios de 1494 por su tío, Bartolomé Colón, llevando consigo a D. Diego Colón, hermano mío, y a mí, para que sirviésemos de pajes al serenísimo Príncipe don Juan, que esté en gloria, como lo había mandado la Reina Católica Isabel, que a la sazón estaba en Valladolid (c. LXI). Así se cumplía la formalidad legal, y don Hernando Colón, niño de cinco años, se convirtió en hijo legítimo del descubridor del Nuevo Mundo. El exquisito esmero con que los Reyes Católicos cuidaron la educación del príncipe don Juan, futuro rey de todas las Españas, se proyectó igualmente sobre los pajes reunidos junto a él, hijos de la nobleza más granada de Castilla y futuros compañeros de D. Juan en el gobierno. Sabían los Reyes que de la colaboración sincera de aquéllos y éste brotaría un reino fuerte que haría olvidar para siempre banderías pasadas. Y para ello no escatimaron esfuerzos, recursos ni ilusión. Al igual que el Príncipe tenía su maestro, la enseñanza de los pajes4 fue encomendada al humanista Pedro Mártir de Anglería, un milanés inquieto, devotísimo del saber y de los libros, futuro cronista de Indias y amigo personal de Colón. En este ambiente fue creciendo Hernando Colón y, en cuanto a glorias terrenales --apellido, ascenso social, reconocimiento público y la corte-- todo se lo debla a su admirado y triunfante padre, el descubridor de las Indias. Sin embargo, no todo en la corte fueron recuerdos gratos y camino de rosas. Un pasaje de la Historia del Almirante, pleno de realismo, aunque amargo como pocos, nos traza el reverso de las horas triunfales del apellido Colón. Corrían los años de 1499-1500 y el antaño paraíso de las Indias se estaba convirtiendo para muchos en un verdadero infierno. La imagen de aquel Colón cumplidor de cuanto decía, exacto en sus predicciones y admirado por todos, había dado paso al duro gobernante, enemigo de vagos y hambrientos a la vez que castigador implacable de contestatarios. El Príncipe don Juan había muerto en 1497 y los hijos de don Cristóbal seguían en la corte, ahora como pajes de la Reina Católica; Hernando contaba once-doce años y Diego andaba por los dieciocho-diecinueve. La escena, mezclando pasajes de los años 1499-1500, se sitúa en Granada, donde los descontentos de los Colón, más que de las Indias, se manifestaban ruidosamente ante el paso del monarca: y si acaso yo y mi hermano, que éramos pajes de la Serenísima Reina, pasábamos por donde estaban, levantaban el grito hasta los cielos, diciendo: Mirad los hijos del Almirante de los mosquitos, de aquel que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos; y añadían otras muchas injurias, por lo cual nos escusábamos de pasar por delante de ellos (c. LXXXV). Hernando no debió olvidar nunca esta amarga experiencia; porque no era sólo la actitud de esos vociferantes hombres sin vergüenza, sino las repercusiones entre compañeros de oficio cortesano, con lo que daban que decir y murmurar a todos los que estaban en la Corte. Pocas veces sentiría tan en sus adentros como en esta ocasión la fragilidad de su pasado y la razón misma de su encumbramiento. Cierto era que en punto a dignidades y títulos su posición social había alcanzado la mayor altura nobiliaria; pero al mismo tiempo, su reciente escudo de armas y la falta de pasados orgullos familiares, en contraste con añejos blasones y casas arraigadas, los hacía más quebradizos a los ojos de sus teóricamente iguales. Con espíritu de vieja nobleza castellana o, más aún, de nobleza nueva y advenediza, lo plebeyo, el origen humilde era una mancha difícil de sobrellevar. Esta debe ser la razón por la que el Almirante del Mar Océano, Virrey y Gobernador de las Indias, convertido en uno de los principales nobles castellanos, nunca se casara con la humilde cordobesa Beatriz Enríquez de Arana. Y acaso por el mismo celo social, aunque resulte muy duro, casi nunca aludió don Hernando a su origen materno; sólo en un documento muy privado y restringido, como veremos después, recuerda a su madre y familia. Por parte de los Colón cuatro breves testimonios --tres de don Cristóbal y uno de su hijo y heredero don Diego-- evocan a Beatriz. El primero tiene fecha de 24 de mayo de 1493 y se trata de la merced de 10.000 maravedís anuales concedidos por los Reyes a Colón por considerarle el primero en ver tierra5. Esta renta vitalicia estaba situada en las carnicerías de Córdoba y don Cristóbal Colón se la traspasó a la madre de don Hernando. En 1502, antes de iniciar su cuarto viaje descubridor, ordena a don Diego que vele por Beatriz Enríquez por amor de mí, atento como teníades a tu madre: haya ella de ti diez mil maravedís cada año, allende de los otros que tiene en las carnicerías de Córdoba6. La tercera referencia es una manda testamentaria del descubridor a su heredero para que no descuide a Beatriz y la provea de todo lo necesario para que pueda vivir honestamente como a persona a quien soy en tanto cargo. Y esto se haga por mí descargo de conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón dello non es lícito de la escribir aquí7. ¡Todo un mundo de remordimientos, promesas incumplidas y abandonos que pesan a la hora de hacer balance! Por último, el testamento del segundo Almirante, Diego Colón, recuerda el encargo de su padre hacia Beatriz Enríquez, vecina que fue de...8. ¿Qué mayor indiferencia que a la que fue madre de su hermano y en cuya casa él mismo residió algunas temporadas se la identifique simplemente como vecina de un lugar que deja en blanco? ¿Había algún deseo expreso de borrar huellas nada honrosas para tan ilustre apellido? Así parece. Ni el segundo Almirante, cumpliendo la orden de su padre, ni Hernando, como hijo suyo, se preocuparon mucho de Beatriz durante sus últimos años de vida, pues el