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Montilla es un considerable foco artesano, con algunos gremios que se han desarrollado en torno a la notable actividad bodeguera del municipio, como la tonelería, con la fabricación de toneles y botas, con madera de roble y castaño y flejes de hierro, a la que hay que sumar la manufactura de otros objetos relacionados con el vino como venencias, jarras, coperos y botelleros. También se encuentran en Montilla el torneado de maderas para uso en las bodegas, la joyería y el oficio de la guarnicionería, con cuidados trabajos en cuero curtido relacionados con la monta y la caza.
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La riqueza cultural de Priego se manifiesta en su artesanía que tiene su máximo exponente en la talla de la madera y de la forja. Se siguen conservando talleres artesanos dedicados a la talla de madera, seguidores de una tradición de siglos de antigüedad, cuyos trabajos de restauración, muebles, imágenes religiosas, etc. -en la modalidad barroca granadina- tienen demanda en toda Andalucía. Los trabajos en hierro que pueden observarse en los bellísimos enrejados de las ventanas y de los balcones que adornan las calles de Priego, provienen de algunos de los talleres artesanos de esta localidad. Estas producciones artesanales se han visto reforzadas con la incorporación de jóvenes a las nuevas escuelas-taller, en las que además se trabaja el yeso y la fundición. Una muestra de estos talleres se encuentra en el Paseo Colombia, en el cual se hay una Pérgola que brinda homenaje a los creadores del Patrimonio Artístico de Priego de Córdoba. También se pueden encontrar en Priego otras muestras artesanas, como es el caso de los tejidos artesanos en telares de palo, conocidos con el nombre popular de "gobiernos", y bordados con hilo, labores de ganchillo y encajes de bolillo. También se realizan trabajos con esparto y enea, que dan lugar a la creación de utillaje agrícola y doméstico.
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En Alcalá la Real y sus aldeas subsisten diversas actividades artesanales que han heredado una larga tradición. Cabe señalar las antiguas manufacturas relacionadas con el mundo campesino, como la albardonería y la talabartería, de herencia musulmana, encargada de realizar los aparejos de las bestias, o los trabajos en esparto. La cerámica también destaca, ofreciendo piezas de barro esmaltado, de estilo local o granadino, para uso doméstico u ornamental, al igual que la fabricación de vidrieras emplomadas. Muy apreciados son los bordados de mantillas y tules, y dignos de mención los realizados en las vestiduras religiosas y de cofradías, llevados a cabo por las monjas dominicas y encajeras del municipio. El ramo textil incluye asimismo la confección de jarapas y tapices.
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De gran tradición es la industria artesanal panadera de Alfacar, constituyendo uno de los principales medios de vida de la población. Su origen se remonta a época morisca, llegando hasta nosotros. En el siglo XVII existían en el pueblo cincos hornos de pan y seis molinos de harina, un siglo más tarde eran 9 los hornos, y en 1999 llegan casi a las 60 panaderías, que abastecen de pan diariamente a la capital de Granada y alrededores. En la actualidad, muchos de los "Hornos Morunos" han sido adaptados y mecanizados, de modo que la forma de elaborar el pan es menos rudimentaria, aunque sin renunciar al tradicional "Horno Moruno" de los que sólo quedan dos en Alfacar.
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La tradición de Lucena como importante foco de manufacturas artesanas se remonta a varios siglos. Su fama se ha cimentado, sobre todo, en la producción de dos ramos cuya actividad ha sabido preservar celosamente. Por un lado, la fabricación de distintos objetos de bronce, junto con los de cobre y latón, antiguamente con carácter utilitario y en la actualidad decorativo. Sus formas más conocidas son los braseros, pebeteros, calentadores, las chocolateras, entre otros artículos. Famosa internacionalmente es la pieza llamada "velón", labrado o torneado con exquisito gusto. Por otro, la cerámica y la alfarería, con piezas de barro claro y bellos vidriados de tonos verde intenso, de raíces hispanomusulmanas, azul y crema, aplicados a la producción de objetos como las orzas, botijas, platos, tinajas, o la perula, siendo esta la pieza más importante.
