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Hacia el año mil se observa en Europa un progreso notable motivado por diferentes causas que se complementan entre sí: cambio climático favorable a la producción agrícola, cese o disminución de la amenaza militar y utilización de mejores utensilios y técnicas de trabajo agrícola que permiten poner en cultivo nuevas tierras. El incremento en términos absolutos y relativos de la producción se traduce en una mejor alimentación que da lugar a una expansión demográfica difícil de evaluar, pero manifestada de múltiples modos: ampliación o nueva construcción de iglesias y murallas, puesta en cultivo de tierras marginales o abandonadas, migraciones a veces de carácter militar y en otros casos en forma de peregrinaciones a Santiago de Compostela o a Jerusalén...El progreso no es sólo cuantitativo sino ante todo cualitativo: la roturación de nuevas tierras exige y lleva consigo la desecación de pantanos, tala de bosques y construcción de caminos a través de los cuales entran en contacto núcleos de población hasta entonces mal comunicados y que ahora pueden intercambiar sus productos, con lo que puede abandonarse el cultivo de plantas como la vid en tierras poco aptas pero que habían tenido que ser utilizadas en épocas anteriores porque la única forma de obtener el vino, necesario en la liturgia cristiana y en la alimentación, era producirlo localmente. Desde el momento en que existen excedentes y es posible transportarlos y hallar quienes se interesen por ellos, servirán para obtener por compra o cambio todo aquello que interesa o no se puede producir en el territorio. La comercialización de los excedentes agrícolas corre a cargo de mercaderes, de personas que viven fundamentalmente del comercio. A través de estos mercaderes, que se instalan junto a los posibles clientes, la ciudad recupera su función económica; sin perder su carácter administrativo, eclesiástico o militar, se transforma en lugar de intercambio, en mercado, en punto de contacto de economías complementarias al que pronto acuden los mercaderes internacionales y en cuyas proximidades surgen barrios o burgos en los que no tardan en instalarse artesanos liberados del trabajo agrícola al aumentar la población campesina y el rendimiento de la tierra y no ser necesaria su colaboración.El mercado deja de ser exclusivamente agrícola y en las ciudades se inicia la fabricación de objetos manufacturados destinados a atender la demanda de las comarcas próximas y a la exportación cuando la calidad y el precio hacen atractivos los productos. En todo el territorio hispánico puede observarse el surgimiento de estos nuevos burgos y de los artesanos y mercaderes que, sin dejar de ser laboratores, de vivir de su labor o trabajo, ya no son labradores; adquieren verdadera importancia en las zonas costeras del Mediterráneo o del Atlántico en contacto comercial con el mundo europeo.Generalmente, cuando se habla del comercio, los historiadores aluden sólo al comercio catalán a larga distancia, al que tiene como origen, destino o etapa final el norte de África, Siria, Grecia o Europa, y al lado de este comercio internacional existe un comercio interno menos brillante pero no de menor importancia, que conocemos gracias a aranceles aduaneros como el peaje de Barcelona de 1222, en el que figuran más de cien productos y entre ellos la pimienta, lino, algodón, cominos, incienso, canela, laca y otras especias importadas de Oriente; entre los productos locales figuran la cera, cueros y pieles de bueyes, conejos y corderos; lana y tejidos de fabricación local e importados; productos alimenticios como sal, aceite, azúcar, miel y harina; artículos como hierro, alquitrán, madera, naves, papel, plomo... La proyección exterior de los mercaderes barceloneses, catalanes, valencianos y mallorquines no habría sido posible sin una organización que coordinara sus actividades tanto en las ciudades como en el exterior. La primera organización de los mercaderes la hallamos en las Ordenanzas de la Ribera de Barcelona, de 1258, en las que se definen los derechos y obligaciones de marinos y mercaderes en Cataluña y en el exterior: tripulantes y mercaderes de cada nave nombran dos próceres con autoridad sobre todos cuantos van en ella y éstos a su vez eligen a otros cinco (dos en barcos de poco tonelaje) y juntos los siete deciden cuanto haya que hacer en la nave; su autoridad se extiende a "cuantos hombres de Barcelona encuentren en su viaje, tanto en tierra de cristianos como de musulmanes", pues su autoridad es delegada de