mismo Diego reconocía que se le dexaron de pagar los dichos diez mil maravedís tres o quatro años antes que muriese e no me acuerdo bien dello. Que se averigüe cuánto es la deuda y se pague a sus herederos. Eso es todo. ¿Y qué decir de Hernando en asunto que tanto le concierne? Veamos dos datos indirectos, escuetos y para algunos harto ilustrativos de lo poco que se preocupaba por su madre. El 6 de noviembre de 1519 --recuérdese que la fecha coincide con el comienzo del retraso en el pago reconocido por Diego Colón-- Beatriz Enríquez venderá a Juan Ruiz, canónigo de la catedral de Córdoba, dos casas de su propiedad por el precio de 52.000 maravedís9. Nada sabemos sobre si tal venta fue hecha porque la que fuera amante de Cristóbal Colón sufriera necesidad; de haberlo sido así, habría que calificar con duros epítetos la conducta de hijo tan olvidadizo. En otras ocasiones su actividad viajera podría hasta disculparlo, mas ahora estaba bien cerca pues la mayor parte de ese año residió en Sevilla, encargado por su hermano de tramitar negocios de envergadura10; y bien sabemos que nada pasaba en la ciudad de la Giralda que no se supiese pronto en Córdoba. Otro breve dato nos lleva a mediados de 1521; en tal fecha Beatriz otorgaba un poder al genovés Francisco de Cazana. estante en Sevilla, para que éste, a su vez, cobrase de Juan Francisco de Grimaldi, banquero genovés muy ligado a los negocios colombinos, todo el dinero que quisiera darle por su hijo Hernando. En contraste con esto, ese mismo banquero concedía a Hernando Colón un mes después, en Venecia, un préstamo de 200 ducados que se invertirían en la compra de los más de 4.500 libros que para su biblioteca particular adquirió durante el viaje que hizo recorriendo media Europa. Es probable que las cantidades libradas por los Colón anteriormente en favor de Beatriz las recibiera ésta a través de la casa Grimaldi. Por último, la excepción --que bien mirado no es tal-- a la que antes nos referíamos con respecto al silencio hernandino sobre su madre y los Arana de Córdoba. Se trata de una escritura notarial11 de 17 de agosto de 1525 por la que don Hernando Colón, hijo de mi señora Beatriz Enrriques hace donación irrevocable en favor de Pedro de Arana, mi primo, de unas casas, bodega, lagar, pila, tinajas y huerta que heredó tras la muerte de su madre. En un documento así, de uso familiar exclusivamente y sin mayor trascendencia, no era lógico ocultar estos detalles. Pero en los demás escritos hernandinos, bien privados, bien públicos, de mayor proyección nunca dejará escapar referencia alguna sobre sus familiares de Córdoba; en esos escritos el tal Pedro de Arana constará como su criado. Hernando era un Colón y su orgullo familiar, honra y posición social le llego siempre por vía paterna. Para los demás, el silencio.
contexto
Cuando la mujer se quedaba embarazada, se solicitaba la ayuda de los dioses domésticos para llevar a buen término la gestación. Pero no se realizaban especiales ceremonias en el momento del parto. De hecho, hay referencias que cuentan cómo en ocasiones las mujeres daban a luz por los caminos. Narra Murúa que si parían cuando en el campo tronaba, ese hijo era considerado como hijo del trueno y debía dedicarse al servicio de este dios. El aborto espontáneo era considerado como una desgracia. Entre las ceremonias del ciclo de la vida, encontramos una a la que los cronistas denominaron bautismo. En ella, se cortaban al niño o a la niña las uñas y los cabellos, que la madre guardaba como garantía de su influencia sobre el hijo. El centro de esta ceremonia era la imposición del nombre, que se componía generalmente del nombre de la huaca familiar y de un determinado suceso. Gráfico Otras ceremonias irían acompañando el ciclo vital de crecimiento. Desde los ocho a los quince años, las niñas permanecían al cuidado de la madre, aprendiendo los oficios y tareas propias de su condición femenina. En la pubertad tenía lugar otra ceremonia, a la que se daba gran importancia, el huarachicuy: "y así mismo a las doncellas, cuando les venía la primera flor, sus padres y madres las lavaban y peinaban vistiéndoles ropas nuevas, y les ofrecían algo como a los varones; y otros hacían lo mesmo."(Murúa,p. 442). Todo cambio en el ciclo vital iba acompañado de ceremonias y rituales.
contexto
Ideología social alemana defendida por Adolf Hitler, basada en los principios del nacionalismo pangermánico y el antisemitismo. Surge después de 1918 como movimiento contrarrevolucionario y antiparlamentario, apoyado por todos los descontentos de la democracia.
contexto
La unificación alemana bajo la hegemonía prusiana se convierte en el principal objetivo de la política de Bismarck, bien por medios diplomáticos o bélicos fue su gran empeño que conllevó el gran período del militarismo germánico organizado por el Canciller de Hierro como era denominado Bismarck. En 1867 consiguió proclamar la Constitución de la Confederación Alemana del Norte como si fuera un estado federal, cuyo presidente es Guillermo I de Prusia y su canciller Bismarck. Tras una serie de acuerdos con los estados alemanes del sur en 1871 Bismarck proclama el II Reich alemán y la confederación de estados alemanes y a Guillermo I, emperador (Kaiser) de Alemania.La idea del pangermanismo ya está arraigada, el expansionismo territorial alemán en marcha y esto es lo que llevará a Alemania a la primera guerra mundial con la pretensión de conseguir una unidad económica centro europea bajo su hegemonía. Tras la derrota en esta guerra y el período republicano, de nuevo vuelven a resurgir los aires nacionalistas en su máxima representación con Adolf Hitler y el nacional-socialismo que concluyó de nuevo en otra guerra la segunda guerra mundial.