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La herencia morisca se hace patente en la artesanía cordobesa, especialmente en la orfebrería y el trabajo del cuero, manteniendo en la actualidad un amplio colectivo de oficios y producciones artesanas muy representativas de su pasado histórico y artístico. Los artesanía en cuero se desarrollo en Córdoba en la época califal, donde alcanzó su máximo esplendor. Los guadamecileros, como así eran llamados los artesanos del cuero, curtían pieles de carnero y elaboraban en ellas característicos repujados, cuya fama se acrecentó hasta el punto de estar presentes en la propia corte de Carlomagno. Sin embargo, con el paso del tiempo se llamaraon también cordobanes, haciendo referencia esta última denominación a aquellas pieles curtidas cuyo uso tenia una finalidad funcional. Se trataba de pieles de macho cabrío curtidas sin labrar y utilizándose, en su color natural, para la fabricación de zapatos, pequeñas bolsas, guantes, cojines, encuadernación de libros y otros elementos de utilidad cotidiana. En la fabricación de muebles como arcas, baúles, cofres y maletas, el cuero se usaba como revestimiento de la madera, gracias a su resistencia e impermeabilidad. La decadencia de este sector comenzó, sin embargo, a finales del siglo XVIII y se mantuvo languideciendo hasta mediados del 1900. En este momento el propio Ayuntamiento de la ciudad intervino de manera activa, logrando el reconocimiento y permanencia del sector. A ello contribuyó, sin duda, la creación del Museo de las Artes Cordobesas, así como la recuperación de la costumbre de obsequiar, en los regalos de protocolo municipales, con las que podrían considerarse verdaderas obras arte en cuero repujado. Cordobanes (como ya hoy se le conocen) con el escudo de la ciudad y otras representaciones de tradición musulmana pueden adquirirse en algunas de las callejas que conforman el barrio de mayor tipismo en la cuna de los Abderramanes: la Judería. También cabe englobar entre los oficios de mayor tradición en Córdoba el arte de la orfebrería, siendo actualmente una de sus principales actividades económicas. El peso de esta labor habría de mantenerse hasta la Edad Moderna, pese al receso que supusieron los siglos posteriores a la llamada reconquista. Fue a partir de la centuria del 1500 cuando comienza lo que podría considerarse una verdadera escuela de orfebres cordobeses. Consagrados de manera prácticamente exclusiva a la producción de objetos religiosos, los artífices de esta época llegarían a tener un total dominio sobre los metales preciosos, particularmente el argénteo, que hizo que este gremio comenzase a ser conocido como el de los plateros. El resultado de esta notable habilidad fue la realización de relicarios, vasos sagrados y demás objetos litúrgicos, que fueron demandados por cofradías, parroquias y conventos. Entre las producciones más destacadas se encontrarían, sin duda, algunas de las más suntuosas custodias procesionales que hasta el siglo XVIII se cincelaron en la zona. A pesar de esta significativa importancia, el sector de la orfebrería tampoco estuvo exento de crisis. Fue el empeño de las instituciones y la apuesta personal de determinados artesanos que se resistían a abandonar este oficio, lo que haría que la orfebrería cordobesa volviese nuevamente a recuperar el prestigio que tuvo desde sus orígenes. Desde entonces, la capital se ha convertido en el verdadero núcleo impulsor de esta tradición orfebre, decantándose cada vez más hacia la joyería, en la que fuera llamada "perla de Sefarad".
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En Granada permanecen oficios artesanos procedentes de la época nazarí y que guardan la tradición de siglos. El oficio principal de esta artesanía es la taracea, cuidadosa labor decorativa consistente en incrustar en la madera pequeños trocitos de nácar, conchas, metales y maderas de distintos colores. La producción se centra, especialmente, en objetos como cofres, estuches, ajedreces, bargueño, mesas y arcas En la alfarería y la cerámica también se mantienen expresiones de herencia musulmana como la andalusí, la de reflejo metálico, la de cuerda seca y la granadina o de "Fajalauza". Son piezas de barro claro con tonos verdosos que reflejan inequívocamente la técnicas hispanomusulmanas en este oficio. El carácter decorativo al que fácilmente se ha ido adaptando la cerámica ha permitido que determinados objetos se hayan seguido fabricando pese a carecer desde hace tiempo de la finalidad a la que siempre estuvieron consagrados. Así se evidencia en los variados recipientes de tradición andalusí, cuya decoración y técnicas fueron recuperadas recientemente con la intención decorativa a la que ya se ha hecho referencia, y también en la clásica cerámica granadina o de Fajalauza cuyos platos pasaron en numerosas ocasiones a colgar en las paredes de terrazas y jardines en detrimento de las mesas y chineros para los que fueron concebidos. Además las labores en madera, cerámica, vidrio, metal, joyería y piedra también revelan pervivencias de inspiración nazarí. Los oficios artesanos de los metales preciosos se agrupan en la actualidad en los focos comerciales y artesanos de el Zacatín y La Alcaicería.
