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obra
La embriaguez de Noé es la historia que se narra en el primer compartimento de la bóveda de la Capilla Sixtina, situándonos en la pared frente al altar. La escena se presenta en el centro del espacio, acompañada por cuatro ignudis que sostienen dorados medallones. Noé duerme borracho y desnudo junto a un gran tonel, escena que es contemplada con burla por su hijo Cam mientras Jafet cubre la desnudez del padre y Sam reprocha al burlador. En el fondo encontramos al patriarca sembrando la vid, considerándose que los efectos del vino son asociados al trabajo rural. Como en todo el conjunto, la composición se caracteriza por la potencia anatómica de las figuras desnudas, recordando a los relieves antiguos, lo que indica la mentalidad escultórica de Miguel Ángel. Las iluminaciones son potentes, creando contrastes de claroscuro, obteniendo así una mayor intensidad dramática en la narración. La aparición de Noé en la iconografía está justificada por su papel como prefiguración de Cristo.Los ignudi refuerzan la idea del relieve al situarse en perspectiva ante la escena bíblica para crear un espacio fingido e inexistente, manifestando unas sensacionales posturas escorzadas. El desnudo de la zona inferior derecha se ha perdido por las filtraciones de agua que ha sufrido la capilla a lo largo del tiempo.
contexto
La escasa efectividad británica contra los desórdenes convenció a los sionistas de que era necesario fortalecer la autodefensa. La Haganá pasó a depender de la máxima autoridad de la Yishuv (la comunidad de colonos judíos en Palestina), la Agencia Judía. Dentro de la Haganá, los disturbios de 1929 también convencieron a un grupo de oficiales de que era necesario pasar a una estrategia agresiva y de represalias. Les dirigía Abraham Tahomi, emigrado ruso, veterano de los grupos defensivos contra los pogromos en Odessa, e ideológicamente próximo al fascismo. En abril de 1931, decidió separarse y formar la Irgun Bet, más tarde rebautizada como Irgun Z'vai Leumi (Organización Militar Nacional) o IZL. Pronto recibió el apoyo de un grupo de estudiantes de la Universidad Hebrea, unidos bajo el nombre de Sohba (Fraternidad.), de los jóvenes filofascistas de Betar y de miembros de la organización deportiva Macabi, del Partido General Sionista, el Mizrahi (ultraortodoxo) y del Partido Revisionista de Jabotinsky. La Irgun, inicialmente concentrada en Jerusalén, fue extendiendo sus células por todo el mandato, pero demoró cinco años su primera acción. En abril de 1936, los árabes convocaron una huelga general indefinida contra la incesante inmigración de judíos -143.000, entre 1932 y 1935-. El rechazo no era sólo una cuestión emocional: la situación económica de los nativos había sido seriamente afectada: la Histadrut tenía que encontrar trabajo a los recién llegados, para lo cual los obreros árabes fueron desplazados de sus empleos y condenados al paro. David Ben Gurion, comentó: "Si yo fuera árabe, me levantaría contra la inmigración, responsable en el futuro del control del país bajo un gobierno judío". El 15 de abril, una banda de árabes bloqueó la carretera de Talkarm, dispararon contra tres conductores judíos y mataron a dos de ellos. El 17, la Irgun acabó con la vida de dos árabes que vivían en una choza cerca de Petach Tivka y que nada tenían que ver con la banda asesina de los chóferes. Durante los disturbios de 1936, la Irgun y la Haganá actuaron en estrecha colaboración. En mayo de 1937, Tehomi, que no encontraba mayores diferencias entre una y otra organización, regresó a la Haganá. La Irgun se radicalizó: adoptó a Jabotinsky como líder y le nombró comandante en jefe. Por fin, iban a poner en práctica sus estrategias agresivas, un eufemismo para sus planes de sembrar el terror entre los palestinos.