contexto
El caso peruano se diferenció bastante de los anteriores ejemplos, pese a contar también con un gobierno militar. En realidad estaríamos frente a un caso de populismo autoritario, caracterizado por su orientación antioligárquica, su objetivo de industrializar el país a la vez que aumentar la presencia del Estado en la economía y el deseo de incorporar a los sectores populares (especialmente a los grupos indígenas y campesinos) a la vida política, de la que habían sido sistemáticamente marginados en el pasado. Estas circunstancias le restaron el apoyo de las elites políticas y económicas, a la vez que permitieron una utilización menos dura y sistemática de la represión. Las elecciones de 1962 fueron ganadas por Haya de la Torre y el golpe militar que se opuso a su triunfo colocó en el poder a Fernando Belaúnde Terry. Belaúnde intentó promover un gobierno de corte desarrollista, pero su gestión fue acompañada por la devaluación de la moneda y el incremento del endeudamiento exterior. La difícil situación económica y el aumento de la violencia guerrillera condujeron a un nuevo golpe militar en 1968, de características nacionalistas y populistas, que intentó desmontar el poder oligárquica y acabar con la dependencia del extranjero. El gobierno militar se extendió hasta 1979 y en su primera etapa (1968-1975), el proceso fue encabezado por el general Velasco Alvarado, que intentó una gestión de corte izquierdista y antiimperialista. En un segundo momento (1975-1979), el general Francisco Morales Bermúdez aplicó una política más moderada, que intentó el retorno de los militares a los cuarteles. En 1977 el gobierno militar dio a conocer el plan Tupac Amaru para propiciar el retorno a la democracia. En 1978 se convocó a elecciones para una Asamblea Constituyente y al año siguiente se sancionó una nueva Constitución en reemplazo de la de 1933. En 1980 se realizaron elecciones presidenciales de acuerdo con la nueva Constitución, que fueron ganadas por Belaúnde, candidato de la Acción Popular, con el 43 por ciento de los votos, frente al aprista Armando Villanueva del Campo, que sólo obtuvo un 25 por ciento. junto con los problemas económicos, Belaúnde tuvo que afrontar el recrudecimiento de la acción terrorista de Sendero Luminoso. Sin embargo, el electorado giró hacia la izquierda y en las elecciones de 1985 resultó triunfador Alan García, el candidato aprista, con el 53 por ciento de los votos. Por primera vez desde 1912 se producía el traspaso de poderes entre dos civiles y por primera vez en la historia del Perú un militante del APRA ocupaba la presidencia. La consolidación del proceso continuó, pese a las dificultades económicas y a la persistencia de la barbarie senderista, que hicieron descender el respaldo electoral del APRA. La falta de una salida clara permitió que Alberto Fujimori, respaldado por el movimiento Cambio 90, se impusiera en las elecciones presidenciales de 1990 a Mario Vargas Llosa, que contaba con el apoyo de la derecha para aplicar un programa de ajuste muy duro basado en la liberalización y en la desregulación de la economía. Otro grupo de países estaría integrado por los regímenes que, según Guillermo O'Donnell, se denominarían "tradicionales". Estos regímenes tienen altos componentes patrimonialistas y son bastante proclives a transformaciones revolucionarias, como ocurrió conla Nicaragua de Somoza o la Cuba de Batista. Si bien el Paraguay de Alfredo Stroessner se incluye en este grupo, el marco internacional de fines de los años 80 y la debilidad de los grupos de oposición hicieron posible una transición más pacífica y ordenada. El dominio de la familia Somoza sobre Nicaragua se extendió entre 1936 y 1979: Anastasio Somoza García (1936-1956), Luis Somoza Debayle (1957-1963) y Anastasio Somoza Debayle (1967-1979), ocuparon la presidencia de forma sucesiva. Gracias al control de la Guardia Nacional, los Somoza dominaron el país de un modo personalista y utilizaron los recursos del Estado en su beneficio. Algunos sectores de la burguesía plantearon un Diálogo Nacional, que fracasó ante la cerrazón del régimen. La situación se fue degradando y tuvo uno de sus puntos álgidos en enero de 1978 con el asesinato del líder de la conservadora Unión Democrática de Liberación, Pedro Joaquín Chamorro, que también dirigía el diario La Prensa. Este hecho permitió consolidar y ampliar al Frente Amplio Opositor, gracias a la incorporación de grupos burgueses y católicos. Una pieza clave en la lucha contra Somoza era el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un movimiento guerrillero de inspiración guevarista surgido al comienzo de los años 60. El FSLN incluía a grupos marxistas leninistas y a otros más moderados, como el liderado por Edén Pastora. Su ideología intentaba conciliar el pensamiento de Sandino con el nacionalismo y el antiimperialismo, reconociendo al marxismo leninismo como un método de análisis adecuado. La postura inicial de la administración Carter ante el agravamiento de la situación fue ambivalente, pero el avance sandinista y la actitud de los principales grupos de oposición democrática hicieron que el gobierno de los Estados Unidos abandonara a su tradicional aliado. El 19 de julio de 1979 los sandinistas ocupaban Managua y aprovecharon su papel protagonista en la revolución y su poderío militar para hacerse con el poder en detrimento de los otros miembros de la coalición antidictatorial. Hasta finales de 1989 la oposición antisandinista, tanto la interna como la externa, se negó a dialogar con el gobierno. Tampoco participó en las elecciones de 1984, boicoteadas por la Coalición Democrática Nicaragüense de Arturo Cruz. Al mismo tiempo que pedía la democratización y la reconciliación, la oposición apoyaba, y en algunos casos dirigía, la guerra de la contra. En las elecciones de 1984, que llevaron a Daniel Ortega al gobierno, el Frente Sandinista obtuvo el 67 por ciento de los votos. Los comicios se celebraron en medio de la guerra y en condiciones difíciles e irregulares, especialmente por la ausencia del principal grupo de la oposición, la Coordinadora Democrática. Su participación fue bloqueada por los norteamericanos, que estaban convencidos del triunfo sandinista y no querían legitimarlo. Para terminar con el bloqueo exterior y el acoso de la contra el gobierno se planteó la pacificación del país. En este marco se sancionó la Constitución de 1987, un texto democrático y pluralista y en 1988 se aprobó una nueva ley electoral. Después de algunas negociaciones con la oposición, que objetaba la composición del Consejo Supremo Electoral, la ley se modificó en 1989 y se convocó a elecciones generales. La negociación terminó en agosto de ese año con la firma del Acuerdo Político Nacional que contemplaba la desmovilización de la contra, la suspensión del reclutamiento militar hasta pasadas las elecciones y la participación en las mismas de todos los partidos firmantes. Una vez aceptada su participación en los comicios de 1990, la oposición se organizó en una gran coalición electoral, la Unión Nacional Opositora (UNO), integrada por catorce partidos, que tenían como común denominador su antisandinismo. El triunfo de Violeta Chamorro supuso el inicio de importantes cambios políticos en Nicaragua.
