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monumento
El colegio y la iglesia de San Miguel están situados en la parte más céntrica de Espejo. Son un claro ejemplo de barroco típico. En el interior de la iglesia todavía puede visitarse la capilla de San Miguel, una de las más hermosas de toda la localidad.
monumento
Diseñado por Juan de Álava y construido por Jácome García y Alonso de Gontín, sus obras se iniciaron entre 1532 y 1534. Presenta portada renacentista, esbeltas columnas jónicas y un claustro plateresco con decoración de escudos y medallones. Aquí se asentó el Seminario de Estudios Galegos, cuyos miembros redactaron el primer anteproyecto de estatuto de autonomía de Galicia. En 1982 se instaló el primer Parlamento democrático de la Autonomía. Actual biblioteca universitaria, en su patio se alza una estatua dedicada al arzobispo Alonso III de Fonseca. Actualmente es biblioteca universitaria. Además, el Colegio Mayor Fonseca es origen de una conocida tuna estudiantil, que versa: "Triste y sola, sola se queda Fonseca..."
obra
El conjunto de la Clerecía, majestuoso y solemne tanto en el exterior como en el interior, demuestra la capacidad de Gómez de Mora para organizar espacios y manejar proporciones monumentales, y también su habilidad para crear la imagen de sólido poder deseada por la Compañía.
obra
Sólo el cuerpo bajo de la fachada es obra de Gómez de Mora; el segundo lo levantó siguiendo sus trazas el jesuita Pedro Mato, pero el resto fue finalizado ya en el XVIII por García de Quiñones, con el lenguaje decorativo y dinámico propio de esta centuria.
obra
Los cuerpos inferiores de la fachada de la Clerecía fueron construidos en el siglo XVII, interviniendo en la zona inferior Juan Gómez de Mora y en el segundo Pedro Mato. En la centuria siguiente, García de Quiñones completó la fachada, aportando el dinamismo y la elegancia propias de esta época. Las torres también son del siglo XVIII y obra de Quiñones; se levantan con dos cuerpos, el primero de planta cuadrada enmarcada por columnas corintias pareadas en las esquinas, abriéndose un ventanal en cada frente, precedido de un balcón y enmarcado por un baquetón; el segundo cuerpo es octogonal, flanqueado por cuatro obeliscos, situándose en sus pedestales estatuas de santos y padres de la Iglesia. Una balaustrada y una cúpula de media naranja con linterna coronan cada una de las torres.
obra
La planta del templo es la habitual en las construcciones jesuíticas: de una sola nave, con capillas laterales intercomunicadas y amplio crucero cubierto por gran cúpula, aunque introduce la novedad de situar el coro en la capilla mayor.
monumento
Se trata de la obra religiosa más grandiosa de Juan Gómez de Mora, fundación de la reina Margarita de Austria. En 1617 proyectó este impresionante conjunto, integrado por la iglesia, el claustro y dos grandes pabellones que enlazan los distintos sectores del Colegio, con capacidad para unos trescientos jesuitas. En 1628 Gómez de Mora dejó la dirección de los trabajos, que se prolongaron en el Colegio hasta 1642 y en el templo hasta 1665, siempre siguiendo sus diseños. El claustro y parte de las dependencias cercanas a él corresponden ya al siglo XVIII. La planta del templo es la habitual en las construcciones jesuíticas: de una sola nave, con capillas laterales intercomunicadas y amplio crucero cubierto por gran cúpula, aunque introduce la novedad de situar el coro en la capilla mayor. Sólo el cuerpo bajo de la fachada es obra suya; el segundo lo levantó siguiendo sus trazas el jesuita Pedro Mato, pero el resto fue finalizado ya en el XVIII por García de Quiñones, con el lenguaje decorativo y dinámico propio de esta centuria. El conjunto de la Clerecía, majestuoso y solemne tanto en el exterior como en el interior, demuestra la capacidad de Gómez de Mora para organizar espacios y manejar proporciones monumentales, y también su habilidad para crear la imagen de sólido poder deseada por la Compañía.
contexto
Los sacerdocios, al igual que los magistrados, son órganos de la ciudad-estado, pero no son magistrados en sí mismos. La religión, no obstante, no se movía en una esfera propia y distinta de la vida política, sino que, por el contrario, estaba estrechamente vinculada a las instituciones tanto públicas como privadas. El más importante colegio era el de los Pontífices, a cuyo frente estaba el Pontifex Maximus. Los Pontífices eran los depositarios de la jurisprudencia que administraban inspirados por la divinidad. Actuaban como árbitros indiscutibles en todo tipo de litigios y el Pontifex Maximus tenía un asiento en el Senado, exclusivamente entre patricios. Es significativo que la designación de un plebeyo como Pontifex Maximus fuera la última de las conquistas plebeyas en el acceso a los puestos de gobierno. La utilización de la religión en las vicisitudes y decisiones políticas explica en parte la resistencia a abrirlo a la plebe. Dependientes de los Pontífices estaban las vestales, existentes ya durante la monarquía. Estas eran nombradas por el Pontifex Maximus y quedaban sujetas a rígidos deberes. Eran las vírgenes obligadas a mantener su castidad y su principal obligación era la custodia del fuego sagrado del altar de Vesta. También subordinados a la autoridad del Pontifex Maximus estaban los flámines. Entre ellos, la primacía recaía en los tres flámines de Júpiter, Marte y Quirino y, entre estos, el flamen de Júpiter, Flamen Dialis, tenía un asiento en el Senado y un lictor. Su origen era antiquísimo y se evidencia tanto en el complejo de normas rituales como en el nombre de otros flámines vinculados a divinidades protectoras de la agricultura y la ganadería, características de una sociedad arcaica. Los flámines feciales tenían unas competencias relacionadas con los rituales de declaración de guerra. Mediaban también en los tratados con otros pueblos, llamados foedera, que tenían carácter religioso además de jurídico y eran los encargados de concluir la paz o de iniciar la guerra a través de formularios religiosos muy precisos. Otro colegio importante era el de los augures. Poseían éstos el poder de interpretar la voluntad de los dioses, que se manifestaba de formas diversas: a través del vuelo de las aves, del examen de las vísceras de los animales, etc. Su intervención en la vida política era constante; cualquier acto público requeriría conocer la voluntad de los dioses y ésta podía utilizarse, como de hecho sucedió, como un valioso instrumento político. Obviamente, también este colegio fue monopolizado por el patriciado. Cada flamen era sacerdote oficiante de un solo dios. Pero también había colectivos sacerdotales vinculados a una sola divinidad, como los Fratres Arvales que atendían al culto de la diosa Dia, protectora de la agricultura.