la del rey y de los prohombres de la Ribera de Barcelona.En 1266, la figura del cónsul en el exterior se concreta aún más y su nombramiento queda en manos del Consell de Barcelona, al que el monarca autoriza a nombrar cada año "cónsules... en las naves y leños que navegan hacia las partes ultramarinas con jurisdicción no ya sólo sobre los barceloneses sino sobre todas las personas de nuestras tierras que naveguen hacia dichas partes ultramarinas, y sobre los que residan en ellas y sobre todas las naves y leños de nuestras tierras navegando en la misma dirección o de escala en sus puertos y sobre los bienes de todos y cada uno". Entre 1260 y 1270 los barceloneses procederán a una nueva redacción de las Ordenanzas, conocidas ahora como Libro del Consulado, que serviría de pauta al Consulado de Valencia creado en 1283; los mercaderes valencianos perfeccionaron las costumbres recibidas y añadieron diversos epígrafes y mejoras que llevaron a extender esta nueva forma legal a Mallorca, Barcelona, Tortosa, Gerona, Perpiñán y Sant Feliu de Guixols.Una gran parte de los artículos mencionados en los diversos peajes procede del comercio exterior, que según hemos indicado anteriormente, se halla estrechamente relacionado con la expansión política. Entre las causas que se han buscado a esta expansión se ha dado un lugar preferente a las económicas, hasta el punto de afirmarse que la política expansiva no fue obra de la monarquía sino de los burgueses, de los poderes económicos. Cataluña en general y Barcelona en particular, disponían en el siglo XII, y aun antes, de una marina dedicada al comercio y al corso, actividades que se veían perjudicadas frecuentemente por los piratas musulmanes de Almería, las Baleares y Tortosa, y la conquista de estas plazas en el siglo XII por Alfonso VII de Castilla, Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV de Barcelona contará con el apoyo de barceloneses, pisanos y genoveses interesados en mantener activos el comercio y la navegación mediterráneos; y algo parecido podría decirse al hablar de la ocupación de Mallorca, de Valencia, Sicilia o de los intentos de Jaime II de ocupar Almería, para facilitar el comercio o evitar, al menos, las trabas puestas en las rutas comerciales por los corsarios-mercaderes musulmanes del norte de África, donde los catalanes terminarán instalándose como mercaderes a lo largo del siglo XIII.
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Una de las grandes realizaciones de los antiguos egipcios fue la inmensa labor artesana, en la que se ocupó una gran parte de su población, logrando innumerables productos de muy bella factura. Gran parte de los artesanos trabajaban para el faraón o los grandes templos, conociéndose documentación sobre la existencia de amplios talleres, donde el trabajo era supervisado por un superintendente. Este cargo era habitualmente hereditario y tenía la misión de controlar la labor de los artesanos y el uso de los materiales que tenían destinados, especialmente los metales. Carpinteros, metalúrgicos, joyeros, ceramistas, escultores, pintores, vidrieros, tejedores, albañiles nos han dejado un buen número de piezas que hacen alusión a la importancia de la artesanía en la época, realizando tanto objetos suntuosos como de primera necesidad. Los textos hacen referencia a la jornada laboral y parece que trabajarían unas ocho horas diarias, durante ocho días de cada diez.
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Las funciones artesanales y de mercado singularizaron a las ciudades musulmanas, contribuyeron a la complejidad de su estructura social y requirieron algunos criterios de organización que llegaron a la madurez entre los siglos IX y XI. Los tratados de hisba suelen contener algunos de ellos, ya que el responsable de su cumplimiento era el muhtasib, secundado por maestros de cada profesión (amín, arif) especialmente cualificados, y se refieren a calidades, precios y condiciones requeridas para la práctica del oficio con taller abierto. No formaban los artesanos gremios o corporaciones autónomas pero aquellas formas de control en manos de autoridades exteriores les daban, con todo, cierta cohesión por oficios, así como la costumbre, heredada de épocas anteriores a menudo, de que los talleres y tiendas de cada oficio estuvieran en las mismas calles o sectores urbanos, o dispusieran a veces de mercadillos propios, lo que es lógico dentro de un sistema que no pretende fomentar la competencia entre los artesanos sino controlar sectores de la producción manufacturera y del mercado urbano.