contexto
Con todo, antes de 1914, Gran Bretaña había podido conllevar el problema de Irlanda. Diferente fue el caso de Austria-Hungría compuesta, como alguien dijo, sólo "de Irlandas". El caso, en efecto, resultó paradigmático en muchos sentidos. En primer lugar, el compromiso de 1867 no había resuelto los problemas entre Austria y Hungría. Cuestiones como la contribución económica de Hungría a la Monarquía dual o como el Ejército -que seguía siendo un ejército unificado y mayoritariamente austríaco- alimentaron el independentismo húngaro: los independentistas, dirigidos desde 1894 por Ferentz Kossuth, lograron una gran victoria en las elecciones territoriales húngaras de enero de 1905 y, aunque más tarde, los liberales -que bajo el liderazgo de Kalman Tisza, jefe del Gobierno entre 1875 y 1890, habían sido el principal apoyo del régimen dualista- recuperaron terreno (reorganizados en el Partido Nacional del Trabajo), la amenaza del separatismo magiar continuó gravitando sobre la vida política de ambas Coronas. En segundo lugar, en esa misma Hungría, que se regía por una Constitución propia y distinta de la austríaca, la política de magiarización impulsada durante el largo gobierno de Tisza provocó la reacción nacional de croatas (unos 2 millones en 1910, eslavos y católicos), eslovacos (también unos 2 millones, pueblo de campesinos étnicamente próximos a los checos) y rumanos (unos 3,25 millones establecidos en la Transilvania húngara, objeto del irredentismo de la Rumanía independiente). En concreto, el nacionalismo croata se radicalizó sobre todo durante la etapa de gobierno asimilista del gobernador húngaro Conde Héderváry (1883-1903). De una parte, Ante Starcevic, creador del Partido del Derecho Puro, desarrolló la idea del trialismo, esto es, la transformación de la Monarquía dual austrohúngara en una Monarquía trial austro-húngara-croata dentro de la cual existiría una Croacia independiente en la que se integrarían todos los pueblos eslavos desde los Alpes al Mar Negro (croatas, eslovenos, serbios y eslavos musulmanizados), a los que Starcevic y su partido no reconocían como nacionalidades distintas de la croata. De otra parte, resurgió la vieja idea de la unidad de los eslavos del sur, la idea de una Yugoslavia, de una unión de croatas, serbios y eslovenos en una entidad política propia bien independiente, bien autónoma dentro de la Monarquía austríaca, tesis del obispo croata Josip Strossmayer (1815-1905), fundador de la Academia Yugoslava de Zagreb. Pero, en tercer lugar, esa idea yugoslava, que se estrellaba con las diferencias religiosas e históricas entre croatas y serbios, alimentó, contra las expectativas de sus ideólogos las diferencias ínter-étnicas. Al menos, la concepción croata pugnaba con las tesis del nacionalismo serbio que aspiraba, como el croata, a la liberación de los eslavos del sur pero bajo liderazgo y hegemonía propios, esto es, del reino de Serbia (3 millones de habitantes en 1910) y de las comunidades serbias de Austria-Hungría (otros 2 millones). La tesis serbia, por hacer del pequeño reino independiente serbio el Piamonte de los Balcanes, parecía, a principios de siglo, más realizable que la croata. Y en todo caso, aunque el nacionalismo croata creó fricciones en el interior de Hungría, fueron los serbios quienes asumieron el liderazgo: primero, por medio de distintas organizaciones y grupos clandestinos que surgieron en Bosnia-Herzegovina desde que la provincia, de mayoría serbia, quedó bajo administración de Austria en 1878; luego, en 1903, cuando el nacionalismo impuso un cambio de dinastía en el propio reino de Serbia y propició un giro en la política de éste hacia la confrontación directa con Austria-Hungría. Y, en cuarto lugar, surgieron problemas en la propia Austria, a pesar de que la Constitución de 1867 reconocía la igualdad de las nacionalidades (en 1910: 10 millones de alemanes; 6,5 millones de checos; 4,9 de polacos; 4 de rutenos; 1,25 de eslovenos; 770.000 italianos; 700.000 croatas; 100.000 serbios; más 850.000 serbios; 400.000 croatas y 650. 000 musulmanes en Bosnia-Herzegovina) y de que se había dado autonomía a Polonia y Bohemia y reconocido los derechos lingüísticos de las minorías. En concreto, la política de equilibrio y entendimiento multinacional que había logrado el conde von Taafe en su largo mandato al frente del gobierno (1879-1893) naufragaría ante el crecimiento de los nacionalismos austríaco y checo y, en general, ante la complejidad de todo el problema de las nacionalidades. Esto ya se había puesto de relieve antes: en 1871, el plan del canciller austríaco Hohenwart de crear un Imperio federal dando a Bohemia el mismo trato que a Hungría en el esquema imperial fracasó por la doble oposición de los húngaros y de la minoría alemana de la propia Bohemia. Pero ahora las cosas se radicalizaron. En 1882, como ya quedó dicho al tratar del pangermanismo, Georg von Schónerer creó en Linz el Partido Nacionalista, un partido radicalmente pangermánico, populista, antisemita y declaradamente hostil a las nacionalidades eslavas del Imperio (a las que quería excluir de su proyecto de unión y pureza racial austroalemanas incluso dándoles la independencia); y poco después, se creó el partido de los jóvenes Checos, un partido radical, democrático e independentista que, tras su victoria en las elecciones regionales bohemias de 1891, rechazó la política de acomodación que, durante los años de Taafe, había seguido el nacionalismo checo histórico. Taafe mismo dimitió en 1893 luego que un plan suyo que proponía la partición de Bohemia -región de mayoría checa pero con una importante minoría alemana- en distritos administrativos, lingüísticos y étnicos separados, tropezase con la doble negativa checa y alemana; y luego que su proyecto de reforma electoral encaminado a diluir el voto nacionalista estableciendo el sufragio universal masculino fuera rechazado por conservadores y liberales. Uno de sus sucesores, el conde polaco Cachimir Badeni, jefe del Gobierno imperial entre 1895 y 1897, dimitiría también por razones similares: porque su proyecto de ordenanzas lingüísticas, que equiparaba el alemán y las lenguas locales en determinados distritos, provocó una oleada de agitación callejera en diversas ciudades liderada por el partido de von Schönerer (y en 1898, un proyecto de dividir Bohemia en tres distritos lingüísticos distintos, chocaría frontalmente con el obstruccionismo de los nacionalistas checos, opuestos a toda idea que pusiese en entredicho la unidad de Bohemia). Más aún, la caída de Badeni abrió un largo período de inestabilidad gubernamental y de crisis constitucional que se prolongó prácticamente hasta 1914. El liberalismo dinástico austríaco, verdadero soporte del Imperio se vio, de una parte, paralizado por el problema de las nacionalidades, y de otra, superado electoralmente por la irrupción de dos partidos de masas: el Partido Social Cristiano, creado en 1890 por Karl Lueger (1844-1910), un antiguo concejal liberal del ayuntamiento de Viena que rompió con los liberales ante la extensión de la corrupción en la gestión municipal, un partido