lugar
Situado en la moderna ciudad de Natchez (Mississippi), representaba el extremo meridional de influencia de los indios que llevan el mismo nombre de la ciudad. Emerald Mound fue uno de los principales centros de los indios natchez, portadores de la variante Plaquemine en la cultura del Mississippi. Las evidencias arqueológicas indican que la cultura de estos indios comenzó alrededor del 700 a. C y duró hasta el 1730, cuando los franceses los dispersaron. Los natchez fueron gobernados por un jefe conocido como el Gran Sol. En aquel caudillaje matrilineal la jefatura pasaba a un hijo de la hermana del gobernante. Por su parte, la sociedad quedaba dividida en cuatro clases muy bien delimitadas y en las que el ascenso social era muy extraño; únicamente en las clases superiores había una cierta movilidad pero respetando una serie de severas reglas. En el siglo XVI hubo por lo menos nueve ciudades natchez, similares a Emerald Mound. Antes de su casi total destrucción por pestes y guerras, fue visitada por exploradores franceses llegados de Louisiana. Se trata de una colina natural que fue aplanada y modificada hasta unas dimensiones totales de 133 por 235 m., dando lugar a una inmensa plataforma, la segunda más grande de los Estados Unidos. La plataforma resultante sirvió de base a dos pirámides truncadas, la mayor de las cuales tiene casi 10 m. de altura. Adosadas a sus paredes se colocaron una serie de montículos que, originariamente, habrían sido entre cuatro y seis. Su probable función sería la de templo y residencia del sacerdote. En ellos se llevaban a cabo los enterramientos de los personajes importantes del asentamiento. Su ocupación debió abarcar desde 1250 hasta el siglo XVII, momento en que fue abandonada. Las primeras excavaciones se llevaron a cabo en 1838, abarcando hasta 1972. Además de ser un centro ceremonial, también fue un centro político y comercial, donde se distribuían las mercancías. El conjunto se completaba con otros montones que rodeaban la plaza, la aldea en los bordes y una serie de edificios de carácter público. La erosión y el paso del tiempo fueron destruyendo la plataforma de Emerald Mound.
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La ciudad romana de Emerita Augusta fue fundada en el año 25 antes de Cristo. La principal razón para su fundación era que la naciente colonia romana era un enclave estratégico en medio de tierras difíciles. Su valor añadido era el fácil paso del Guadiana, sobre el que se construyó un magnífico puente que ponía en comunicación las tierras de la Baetica con las del noroeste peninsular, vitales para Roma. A lo largo del siglo I d. C., la ciudad, a la que se dotó de un extenso territorio de casi 20.000 kilómetros cuadrados, fue cobrando cierta importancia: se construyeron nuevas áreas y se desarrollaron otras que hicieron de Emerita una de las ciudades más importantes de la Hispania romana. A ella acudieron gentes procedentes de diversos lugares de Lusitania, de otras provincias hispanas y de diversas zonas del Mediterráneo: Galia, Italia y el área grecoparlante, fundamentalmente. La época de los flavios y el comienzo del período de los emperadores Trajano y Adriano supone un momento de esplendor. Es entonces cuando se acometen considerables proyectos de reforma en los más señalados monumentos de Emerita: el Teatro y algunos edificios del foro municipal. Esta reactivación monumental se plasmó en la construcción de lujosas residencias, como las casas de la Torre del Agua y del Mitreo. El esplendor continuó durante el período de Antonino, con la ejecución de diversos complejos de tipo religioso, como el templo de Marte, o el santuario consagrado a las divinidades orientales que se emplazó en el cerro de San Albín. Que la vida en Emerita era floreciente y que se había formado una clase social pudiente y culta lo pone de manifiesto el hecho de que los talleres de escultura no dieran abasto a las continuas demandas de los emeritenses a lo largo de los siglos I y II después de Cristo. Con Diocleciano, en el siglo III, es cuando se inicia la ascensión irresistible de la ciudad, que será citada entre las urbes más preclaras de su tiempo. Emerita fue el lugar de residencia de la máxima autoridad política de la Península, el vicarius de la diócesis de las Hispanias. La antigua colonia se convierte así en la capital de Hispania y de parte del Norte de Africa, y en sede de un centro administrativo y jurídico de primer orden. Se observa, también, una auténtica eclosión urbana. Emerita se extendió con la creación de nuevas zonas, ubicadas por lo general a lo largo de las calzadas que salían de la ciudad. También se reconstruyeron diversos edificios públicos, como el Teatro y el Circo, y se edificaron numerosas mansiones, como la Casa del Anfiteatro, Huerta de Otero, Alcazaba, etc, que con sus magníficas decoraciones muestran un importante florecimiento cultural, motivado por la presencia de un buen número de intelectuales.