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Había un cierto número de personas (el 30% de la población nacional, aproximadamente, algo más de la mitad de los cuales vivía en los pueblos) que se dedicaba al sector de los servicios, a los trabajos artesanales y a la naciente industria aunque ésta era escasa y muy limitada. Artesanos, tenderos y criados domésticos constituían una microsociedad dentro de cada pueblo. Estos grupos, sobre todo, vivían en aquellas poblaciones que constituían cabecera de comarca y que vienen a coincidir con las sedes de los partidos judiciales que organizó, tras la muerte de Fernando VII, Javier de Burgos. Buena parte de la población rural eran artesanos en mayor o menor medida, pues lo más frecuente era que en cada familia se desarrollase alguna actividad artesanal. En el mundo rural de mediados del siglo XVIII y primera mitad del XIX, cada familia, cada pueblo, por pequeño que fuese, tiende al autoabastecimiento. Se trata de transformar los productos agrícolas o ganaderos así como aquello que el medio proporciona. Por ejemplo, José Camacho hace la observación, válida para otros muchos lugares de la España de la época, de la ausencia de panaderías en los pueblos del noreste de Badajoz. Cada casa tiene su propio horno donde elabora pan. Sólo en años y épocas de escasez funcionaba una panadería local que se abastecía del trigo del pósito. Igualmente, muchos de los propios vecinos confeccionaban su propio calzado (sandalias, albarcas) fijando la piel a la suela con lañas de grueso alambre. A veces eran los pastores quienes llevaban a cabo esta tarea. Estos mismos eran quienes curtían las pieles. La mayor parte de las familias se agenciaba los materiales necesarios para construir sus propios zurrones, zamarras, etc. o recurrían a los pastores si no sabían hacerlos. En muchas casas había un telar con el que, además de fabricar tejidos de lino basto que vendían, "echan sus telas para el gasto de sus casas" (Larruga). Si nos restringimos a quienes hacen de tal actividad su principal fuente de ingresos, el número de artesanos es limitado. Normalmente los artesanos se concentraban en los pueblos mayores que hacen de cabecera de comarca. Tal es el caso de Siruela en la Siberia extremeña. En él había cinco molinos de agua para molturar los cereales, tres hornos de teja y ladrillo, algunas alfarerías (para orzas, tinajas, botijos, etc.), algunos carpinteros, dos carnicerías, varios pescadores de río, cierto número de fraguas (para fabricar y reparar herraduras, arados, cancelas y todos los utensilios de hierro). En la comarca sólo había un zurrador que hacía objetos de piel y calzado. En otro extremo del país, en Navarra, además del textil y la metalurgia, había algunas pequeñas industrias locales relativamente variada: harina, quesos, regaliz, fósforo, chocolate, tejas, ladrillos, etc. En zonas rurales había también un cierto número de industrias más cualificadas, a mitad de camino entre el sistema doméstico y el de factoría. En el sector más difundido, el textil, era frecuente en muchas comarcas españolas la existencia de una industria rural dispersa de carácter familiar. Existían telares diseminados en casas particulares fundamentalmente a cargo de las mujeres. La minería proporcionaba trabajo a bastantes miles de personas en muchos pueblos. Esta actividad frecuentemente iba unida a la siderurgia. Había numerosas ferrerías, especialmente en el norte de España, e industrias con mayor estructura empresarial, por ejemplo, la fábrica de Orbaiceta (Navarra), establecida por el Estado en 1784 para producir municiones, o la que se instaló, por iniciativa privada, en Alcaraz, un pueblo junto a la Sierra del Calar del Mundo, actual provincia de Albacete, dedicada a la producción de latón utilizando como fuente energética la fuerza hidráulica y el carbón vegetal. En esta última, como ha estudiado Juan Helguera, trabajaban unos 100 operarios.
termino
acepcion
Término arquitectónico que se refiere a un adorno cuadrado o poligonal en los techos y bóvedas. Suele estar formado por un panel bordeado por vigas salientes y molduras.