católico, social-reformista, antisemita, que buscaba deliberadamente el voto de las clases medias bajas vienesas (y que lo obtuvo Lueger, un formidable orador de masas, fue alcalde de Viena entre 1897 y 1910) y el Partido Social Demócrata (SPD), creado en 1889, dirigido por Victor Adler (1852-1918) judío, nacido en Praga pero de cultura alemana, condiscípulo de Freud y hermano del psiquiatra Alfred-, partido teóricamente marxista pero reformista y moderado en la práctica, apoyado por los sindicatos y con un número de brillantes intelectuales a su frente (Rudolf Hilferding, Karl Renner, Otto Bauer, Max Adler), que, tras la introducción del sufragio universal en 1907, se convirtió con sus casi 90 diputados en el principal partido del Parlamento austríaco. El sistema austríaco pudo en teoría haber derivado hacia un bipartidismo socialcristiano/socialdemócrata. El partido social-cristiano era dinástico y el SPD, aun no siéndolo, había elaborado, según las ideas de Karl Renner y de Otto Bauer (autor en 1907 de La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia), una verdadera teoría política del Imperio, proponiendo, ante el problema de las minorías nacionales, su transformación en un Estado democrático, federal y multinacional basado en la autonomía de todas las nacionalidades. Pero, en primer lugar, los círculos más conservadores de la Corte Imperial, y el propio emperador Francisco José, rechazaron la integración de las nuevas fuerzas políticas en el entramado del poder. Y además, el partido socialcristiano resultó ser un partido estrictamente vienés, y el SPD terminó por romperse precisamente por la impregnación nacionalista de sus propias bases y sobre todo, por las diferencias nacionales entre socialdemócratas alemanes y socialdemócratas checos (estos últimos crearon su propio partido en 1911). Dada la fragmentación política que produjeron tanto el crecimiento de los nacionalismos como la introducción del sufragio universal en 1907 -en 1907 había unos 30 partidos en el Parlamento-, el gobierno parlamentario resultó imposible. Desde 1907, el emperador, de acuerdo con la Constitución, nombró gobiernos no-parlamentarios que gobernaron por decreto. La movilización nacionalista terminó, así, por provocar la crisis del parlamentarismo austríaco. El asesinato el 28 de junio de 1914 en Sarajevo del heredero al trono de los Habsburgo, el archiduque Francisco Fernando, resultó especialmente revelador. Primero, porque fue llevado a cabo por un grupo nacionalista (por la Mano Negra, uno de los grupos clandestinos serbios organizados en Bosnia-Herzegovina después de la anexión). Segundo, porque al atentar contra Francisco Fernando, los nacionalistas serbios mataban a quien parecía más dispuesto a reorganizar el Imperio en un Estado descentralizado que incluyera, junto a Austria y Hungría, el reino de Bohemia y un reino de Iliria para los eslavos del sur (por lo menos, Francisco Fernando, que era hombre de ideas cristianas conservadoras, detestaba a los nacionalistas austro-alemanes y solía recibir a los líderes de los jóvenes Checos y de los nacionalistas eslovacos, rumanos y croatas). El nacionalismo aún produjo una última reacción política en Austria-Hungría. El crecimiento del antisemitismo que tuvo, como vimos, particular eco en Alemania y claras manifestaciones en Francia -recuérdense las ideas de Drumont y Maurras, y el affaire Dreyfus-, que constituía uno de los argumentos programáticos de los partidos de von Schönerer y Lueger, y que impregnaba vaga o explícitamente a los nacionalismos húngaro, croata, eslovaco y polaco, llevó a muchos judíos de esas regiones (en 1910, unos 2,5 millones en Austria-Hungría) a replantearse en profundidad la cuestión de su propia identidad personal y colectiva, la cuestión de su nacionalidad. Impresionado por la degradación del capitán Dreyfus a cuyo juicio asistió como corresponsal del gran periódico vienés Neue Freie Presse, Theodor Herzl (1860-1904), escritor judío nacido en Budapest y establecido en Viena -donde fue conocido por su germanofilia y su dandysmo y esnobismo esteticistas-, sufrió en junio de 1895 su conversión al judaísmo, esto es, tomó conciencia de su condición judía y, lo que iba a ser más importante, concluyó que la asimilación de los judíos en las culturas y naciones europeas estaba abocada al fracaso. Retomando ideas de otros escritores judíos (como Hess y Pinsker), Herzl publicó en febrero de 1896, en Viena, su libro Der Judenstaat (El Estado de los judíos), punto de partida del movimiento sionista, (término acuñado por Nathan Birnbaum, otro intelectual judío vienés), libro en el que exponía una tesis clara y revolucionaria: la apelación a la creación de un Estado judío, que Herzl, hombre de formación liberal, occidentalista y nada religioso concebía como un Estado libre, laico y socialmente igualitario, que esperaba lograr mediante negociaciones con los líderes de las grandes potencias y aun con el Sultán turco, preferentemente en Palestina, pero sin descartar otras posibilidades, como Argentina o incluso, Uganda. Herzl murió en 1904 con sólo 44 años pero para entonces, había logrado reunir 5 grandes congresos sionistas, lanzar un periódico, crear un movimiento organizado, aglutinar a un núcleo de importantes colaboradores (como Max Nordau, Israel Zangwill y otros) y apasionar en torno a sus ideas y proyectos a las comunidades judías de Austria-Hungría, Rusia e Imperio Otomano (y también dividirlas: Martin Buber y Chaim Weizmann, futuro primer presidente de Israel, encabezaron una oposición cultural o tradicionalista, a Herzl; Karl Kraus, otro judío vienés asimilado, lo satirizó ferozmente en su obra Una Corona para Sión, de 1898). Por todo lo visto, no exageraba ese mismo Karl Kraus cuando afirmó, ya en plena guerra mundial, que Austria-Hungría era como un "laboratorio para la destrucción mundial".
contexto
La caída de Metternich tuvo lugar cuando ya se habían producido las primeras manifestaciones nacionalistas en Hungría y en Bohemia, pero sirvió para darles mayor intensidad. A comienzos de abril Rieger consiguió que se aceptase una Constitución liberal (Carta de Bohemia), el establecimiento de un Gobierno nacional de carácter consultivo y una Dieta autónoma. Era una solución moderada para quienes, como Palacky, pretendían defender los intereses eslavos dentro del Imperio austriaco. En Hungría, Kossuth había hecho votar a la Dieta, el 22 de marzo, un ministerio parlamentario bajo la presidencia del conde Batthyani, pero bajo la inspiración del propio Kossuth.Los acontecimientos vieneses también sirvieron para activar los focos revolucionarios italianos. Se otorgaron Constituciones en Toscana, Piamonte y los Estados Pontificios, pero el verdadero objetivo de los revolucionarios fue la liberación de Lombardía y Venecia del dominio austriaco, aprovechando las dificultades que experimentaba el gobierno imperial. Manin, liberado de su prisión, proclamó la república en Venecia mientras que los radicales milaneses (Carlo Cattaneo) se sublevaron y establecieron un Gobierno provisional que buscó el apoyo de Piamonte, después de haber expulsado al mariscal Radetzky.