contexto
Varios son los autores que han defendido la existencia de un asentamiento, de escasa entidad, en el solar que más tarde sería ocupado por la colonia Augusta Emerita. La verdad es que hasta el momento nada hay lo suficiente ilustrativo que nos permita afirmarlo categóricamente, aunque tal posibilidad podría ser cierta. Dejando al margen ciertos hallazgos producidos en las inmediaciones de la ciudad, o dentro de su casco urbano, la topografía de Mérida, sobre todo los que ofrece la zona correspondiente al denominado Cerro del Calvario, podría explicar un pequeño núcleo de población, aislado por dos barreras o baluartes naturales constituidos por los ríos Guadiana y Albarregas. Esta posibilidad se vería reforzada si se considera el carácter vadeable del Anas a su paso por Mérida, lo que hubo de proporcionar una inmejorable posición estratégica a la población de ese presumible castellum, que ejercería el papel de control y vigía del río. Y allí, en aquellas tierras, en medio de túrdulos, vettones y lusitanos, gentes poco permeables a la romanización, sobre todo estos últimos, se fueron estableciendo, paulatinamente, unos enclaves, los propugnacula imperii: Metellinum, Castra Caecilia, Norba Caesarina, que culminan en el año 25 a. C. con la fundación de Emerita tras la victoriosa campaña contra cántabros y astures. Las razones de tal fundación fueron varias. La principal era que la naciente colonia se convertía en enclave estratégico en medio de tierras difíciles. Su valor estratégico venía marcado por el paso del Guadiana en lugar favorable, sobre el que se apeó un puente que ponía en comunicación las tierras de la Bética con las del noroeste peninsular, tan vitales para el erario público romano. La nueva colonia, que heredó el papel que desempeñó Metellinum en un principio, se convertía en epicentro de la política romana a raíz de las nuevas conquistas. Además, Emerita, con su extenso territorio, venía prácticamente a dar la mano a las otras dos provincias, Tarraconense y Bética, a las que la unían viejos caminos naturales que Augusto convertiría en firmes calzadas. La colonia se configuró así como un importante nudo de comunicaciones y como encrucijada de caminos del Occidente peninsular. Será la futura capital de Lusitania, capitalidad que pudo asumir, al crearse esta nueva provincia, quizá en los años 16-15 a. C., una población de carácter semi-militar, poblada de veteranos, los deducidos de las legiones V y X que habían combatido a los cántabros, dispuestos a defender lo suyo con denuedo, con el constante apoyo de la administración, que es quien proporciona desde el principio el capital necesario para construir la ciudad y para poner en marcha la explotación de los extensos campos centuriados que se adscribieron a la nueva fundación. Si las razones de tipo político, militar, social y administrativo son evidentes, también lo son las de carácter topográfico a la hora de analizar el emplazamiento de la colonia. Era la zona de Mérida el único punto en muchos kilómetros donde era posible vadear el Anas con poca dificultad. Si a ello unimos la existencia de una isla en medio del cauce, no nos es difícil explicar su gran valor estratégico. Fue la clásica ciudad-puente, como lo fue Roma con su Isla Tiberina, o Lutetia (París), Toulouse, Vienne, etc. La isla del cauce del Guadiana, por tanto, así como la poca profundidad de sus aguas, que hacen franco el paso del río por este lugar, fue la razón de mayor peso en el momento de considerar su ubicación. A lo largo del siglo I d. C., la ciudad, a la que se dotó de un extenso territorio de casi 20.000 kilómetros cuadrados, fue cobrando cierta importancia: se construyeron nuevas áreas y se desarrollaron otras que vinieron a completar la estructura del asentamiento colonial dentro de