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acepcion
Para los budistas significa "Bienaventurado" y se refiere al que ha alcanzado el nirvana. Esta expresión, adoptada del sánscrito y traducida como "el que no tiente más que aprender", en China recibe el nombre de Luohan.
acepcion
Santo budista o persona que ha conseguido liberarse tras una lucha interna entre el yo y las pasiones.
acepcion
Para los arios, este concepto representa el orden cósmico y establece las obligaciones de los hombres.
Personaje
María de Peñalosa fue, antes que nada, una madre ejemplar. Ya veremos más adelante los muchos hijos que tuvo y cómo los atendió y cuidó. Se comprenderá fácilmente que ser una buena madre en aquellos años era en sí una enorme hazaña, dadas las dificultades de encontrarse en tierra extraña y rodeada de formas de ser y costumbres tan distintas a las propias. No era igual criar a un hijo, y mucho menos a varios, en Segovia que en Nicaragua, lo cual en sí, le da a esta mujer un valor extraordinario. Es de notar, también, el amor que reinaba en esa familia, sobre todo el de los hijos varones hacia la madre, y no menos el que existía entre marido y mujer. Pero fue mucho más. Aunque no se ha escrito mucho sobre ella, casi todos los autores coinciden en afirmar que lo que más resalta en ella es su nobleza de espíritu, su esforzado corazón, su elevado don de madre y esposa, y ser más que capaz para afrontar momentos muy difíciles en los que siempre demostró gran piedad y comprensión. Y estos momentos difíciles fueron siempre en relación a su familia, a su esposo e hijos, a los que siempre defendió y apoyó contra fuerzas poderosas tanto en la Península como en Nicaragua, desde el Rey y el Consejo Real de Indias, y aun la misma Inquisición, hasta clérigos y oficiales de la Audiencia de Guatemala. No era mujer fácil de intimidar o de doblegar al tratarse de asuntos que tuviesen que ver con su familia, a la que protegía como una leona. Muchas veces se vio sola, rodeada de enemigos no sólo del marido sino de su propio padre, el férreo Pedrarias Dávila, y después de sus dos hijos mayores, pero ninguno de ellos logró desanimarla o hacerle mella, manteniéndose firme y resuelta, dueña de su persona y de su casa. Se casó con Rodrigo de Contreras. La descendencia de la pareja fue numerosa, como lo fue la del padre de Soña María. Tuvieron en total 11 hijos (Pedrarias había tenido ocho).
Personaje
Pintor
Hijo de padres gallegos, Arias fue un pintor muy precoz: a los catorce años, según nos cuenta Palomino, recibió su primer encargo importante, nada menos que el retablo de los Carmelitas Calzados de Toledo, por desgracia hoy perdido. Cuando tenía 25 años participó en la decoración del Salón Grande o Dorado del Alcázar de Madrid. En sus obras muestra un estilo personal, interesándose por formas rotundas de modelado escultórico y claro colorido, en relación con los trabajos de Maino. También es interesante el atractivo dibujo y la caracterización de los rostros de los personajes, recordando a Zurbarán en parte de su producción. Arias falleció en el Hospital General de Madrid, sumido en la miseria, lo que indica el desfase de su estilo ante el barroquismo triunfante en las últimas décadas del siglo XVII.