contexto
Antes ya de la I Guerra Mundial, Japón y China, parecían liberadas definitivamente de las ambiciones hegemónicas del colonialismo europeo. Eran sin duda la excepción en Asia y África. Pero su ejemplo iba a ser paradigmático. En concreto aquella victoria de Japón sobre Rusia en 1905 -primera victoria militar de un país asiático sobre un país europeo en la época moderna- sacudió la conciencia nacional de los pueblos o colonizados o mediatizados por Europa, particularmente en Asia. Propició, de una parte, la aparición de movimientos nacionalistas (o los reforzó si ya existían) en la India, Indochina, Birmania e Indonesia, donde en 1908, por ejemplo, nació la asociación nacionalista Budi Utomo y en 1921, el partido Sarekat Islam, asociación musulmana y nacionalista que pronto tuvo miles de afiliados. De otra parte, el ejemplo japonés fue decisivo para las revoluciones nacionalistas que estallaron en Persia en 1906 -que obligó al Shah a promulgar una Constitución y reunir el primer Parlamento persa en la historia-, en Turquía en 1908 y finalmente, como acabamos de ver, la misma revolución china de 1911. Además, habían surgido ya otras manifestaciones político-intelectuales que revelaban que la conciencia de nacionalidad estaba arraigando decisivamente en los pueblos colonizados. En Egipto, el nacionalismo político comenzó a renacer a finales del siglo XIX: en 1907, Mustafá Kamil creó el Partido del Pueblo, primer núcleo del nacionalismo moderno que pronto encontraría su gran líder en Saad Zaghul (1860-1927). Un intelectual iraní allí establecido, Jamal al-Dih al-Afghani (1839-97), llamó a la purificación del Islam, a un retorno a su carácter original como fundamento del panislamismo unitario de todos los musulmanes, concepto que empezó a usarse en la década de 1880. Al tiempo, el mufti (especie de juez y autoridad religiosa islámica) Mohammed Abdou (1849-1905) fue exponiendo en sus enseñanzas en la universidad musulmana de El-Azhar, en El Cairo, sus tesis sobre la actualización del Islam a través de su integración con la ciencia occidental, también desde la perspectiva de lo que tenía que ser una respuesta nacional árabe tanto a la dominación europea como a los viejos absolutismos islámicos, ideas que tendrían gran influencia en todo Oriente Medio. Un sirio exiliado en Egipto, Abdul Rahman al-Kawakibi, publicó en 1901 un libro, Las excelencias de los árabes, en el que argumentaba que el resurgimiento del Islam habría de ser obra de los árabes, y no de los turcos, factor principal de su declive. Iban, pues, tomando cuerpo dos ideas esenciales: la idea de que "el despertar de la nación árabe" (por usar el significativo título del libro que en 1905 escribió Neguib Azoury, un escritor cristiano-árabe) exigiría la liberación del yugo otomano, una convicción que iría extendiéndose a medida que la revolución turca de 1908 derivase hacia una dictadura militar y ultraotomana; y la idea de que el retorno al carácter prístino del Islam -debidamente actualizado- posibilitaría la reafirmación de los árabes en la historia. En 1910, se fundó en Túnez Tunis al-Fatat, partido de la joven Túnez, precedente de posteriores movimientos nacionalistas. En 1911, nacionalistas árabe-sirios crearon en París el Jami'at al -Arabiya al-Fatat, Sociedad joven Árabe, que iba a tener influencia duradera. En la India, donde desde principios del siglo XIX existían excelentes instituciones de educación superior de tipo occidental, bien creadas por Inglaterra, bien por hindúes y musulmanes, y donde el Imperio había generado una amplia clase media culta y relativamente acomodada, políticos, intelectuales, funcionarios y profesionales liberales crearon en 1885 el Congreso Nacional de la India, un partido político que aspiraba a la implantación gradual de formas de auto-gobierno que condujesen, tras la independencia, a una India constitucional, parlamentaria y democrática. La decisión en 1905 del virrey Curzon de dividir Bengala, uno de los centros del nacionalismo indio, en dos provincias, una mayoritariamente musulmana (en su día Bangladesh) y otra hindú, provocó grandes protestas de masas y la aparición en el Partido del Congreso de un ala radical liderada por Bal Gangadhar Tilak (1856-1920), erudito, periodista y político de prestigio, que recurrió a formas extremistas de oposición incluido el terrorismo. La mayoría del Congreso, no obstante, se mantuvo en sus concepciones gradualistas y moderadas y ello favoreció que Gran Bretaña -que reprimió con extremada dureza la agitación extremista- buscase formas políticas de atracción y conciliación. En 1909, aceptó la formación de parlamentos electivos regionales, primer paso efectivo hacia el autogobierno y un reconocimiento, por tanto, de la realidad "nacional" de la India. La política en la India se hacía cada vez más compleja. En 1906, dirigentes musulmanes del país -a cuya cultura propia habían dado voz y nuevo sentido líderes religiosos, escritores y poetas como Muhammad Iqbal- crearon la Liga Musulmana. El movimiento se limitaba inicialmente a la defensa de los intereses de los musulmanes (unos 70 millones por entonces) en una futura India autónoma o independiente, e Inglaterra pudo incluso usarlo como contrapeso al nacionalismo hindú. Con el tiempo, sin embargo, la Liga iría deslizándose hacia la definición de un nacionalismo musulmán separado que cristalizaría en torno al concepto de "Pakistán, país de los puros", acuñado ya en la década de 1930. Pero fue la I Guerra Mundial el acontecimiento que, subvirtiendo el orden colonial, iba a constituir el catalizador del despertar nacionalista de los pueblos de Asia y África. Todavía en aquella contienda los grandes imperios -Gran Bretaña, Francia- pudieron usar numerosos contingentes de tropas coloniales: australianos, neozelandeses, árabes, canadienses, indios, nepalíes (los gurkhas), sudafricanos, senegaleses, argelinos, combatieron con lealtad junto a sus respectivas metrópolis. La batalla de Gallípoli, la guerrilla árabe de Lawrence y la figura del general sudafricano Smuts -miembro del gabinete de guerra de Londres y uno de los fundadores de la fuerza aérea británica- fueron los símbolos de aquella cooperación (si bien, Francia tuvo que hacer frente a sublevaciones en el sur de Túnez, hubo también insurrecciones antibritánicas en Egipto, en 1915 estalló en Nyasalandia una rebelión dirigida por el ministro cristiano africano John Chilenhwe y en Libia continuó la resistencia a la ocupación italiana). Fueron varias las razones que explicarían el cambio que se produjo desde 1919: primero, la afirmación de los principios de autodeterminación y nacionalidad como fundamento del nuevo orden internacional representado