un perímetro definido desde el principio. A ella acudieron gentes procedentes de diversos lugares de Lusitania, de otras provincias hispanas y de diversas zonas del Mediterráneo: Galia, Italia y el área grecoparlante fundamentalmente. No obstante, hay que decir que esta colonia, ciudad de servicios sobre todo, no alcanzó un grado de importancia comparable a Tarraco#CONTEXTOS#5924] en los primeros siglos, como demuestra el hecho de que los gobernadores aquí destacados fueran personajes de segunda fila dentro del contexto de la política romana. Pero, con todo y con eso, su atractivo era suficientemente considerable como para atraer a esos numerosos contingentes de población que pudieron establecerse sin problemas en su extenso territorio y en sucesivas fases que llegan, en su primera etapa, por lo menos, hasta el imperio de Nerón, como se encarga de precisarnos un pasaje de Tácito. La época de los flavios y el comienzo del período de los emperadores de la dinastía hispana supone para toda la Península un momento de esplendor, una incostestable proyección dentro del mundo romano. Es la hora, pues, de Hispania y Emerita no va a quedar descolgada de ese ambicioso plan de rehabilitación. Es entonces cuando se acometen considerables proyectos de reforma de sus más señalados monumentos: el Teatro y algunos edificios del foro municipal. Esta reactivación monumental, impulsada por los flavios, Trajano y Adriano, tuvo un paralelo claro en la iniciativa particular que, al amparo del desarrollo económico, construyó sus moradas con un lujo y magnificencia que en nada tenían que envidiar a sus congéneres de las zonas más privilegiadas del Imperio. Así lo testimonian las casas de la Torre del Agua y del Mitreo, sobre todo. Este esplendor continuó sin menoscabo durante el período antoniniano, durante el que se conocen casos de evergetismo. Así, se emprendió la ejecución de diversos complejos de tipo religioso, como el templo de Marte, merced a la iniciativa de la piadosa Vetilla, mujer de Páculo, prócer emeritense de raigambre itálica, y el santuario consagrado a las divinidades orientales que se emplazó en el cerro de San Albín y cuyo esplendor procuró el gran sacerdote Gaius Accius Hedychrus. Que la vida en Emerita era floreciente y que se había formado una clase social pudiente e imbuida de cultura, lo pone de manifiesto el hecho de que los talleres de escultura no dieran abasto a las continuas demandas de los emeritenses a lo largo del siglo I d. C., como en toda la segunda centuria. Fue la escuela emeritense de escultura una palmaria manifestación del genio popular hispanorromano, bien equipada en cuanto a técnica y en cuya formación no es difícil atisbar la presencia de buenos artistas griegos. Igualmente podríamos afirmar, aunque ya en un tono algo menor, de la producción pictórica y musivaria, que vive un momento de auge entre el comienzo del siglo II d. C. y el primer cuarto del siglo III. Gracias a la preparación de estos artistas y artesanos, y a la presencia en la ciudad de otros llegados de diversos puntos, se pudieron afrontar con solvencia tanto proyectos oficiales como una serie innumerable de encargos de particulares deseosos de contar en sus casas con ricas decoraciones que elevaran su prestigio social. Son pocas las noticias que tenemos a nuestra disposición para historiar la Mérida del siglo III. No parece que la colonia sufriera, dentro de la atonía generalizada en la que se vio inmersa la parte occidental del Imperio, problemas de consideración, al menos hasta los comedios de la centuria, ya que los talleres de escultura siguieron produciendo sus obras a satisfacción de todos. La crisis, al parecer, hizo acto de presencia a raíz de ese período y hasta el advenimiento de Diocleciano no hubo de concluir. Con este emperador