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Un análisis detenido de la actividad manufacturera y mercantil en aquellos siglos muestra también las limitaciones bizantinas en este campo: no llegó a haber concentración artesanal fuerte ni siquiera en subsectores como el textil, y el comercio exterior, e incluso el interior, fueron actividades relativamente marginales, incapaces de generar acumulación de capitales, ceñidas al abastecimiento de las ciudades, mientras que las aristocracias se mantuvieron ligadas exclusivamente al sector agrario y no dedicaron a otras actividades parte de sus rentas. En lo que se refiere a las manufacturas, sólo las de propiedad imperial producían concentración de medios y trabajadores. Las privadas solían estar repartidas en numerosos talleres (ergasterion) urbanos cuyos propietarios sólo podían formar parte de una corporación profesional; lo habitual es que el taller fuera atendido por la propia familia con ayuda, a lo sumo, de algunos obreros o esclavos domésticos. La intervención del poder público se limitaba a asegurar los precios, calidades, pesos y medidas de productos o servicios de primera necesidad como eran los relativos a la alimentación, construcción, cambio de moneda, comercio de metales preciosos y fe pública notarial, y a garantizar que se pagaran los impuestos correspondientes: estas finalidades limitadas son las que interesan en el llamado "Libro del Eparca", que se atribuye a León VI: en su descripción de 22 corporaciones y de las funciones de control ejercidas por el eparca no hay, por lo tanto, una imagen completa de la actividad manufacturera en Constantinopla porque no se mencionan oficios tan importantes como la orfebrería y los metalúrgicos, de armamento, navales, vidriería, cerámicos, del cuero, de la seda o de los tintes, todos ellos bien desarrollados en la capital del Imperio; la manufactura sedera, especialmente, era objeto de gran atención para asegurar su calidad. Las cerámicas más apreciadas procedían de Corinto, Nicomedia y Tesalónica. Esta última ciudad, importante puerto y centro militar, tenía también fama por sus industrias de confección. Y la seda se hilaba y tejía en muchas localidades de Grecia: Tebas, Esparta, Corinto, entre otras. Las sederías griegas aún mantenían su importancia en el siglo XII.
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Cuando el Islam apareció en la escena mundial, los tejidos de lujo tenían ya una larga tradición de comercio internacional, que recogieron y potenciaron hasta que fue su más preciado producto entre los cristianos; en el siglo VII, Oriente estaba dominado por los tejidos de la Persia sasánida, los telares bizantinos y, sobre todo, por los coptos; en seda, lana o lino los omeyas y los abbasíes dispusieron de representaciones de escenas y personajes paganos, cristianos o sasánidas, amén de animales reales o míticos, cenefas vegetales, etc. Los tejidos ligeros para vestidos, o los medallones y tiras que se les aplicaron, ocuparon un puesto destacado entre las artes islámicas y sus productos pasaron a ser controlados por el califa quien, según costumbre persa, los entregaba como regalo o recompensa oficiales. En los primeros tiempos, el principal centro creador siguió siendo Egipto, país en el que hasta hace muy pocos años aún se fabricaba en exclusiva el tejido negro, recamado en oro, que cubría la Kaaba. Estas telas presentaban cenefas con inscripciones en las que se indicaba su Dar al-Tiraz de procedencia, aleyas coránicas, jaculatorias y elogios al soberano e incluso poemas; este expediente comenzó en Egipto durante los tuluníes. En la decoración de los tejidos se encuentran motivos idénticos a los que aparecen en otras artes islámicas; a veces se dan en ellos representaciones figurativas, si bien esquematizadas y carentes de modelado, por imposición de la propia técnica, que se prestaban mejor a diseñar bandas lisas, zigzag, recuadros...; en cuanto al colorido, la gama es amplísima, no obstante predominaron los azules, los amarillos y diversos tonos y matices del