por la Sociedad de Naciones; segundo, la decepción que en el mundo colonial produjo la ampliación de los dominios coloniales de Gran Bretaña y Francia a Oriente Medio bajo la forma de los "mandatos", reemplazando al antiguo poder otomano; tercero, la aparición de una nueva generación -culta y bien educada- en el mundo colonial, resultado precisamente de la propia obra colonial (que en general, potenció la educación superior de las elites de los pueblos colonizados); cuarto, el impacto de la revolución soviética de 1917 y la labor de la Internacional Comunista en apoyo de la lucha anticolonial, explicitada en el llamado "congreso de los pueblos oprimidos" celebrado en Bakú en septiembre de 1920; quinto, la necesidad de las propias potencias coloniales de establecer nuevas formas de organización de sus dominios, como consecuencia de los crecientes costes de las administraciones imperiales y de las grandes dificultades militares que conllevaba la propia defensa del Imperio (lo que fue particularmente evidente en el caso de Gran Bretaña, donde la idea dominante vino a ser la transformación del Imperio en una "confederación de Dominios autónomos", oficialmente proclamada en el Estatuto de Westminster de 1931). Como quiera que fuese, los poderes coloniales se encontraron a partir de 1919 con una creciente oposición. En la India, el gobierno inglés había prometido en 1917 "la implantación progresiva de un gobierno responsable". En 1919, aprobó la Ley del Gobierno de la India que, de acuerdo con el informe preparado el año anterior por Montagu, el ministro para la India, y lord Chelmsford, gobernador general de ésta entre 1916 y 1921, remodelaba la administración del territorio sobre la base de la diarquía: se concedía autonomía política y administrativa a las provincias y estados, y se creaba un sistema bicameral nacional (en parte elegido, en parte designado), pero el Virrey y la administración británicos continuaban reteniendo el poder ejecutivo e importantes funciones (policía, justicia, finanzas). Era, evidentemente, un nuevo paso hacia el autogobierno de la India. Pero, como indicación del cambio que. se estaba operando, el Partido del Congreso, dirigido desde 1915 por Gandhi (1869-1948), un antiguo abogado que durante su estancia en Sudáfrica entre 1893 y 1914 se había distinguido por su lucha en favor de los inmigrantes indios, consideró la nueva ley como muy insuficiente y escaló la política de confrontación en favor de la independencia. La terrible masacre de Amritsar, la capital del Punjab, donde el 13 de abril de 1919 un total de 379 personas resultaron muertas y más de 1.000 heridas cuando tropas gurkhas mandadas por el oficial británico R. H. Dyer abrieron fuego contra una multitud congregada pacíficamente en una plaza, había marcado el final de todo posible entendimiento. Como respuesta, Gandhi promovió su primera gran campaña de "desobediencia civil y resistencia pasiva", que mantuvo hasta 1922. La agitación, no siempre pacífica (en Bengala hubo una intermitente actividad terrorista entre 1923 y 1932), se extendió por gran parte de la India. El problema indio, personificado en las distintas huelgas de hambre que Gandhi mantuvo como desafío al gobierno (en 1922, 1930, 1933 y 1942) y en sus nuevas campañas de desobediencia civil, reemplazó al problema irlandés como primera preocupación británica, sin que los distintos gobiernos ingleses encontraran solución. Significativamente, en la novela Pasaje a la India que E. M. Forster publicó en 1924, no había ya aquella visión romantizada de la India abigarrada, caótica y fascinante que a principios de siglo había inspirado la magnífica prosa de Kipling (su gran novela, Kim, apareció en 1901). Forster denunciaba los prejuicios raciales y la vulgaridad de la colonia británica, la contrastaba con la espiritualidad y el refinamiento de la India y ponía de relieve las dificultades que hacían casi imposible el entendimiento entre los dos pueblos. En 1927, el gobierno Baldwin creó una Comisión especial, presidida por el político liberal sir John Simon y por el dirigente laborista Clement Attlee, para que informase sobre el estado político de la India. El Informe Simon, boicoteado en la India porque en la Comisión no había representación hindú, propuso la concesión de autonomía para las provincias, aunque rechazó la idea de un gobierno parlamentario para todo el país. En 1930, Gandhi lanzaba su segunda gran campaña de desobediencia civil, "la marcha de la sal", una marcha en la que Gandhi dirigió a sus cientos de miles de seguidores hacia el mar a lo largo de 320 kilómetros para protestar contra los impuestos británicos sobre la sal. Como consecuencia, el gobierno reunió en Londres (1930-32) las Conferencias de la Mesa Redonda, un total de tres, a la segunda de las cuales, en septiembre de 1931, asistió el propio Gandhi -y también el líder de la Liga Musulmana, M. A. Jinnah (1876-1948)-: en 1935, se aprobó la nueva Ley del Gobierno de la India, que entró en vigor en 1937 y creó asambleas legislativas de elección plenamente democrática en los 14 estados que integraban la India británica (los preveía también para los casi 700 principados y reinos autónomos que completaban la estructura política del continente, pero esto no se llevó a la práctica). La Ley llegaba tarde. El Partido del Congreso, cuya ala izquierda encabezada por Jawaharlal Nehru y Subas Bose reclamaba desde los años veinte la plena independencia, ganó las elecciones en siete de los catorce estados. El lema con que Gandhi definió su última campaña de desobediencia, promovida después de que Gran Bretaña decidiera unilateralmente la entrada de la India en la II Guerra Mundial, no podía ser más contundente: "dejad la India". En Oriente Medio, el nacionalismo árabe -que como vimos había recibido fuerte apoyo de los propios ingleses durante la guerra mundial, hasta provocar la rebelión de Hussein, el emir de La Meca y del Hijaz contra Turquía- rechazó la fórmula de "mandatos" de Francia (sobre Siria y Líbano) y Gran Bretaña (Transjordania, Iraq y Palestina) y consideró como una traición la declaración que en su carta privada a lord Rothschild de 2 de noviembre de 1917 había hecho el ministro de Asuntos Exteriores británico, Balfour, asegurando el compromiso británico para establecer un "hogar nacional judío" en Palestina. Hussein, que había utilizado el título de "rey de los países árabes", se negó a ratificar el tratado de Versalles. Graves disturbios -huelgas urbanas, guerrilla y terrorismo rural y urbano-, complicados por conflictos étnicos y religiosos entre las distintas comunidades de la zona, estallaron en Iraq (1920), Siria (1925-27) y Palestina (1929, 1936-39). En