es cuando se inicia la ascensión irresistible de la ciudad, que será citada entre las urbes más preclaras de su tiempo. No hay duda, como han demostrado con autoridad Robert Etienne y Javier Arce, que Emerita fue el lugar de residencia de la máxima autoridad política de la Península, el vicarius de la diócesis de las Hispanias, afecto al prefecto de las Galias. La antigua colonia se convierte así, de hecho y de derecho, en la capital de Hispania y de parte del Norte de África, y en sede de un centro administrativo y jurídico de primer orden. Este hecho, bien atestiguado por las fuentes, se confirma claramente con los resultados más recientes de la investigación arqueológica llevada a cabo en la ciudad. Se observa, efectivamente, una auténtica eclosión urbana. Emerita, lejos de ver constreñido su espacio urbano, como sucedió en otras ciudades de Hispania, se extendió con la creación de nuevas zonas urbanas, ubicadas por lo general a lo largo de las calzadas que salían de la ciudad, y que ocuparon antiguas áreas de necrópolis. Es lo que se ha podido comprobar en la zona de Los Columbarios, estación del ferrocarril, área del Anfiteatro, etcétera. Ese buen momento vivido por la colonia se constata con noticias que refieren la reconstrucción de diversos edificios públicos como el Teatro y el Circo, y con la edificación de numerosas mansiones: Casa del Anfiteatro, Huerta de Otero, Alcazaba, Suárez Somonte, que con sus magníficas decoraciones muestran en todo su esplendor la bondad de los tiempos, que propició, además, un importante florecimiento cultural, motivado por la presencia de un buen número de intelectuales.
obra
La época de los flavios y el comienzo del período de los emperadores de la dinastía hispana supone para toda la Península un momento de esplendor, una incostestable proyección dentro del mundo romano. Es la hora, pues, de Hispania y Emerita no va a quedar descolgada de ese ambicioso plan de rehabilitación. Es entonces cuando se acometen considerables proyectos de reforma de sus más señalados monumentos: el Teatro y algunos edificios del foro municipal. Esta reactivación monumental, impulsada por los flavios, Trajano y Adriano, tuvo un paralelo claro en la iniciativa particular que, al amparo del desarrollo económico, construyó sus moradas con un lujo y magnificencia que en nada tenían que envidiar a sus congéneres de las zonas más privilegiadas del Imperio. Así lo testimonian las casas de la Torre del Agua y del Mitreo, sobre todo. Este esplendor continuó sin menoscabo durante el período antoniniano, durante el que se conocen casos de evergetismo. Así, se emprendió la ejecución de diversos complejos de tipo religioso, como el templo de Marte, merced a la iniciativa de la piadosa Vetilla, mujer de Páculo, prócer emeritense de raigambre itálica, y el santuario consagrado a las divinidades orientales que se emplazó en el cerro de San Albín y cuyo esplendor procuró el gran sacerdote Gaius Accius Hedychrus. Que la vida en Emerita era floreciente y que se había formado una clase social pudiente e imbuida de cultura, lo pone de manifiesto el hecho de que los talleres de escultura no dieran abasto a las continuas demandas de los emeritenses a lo largo del siglo I d. C., como en toda la segunda centuria. Igualmente podríamos afirmar, aunque ya en un tono algo menor, de la producción pictórica y musivaria, que vive un momento de auge entre el comienzo del siglo II d. C. y el primer cuarto del siglo III. Gracias a la preparación de estos artistas y artesanos, y a la presencia en la ciudad de otros llegados de diversos puntos, se pudieron afrontar con solvencia tanto proyectos oficiales, como una serie innumerable de encargos de particulares deseosos de contar en sus casas con ricas decoraciones que elevaran su prestigio social.