rojo. Con frecuencia se entorcharon las tramas y urdimbres con hilos de oro, plata y plata sobredorada, enriquecimiento que Egipto no conoció hasta la dinastía fatmí, pero que desde los primeros omeyas ya se hacía en Córdoba, donde existió una Dar al-Tiraz desde muy pronto; fueron famosos otros centros productores de Occidente, como Fez, Zaragoza, especializada en lino, y la seda de la actual Andalucía oriental. El momento del que estamos mejor informados es el almohade, cuyas espléndidas producciones de seda, de raíz sasánida a veces, formaron todo el ajuar funerario del panteón burgalés de las Huelgas, algunas de cuyas piezas (brocados, entorchados, tafetanes...) pudieran proceder de la Sicilia normanda. En el corazón del Islam destacaron las creaciones de Damasco y de Bagdad, que alcanzaron una extraordinaria difusión y que fueron imitadas, con mayor o menor éxito, en muchos países islámicos. Los tapices constituyen un género de tejido bien distinto, pues las tramas, que contienen los dibujos concretos, cubren los hilos de la urdimbre en los entrecruzamientos. Por lo demás poco cambia la cosa, pues existe una coincidencia prácticamente total en lo referente a sus principios compositivos, con la variante respecto a las telas de la esquematización total en las representaciones figurativas, hasta hacerlas irreconocibles. Un tipo específico de tapiz grueso, de pequeño formato para su uso personal en la Aljama o en la oración cotidiana, lo constituyen las alfombras de oración, reconocibles por el mihrab que en ellas se representa. Las más antiguas parecen proceder de trabajos de nudos de los antepasados nómadas de los turcos, por ello no extraña que las más viejas conservadas procedan de la Anatolia silyuqí y se daten en el XIII. Los talleres iraníes de tapices y alfombras alcanzaron su mejor época un poco más tarde, si bien su producción se remonta a varios siglos atrás. Con los saffawíes se organizaron las fábricas reales de Isfahan, Kasan y Kerman, en las que se producen multitud de alfombras de minúsculos nudos multicolores de lana y de seda. La decoración de estas piezas es bastante variada, si bien abundan las que presentan un medallón central y trozos en cada ángulo. Una ancha banda con cartelas bordea la alfombra, cuya decoración se completa con temas vegetales y de animales heráldicos. Otro interesante dibujo fue el de las alfombras que reproducen el esquema del jardín persa de cruceros. Los objetos de vidrio que pueden datarse en la época de la expansión del Arte islámico, son casi siempre botellas de cuello largo y cuerpo globular, con o sin pie, carentes a veces de decoración mientras otras presentaban imágenes en relieve; sobre esta forma básica se usó la técnica de darle dos capas vítreas, incolora la que servía de base y verde o azul la final, de tal manera que la decoración polícroma, dada sobre esta última, destacaba más, componiéndola a base de bandas caligráficas, atauriques, animales e incluso figuras humanas. Recordemos también las jarras para agua, con asa vertical, y que a veces recibieron aplicaciones de oro, como es el caso de las fatimíes. Desde las Cruzadas fueron incorporando pastas opacas de diversos colores, con añadidos metálicos también y poco después, incorporada al vidrio, una profusa decoración dorada, cuya técnica dominaban los artesanos al servicio de los mamelucos de Egipto, de manera que detentaron el monopolio de la producción durante una buena parte de la Baja Edad Media, pues sus principales competidores, los sirios, fueron trasladados a Samarkanda por Tamerlán hacia el año 1400. El repertorio de formas alcanzó todas las típicas de una vajilla de lujo, pero las piezas más comunes fueron las lámparas (mariposas) para las salas de oración, conformadas a manera de jarras con asas atróficas, para poder atarlas a unos artilugios de metal, de formas diversas, que colgaban como las antiguas arañas. Normalmente muestran un par de bandas caligráficas, una en el cuello y otra en la panza, en las que, además de aleyas del Corán, se leía el nombre del donante.