Iraq, Gran Bretaña optó por establecer un Estado independiente (1921) bajo el rey Feisal, después de que éste fuera expulsado por los franceses de Siria. Tras firmar una alianza militar por 25 años, ingleses e iraquíes negociaron la plena independencia en 1930. Francia, enfrentada a una rebelión de sirios drusos, tuvo que evacuar Damasco en 1925, pero al año siguiente retomó el control de la región, concedió una Constitución (1930) y ante la amplitud del movimiento nacionalista, prometió en 1936 la independencia (que, sin embargo, no llegó hasta 1944). En Palestina, la inmigración judía, todavía demográficamente poco importante -en 1936 la población judía era de 385.000 personas, el 28 por 100 de la población del territorio-, en la medida que parecía reforzar la promesa implícita en la declaración Balfour, provocó enfrentamientos crecientes y graves, sobre todo en 1929, entre las comunidades judía y árabe, liderada por el Gran Mufti de Jerusalén Haj-Amin al-Husseini (1897-1974), y una primera rebelión árabe en 1935. La idea británica, implícita en la propia declaración Balfour y expuesta por primera vez en el informe que una comisión presidida por Lord Peel preparó en julio de 1937 a instancias del gobierno de Londres, de "partir" Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío reservándose Gran Bretaña el control de los Santos Lugares, fracasó por el rechazo de la comunidad árabe y de los sectores extremistas judíos, a pesar de contar con el apoyo de la principal organización sionista, la Agencia judía dirigida por Chaim Weizmann. El mundo árabe conoció otra complicación adicional. Las ambiciones de Hussein, que en 1924 al producirse la abolición del califato en Turquía se había proclamado Califa, provocaron gran malestar entre los mismos árabes. Las tropas de Abd al-Haziz ibn Saud (1880-1953), el líder de Arabia, invadieron el Hijaz y en poco tiempo tomaron las ciudades de Jedda, Medina y La Meca (enero de 1926), provocando la abdicación y el exilio subsiguiente de Hussein; Ibn Saud constituyó en 1932 oficialmente el Reino de Arabia Saudita. En Marruecos, la rebelión anticolonial contra España fue acaudillada por algunos líderes locales tradicionales. Abd-el Krim (1881-1963), jefe de las cabilas de las montañas del Rif, desencadenó a partir de 1921 una eficaz acción guerrillera contra España y contra Francia, que sólo pudo ser dominada en 1925-27 tras una acción militar sobre Alhucemas a gran escala de los ejércitos de ambos países, coordinada por el mariscal Pétain. Incluso así, el Alto Atlas no sería conquistado hasta 1934. En Libia, los italianos no consiguieron terminar con la resistencia de senusis y beduinos hasta 1932. En otros puntos, la oposición colonial estuvo dirigida, como en la India, por partidos de masas inspirados por planteamientos ideológicos modernos, y se materializó a través de la acción política y de movilizaciones de la opinión, y no en acciones armadas y violentas. Precisamente, la gran inteligencia de Gandhi estuvo en que acertó a unir las ideas nacionalistas con los valores tradicionales del pueblo hindú (por eso que recurriera a símbolos tan característicos como el vestido hindú y la rueca) y con la espiritualidad del hinduísmo, por lo que hizo del Partido del Congreso, hasta entonces el partido de las elites occidentalizadas de la India, un partido de masas. En Egipto, la agitación antibritánica, que dio lugar a amplios disturbios callejeros a partir de 1919, fue encabezada por el partido nacionalista Wafd (Delegación), nombre que hacía referencia a la delegación egipcia que, encabezada por Saad Zaghul, pidió a Gran Bretaña en 1918 el fin del protectorado. Gran Bretaña, como había hecho en Iraq y haría en Afghanistán, optó por establecer (1923) una monarquía constitucional, bajo el rey Fuad, el antiguo sultán, pero reteniendo el control de Suez y del Sudán: el Wafd ganó las elecciones de 1924 y dominó la política del país hasta la II Guerra Mundial (aunque las relaciones egipcio-británicas siguieron siendo problemáticas hasta que Gran Bretaña renunció al control militar y a Suez). También en Túnez, la oposición anticolonial se extendió después de la I Guerra Mundial. El Partido Destour, principal exponente del nacionalismo tunecino, integrado por jóvenes tunecinos educados en Francia, se creó en 1920. Francia se limitó a crear (1922) un Gran Consejo puramente consultivo. En 1934, una escisión radical del Destour creó el Neo-Destour, dirigido por Habib Burgiba: los "neo-destourianos" organizaron una amplia oleada de huelgas y movilizaciones en 1937-38, muy duramente reprimidas por las autoridades francesas. En Argelia, donde la aparición del nacionalismo fue más lenta por la importancia numérica de la colonia francesa -unas 833.000 personas en 1926- y por la no existencia de una clase media ilustrada musulmana, Messali Hadj fundó en 1927, pero entre los trabajadores emigrantes en Francia, la primera organización anticolonialista, la Estrella Norteafricana, precedente del Partido Popular Argelino, de ideología nacionalista y comunista, que Messali Hadj creó ya en los años treinta. Los Ulemas tradicionalistas fueron promoviendo la idea de una patria musulmana basada en el Islam y la lengua árabe; otro sector de la población indígena, liderado por el diputado Ferhat Abbás, parecía inclinarse todavía por la asimilación a Francia. En Marruecos, finalmente, el "dari" beréber del gobierno francés de 16 de mayo de 1930 que sustraía las tribus beréberes a la jurisdicción musulmana, provocó la primera agitación de importancia de las juventudes urbanas nacionalistas, que vieron en la disposición un intento de dividir Marruecos: la agitación rebrotó después de 1934, bajo la dirección de un Bloque de Acción Nacional inspirado por el erudito islámico Allal alFassi (pero fue también duramente reprimido). Con la excepción del África negra -y excepción relativa pues desde los años veinte aparecieron en Ghana, Nigeria, Kenya y otros puntos organizaciones y personalidades que reclamaban de Inglaterra, por lo general por vías amistosas y pacíficas, cambios constitucionales hacia el autogobierno-, el nacionalismo hizo del antiguo orden colonial un escenario de inestabilidad, insurrecciones, protestas y conflictos. En los años treinta, la crisis económica agudizó la rebelión anticolonial. A las ya mencionadas, se unieron ahora revueltas en Birmania, Ceilán, Indonesia -que ya había conocido una sublevación comunista en 1926- e Indochina, donde también comunistas y nacionalistas habían iniciado la oposición al dominio francés años antes: el joven Malraux había colaborado en 1925-26 con intelectuales de Saigón en la creación de distintos periódicos anticolonialistas.