Personaje
Científico
Literato
Algunos estudiosos apuntan que descendía de una familia de conversos, aunque no existen pruebas. Su padre trabajaba como notario al servicio de la Inquisición, pero sus ingresos resultaban escasos. Antes de cumplir los veinte años se trasladó a Sevilla para estudiar y luego ingresó en la Universidad de Alcalá de Henares, donde cursó filología bíblica. Destacó por su capacidad para interpretar la Biblia y por su dominio de las lenguas orientales. A comienzos de la década de los sesenta ingresó en la Orden de Santiago y dos años después se trasladó con Pérez de Ayala a Trento. A su regreso a España realiza "Comentario a Doce Profetas". Actuó como consejero de Felipe II cuando éste recibió de Christopher Plantin la propuesta de editar una nueva Políglota. Arias se sintió entusiasmado con el proyecto, por lo que el monarca no dudó en aceptar y confiar en él para que actuara como supervisor. Se trasladó en varias ocasiones a Amberes, donde trabajaba el equipo de Plantin, con la misión de revisar las pruebas y redactar algunos prólogos. Arias Montano se convirtió en el director de esta edición y se entrevistó en Roma con el Papa para que diera luz verde. En 1572, la Políglota se imprimió en ocho volúmenes y Montano regresó a los Países Bajos, donde permaneció tres años más. En Amberes mantuvo una estrecha amistad con Plantin y entró a formar parte de un círculo de intelectuales y científicos de la talla de Gerhard Kremer Mercator, Abraham Ortelius, Gemma Frisius, Charles de l'Escluse y Rembert Dodoens. Con L'Escluse y Ortelius desarrolló una gran amistad y realizó valiosos intercambios de información. En este tiempo, adquirió material de toda índole (libros, mapas, instrumentos astronómicos..) que mandó a sus amistades en España, entre las que se encontraba Juan de Ovando. Al regresar a su país natal se encargó de la Biblioteca Real del El Escorial. Realizó algunos cambios que afectaron a la división del fondo por lenguas y reordenó los ejemplares en setenta y cuatro materias. Gracias al intercambio de ideas con otros autores su aportación a la comunidad científica fue esencial. Esa fluidez en la comunicación resultaba admirable, especialmente en una época en que predominaba el aislamiento, y fue de gran utilidad para la Ciencia. A modo de puente de unión entre los Países Bajos y España, fomentó las relaciones entre un grupo de científicos sevillanos, al frente del cual estaban Simón de Tovar y Francisco Sánchez de Oropesa, con otros autores naturales de los Países Bajos. Dos años después de que se publicara la Políglota, León de Castro, un profesor de la Universidad de Salamanca, denunció esta publicación a la Inquisición. Este organismo realizó un exhaustivo examen para fallar en 1580 que a pesar de no estar de todo de acuerdo con su contenido, admitía su difusión. Aunque este capítulo no benefició a Arias Montano, éste contó con el apoyo del rey. Acabó sus días en Sevilla, donde siguió desarrollando una intensa labor intelectual. Entre sus obras cabe citar: "Rhetoricorum libri IV"; "Monumenta humanae salutis", "Hymni et saecula", etc... Uno de sus últimos proyectos fue la creación de una Biblia relacionada con las ciencias de la naturaleza, pero sólo escribió una primera parte que se conocería como "Naturae Historia". Transcurridos ocho años desde su muerte, el Indice prohibió la circulación de sus obras. Estas no se volverían a consultarse hasta finales del siglo XVII.
Personaje
Político
Licenciado en Derecho, en 1933 ingresó en la carrera fiscal. Encarcelado durante la Guerra Civil en la zona republicana, se incorporó al Ejército Nacional tras la toma de Málaga. Fue especialmente duro en la represión que se llevó a cabo en esta ciudad. En 1944 fue nombrado gobernador civil ,y jefe del Movimiento de León. Posteriormente ocupó este cargo en Santa Cruz de Tenerife y Navarra. Entre 1957 y 1965 fue director general de Seguridad. Desde 1965 a 1973 fue alcalde-presidente del Ayuntamiento de Madrid, procurador en Cortes por los Municipios y consejero nacional designado por Franco. El 11 de junio de 1973, Carrero Blanco le nombró ministro de Gobernación, siendo incapaz de evitar el asesinato del presidente de Gobierno. Tras la muerte de Carrero fue nombrado presidente de Gobierno, siendo el primer civil que ocupaba dicho cargo. Su actuación política estuvo presidida por la imprevisión. Tras la muerte de Franco, fue confirmado por el Rey y presidió el primer Gobierno de la Monarquía. Cesó en su cargo el 1 de julio de 1976. Fracasó en su intento de ser elegido senador por Alianza Popular en las primeras elecciones democráticas, retirándose definitivamente de la vida política.
contexto
Ya desde el comienzo del nuevo reinado se hizo evidente que deberían emplearse a fondo todos los rasgos personales positivos del monarca. Había intensificado sus contactos directos o indirectos en todas las direcciones durante los últimos años consiguiendo ser aceptado por la clase política dirigente del régimen franquista. Logró conectar mucho mejor con los de su generación -jóvenes dirigentes del franquismo, de tendencia reformista, y también opositores- a quienes procuró llegar a conocer de manera más personalizada. Asimismo tuvo contactos con la oposición a través de personas interpuestas de su entorno, que llegaron hasta el partido comunista. Tenía algún tipo de programa preparado para el momento en que asumiera la responsabilidad de la Jefatura del Estado. Al parecer, había logrado de Carrero Blanco la promesa de su dimisión para cuando se produjera la muerte del general Franco. Pero, sin embargo, también era consciente de que el primer Gobierno de la monarquía había de ser de transición. Es probable que Juan Carlos I hubiera trazado una especie de retrato ideal del futuro presidente de Gobierno. El Rey quería disponer de una persona que fuera capaz de llevar a cabo la reforma institucional necesaria en el interior de los propios organismos del régimen pasado. Todo ello explica muy bien el nombramiento de Torcuato Fernández Miranda como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Estaba dotado de amplios conocimientos jurídico-políticos y experiencia en el régimen, era hábil y gozaba de la confianza del monarca. Además, había conseguido estancar, al comienzo de los años setenta, el tema del asociacionismo dentro del régimen haciendo uso de su implacable habilidad para marear las palabras. Gracias a él, en las Cortes se logró la aprobación de un procedimiento de urgencia que habría de ser muy útil para la reforma; su liderazgo en el Consejo del Reino, en el que estableció reuniones quincenales, le permitió ir creando una creciente influencia para la hora de seleccionar un candidato para la Presidencia del Gobierno. De todas maneras, existe el peligro de exagerar el papel que jugó en la transición. Parece que él mismo llegó a afirmar que el libreto de la transición era suyo aunque el director fuera el Rey y el actor, Suárez, pero sin duda en esa obra teatral lo decisivo eran estos dos últimos papeles. No hubiera podido realizarse la elección de Torcuato Fernández Miranda sin el apoyo del presidente del Gobierno, Arias Navarro, el cual, desde el momento inicial, ocasionó al Monarca los primeros y más graves quebraderos de cabeza. Cuando don Juan Carlos utilizó al general Manuel Díez Alegría para enviar un mensaje a su padre, en el que le solicitaba una reacción moderada en el momento de la muerte del general Franco, Arias dimitió de su cargo llegando a crear con ello una situación muy grave que no se solucionó hasta que revocó su decisión. Sin embargo, más adelante dio por supuesto que se mantendría en el poder y continuó presidiendo el Consejo de Ministros en un momento en que indudablemente hacía tiempo que ya había desaparecido su oportunidad histórica. Para conocer un poco su personalidad existe una anécdota muy descriptiva acerca de quién era Arias Navarro. Durante toda su Presidencia tuvo en su despacho un gigantesco retrato del general Franco, que era su más firme punto de referencia y al que citaba abundantemente en sus discursos, desde luego más que al Rey. Quizás quería reformar el régimen, pero permaneció atormentado por las dudas entre sus fidelidades y su ignorancia acerca de cómo habría de hacer ese cambio. Resultaba ya impensable a estas alturas una resurrección del espíritu del 12 de febrero que, sin embargo, era la máxima referencia posible del nuevo presidente. Garrigues, ministro de Justicia en el primer Gobierno de la Monarquía, ha escrito en sus memorias, que todos los cambios que Arias deseaba partían de la premisa de salvar la sustancia del régimen anterior. Por eso, como una parte de la propia clase política del régimen ya iba por otro lado, su reacción fue de perplejidad; a menudo permanecía desconcertado y se mostraba receloso perdiéndose en naderías. Si en la fase final del franquismo era enemigo del "búnquer", ahora había pasado a ser su aliado aunque de manera confusa y dubitativa. Ni remotamente concebía la más mínima posibilidad de entrevistarse con la oposición, aún la más moderada, porque pensaba que Franco tampoco lo hubiera hecho y consideraba a la sociedad española como el objeto pasivo de sus medidas, como si ésta estuviera dispuesta a aceptar lo que él decidiera por ella. Su experiencia se limitaba a los servicios de seguridad y a una camarilla de valores mínimos. A menudo sus juicios se parecían a los de un integrista convertido en anticlerical por el alejamiento de la Iglesia de las estructuras del régimen. A su ministro de Asuntos Exteriores, Areilza, tales planteamientos le parecían tener ribetes de "comicidad irresistible": "Parece reñido con la vida y con la realidad -escribe-. Habla sobre clichés imaginarios. Desconoce el mundo exterior. Tiene unos informadores que rayan en lo grotesco". Aparte de sus propias limitaciones personales, la indigencia de Carlos Arias Navarro se hizo especialmente patente porque el gabinete que formó le había sido impuesto y no pocos de sus ministros estaban muy por encima de él. Tan sólo le quedó un puñado de colaboradores, los más anodinos, mientras que, por decisión del monarca y no sin dificultades, entraron a formar parte del gabinete un grupo de figuras, muy pronto incontrolables para el presidente del Gobierno. Perdió uno a uno a sus antiguos ministros, incluso aquellos con los que tenía unos lazos más estrechos, como Antonio Carro y José García Hernández. A Fraga le ofreció el Ministerio de Educación, pero él mismo impuso su deseo de la cartera de Gobernación con el rango de vicepresidencia. Eso parecía darle la responsabilidad política principal y un rango superior a la hora de la elaboración de la reforma institucional. Como contrapartida le tocó enfrentarse a los gravísimos problemas de orden público que se produjeron en esos momentos. Según sus propias palabras al final quería "quitarse el tricornio", pero ya era demasiado tarde. Pero por otro lado el modo cómo Fraga abordó el cambio político era equivocado, pues se basaba en adoptar una serie de reformas e imponerlas desde arriba. Algunas veces se daba cuenta de que era necesario negociar con la oposición, pero en general la trató con intemperancia y sin flexibilidad. Pretendía ser Cánovas del Castillo sin tener en cuenta que las circunstancias eran muy distintas a las de hacía un siglo y careció de la sabiduría y de la grandeza de su referente histórico. Junto a él figuraron otros dos reformistas, Areilza y Garrigues, en Asuntos Exteriores y Justicia respectivamente, cuyas posibilidades se demostraron escasas, ya que carecían de apoyo dentro del sistema y no tenían un peso decisivo en el gabinete. Enseguida Areilza se supo "vendedor foráneo de una mercancía adulterada del interior", pero el solo contenido de sus declaraciones contribuyó en buena medida a facilitar el cambio. En el futuro habría de corresponderles un papel más importante a quienes en este momento llegaron al Gobierno procedentes del régimen franquista pero hasta entonces desconocidos, como Alfonso Osorio y Adolfo Suárez. El primero procedía de los medios del colaboracionismo católico; el segundo fue un nombramiento de última hora, propiciado por Torcuato Fernández Miranda, y, en apariencia, de entre los ministros que procedían del Movimiento parecía no tener nada que hacer ante el experto José Solís Ruiz, también en el gabinete. El principal responsable en las materias económicas, Juan Miguel Villar Mir, hizo un correcto análisis de la crisis económica, pero se equivocó de forma rotunda al pensar que podía ser abordada mediante la adopción de medidas drásticas de ajuste en un momento como éste. Una parte de la prensa denominó al Gobierno con los apellidos de quienes parecían ser sus figuras más importantes (Arias-Fraga-Areilza-Garrigues). Poco a poco, con el paso del tiempo se descubrió que ni tan siquiera era un gabinete propiamente dicho: "Aquí no hay orden ni concierto, ni propósito, ni coherencia, ni unidad", escribiría un desesperado Areilza en sus memorias.