contexto
En Hispanoamérica se realizó una extrañísima política educacional, que consistió en crear colegios para los indios y mestizos, raramente -como el famoso colegio de San Bernardo de Cuzco- para españoles. Se completó luego restringiendo el acceso a la universidad a quienes no fueran españoles y criollos. Jamás se explicó la razón de ello, pero posiblemente radicó en el hecho de considerar la educación (no existía naturalmente la separación posterior entre enseñanza primaria, elemental y universitaria) como instrumento para la conversión del pagano en cristiano. Los hijos de los españoles y criollos ya eran cristianos y nadie se preocupó por ellos, salvo algún que otro cabildo esporádico, que autorizó la creación de escuelas públicas. Lo normal es que aprendieran a leer, escribir y rudimentos de latín en la familia, comúnmente con el pariente cura. También quedaba el recurso de enviarlos a los colegios de los indios. La enseñanza se impartió en los colegios de las órdenes regulares. El primero se fundó en Santo Domingo el año 1513, anexo al convento de San Francisco. A mediados del siglo XVI, los franciscanos tenían unos 200 en México y los dominicos unos 60 en Perú. Algunos eran para hijos de caciques, como el de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536, que llegó a contar con mil alumnos y sirvió de modelo para otros de Puebla, Bogotá, Quito, Lima, etc. El de San Juan de Letrán (1547) era para mestizos. Más utilidad tuvieron los colegios para la formación profesional de los naturales. El primero lo fundaron los franciscanos en México. Allí se enseñaban oficios de sastrería, zapatería, herrería, carpintería, etc. Idéntico sentido tuvieron los hospitales-pueblos fundados por Vasco de Quiroga. Para la educación de niñas y jóvenes pidió Hernán Cortes en 1524 el envío de religiosas. Tres años después, llegaron a México las primeras 16 maestras. Franciscanas y dominicas colaboraron mucho en esta labor, admitiendo en sus conventos educandas. Entre los colegios femeninos destacaron los de Yanquillán (Santo Domingo, 1540), Bogotá y Lima (1552), y el de María Jesús (México, 1578). Se enseñaba lectura y escritura, además de religión, moral, costura, bordado y canto. En cuanto a la enseñanza superior, se hizo en los Colegios Mayores y Universidades, abiertos en principio para indios y mestizos y muy pronto reservados únicamente a los criollos. La causa de esta restricción (ampliamente violada, como todas las leyes) no puede ser otra que evitar el acceso de los mismos a una titulación que les permitiría ocupar luego cargos públicos, patrimonios y privilegios de los blancos. En los Colegios Mayores se impartían enseñanzas menores, excluidas de la Universidad. Funcionaron en régimen de internado y sobresalieron el Colegio Real de San Martín de Lima, que siguió el modelo de los de Salamanca y Alcalá de Henares, y el Real de San Felipe y San Marcos, que se rigió por el de Santa Cruz de Valladolid. Las Universidades fueron creadas para los criollos, ya que para ingresar en ellas se exigía la limpieza de sangre. Los españoles llegaban ya titulados de la Península, si eran funcionarios, o no tenían el menor interés en graduarse en nada, si eran emigrantes. Resultó, así, que las universidades tuvieron la función exclusiva de preparar a los criollos para acceder a la burocracia administrativa indiana, lo que no deja de ser una paradoja. Las universidades fueron de dos clases: oficiales y religiosas. Las primeras se llamaron también Universidades Mayores y fueron dos, las de México y Lima, creadas en 1551. Tenían la exclusividad en los grados (los cursos realizados fuera de ellas debían contar con su aprobación) y tutelaban los otros estudios superiores realizados dentro de su demarcación. Las religiosas o menores surgieron al amparo de algún colegio o convento y fueron usualmente dominicas o jesuitas. Para su funcionamiento necesitaban el doble placet del Papa y del Rey. Sus modelos eran Salamanca, Alcalá de Henares y Valladolid. Durante el siglo XVI, se crearon las de Santo Domingo (primera de todas, en 1538), la Imperial de La Plata, Santiago de la Paz, y San Fulgencio en Quito. Durante el siglo XVII, se fundaron una universidad Real y Pontificia, que fue San Carlos en Guatemala, y las menores Javeriana y Santo Tomás en Santa Fe de Bogotá; San Gregorio y Santo Tomás en Quito; San Antonio en Cuzco, San Francisco Javier en Chuquisaca y la de Córdoba. Los jesuitas realizaron una enorme labor en este aspecto. Al comienzo, las universidades contaron sólo con facultades mayores de Teología y menores de Artes o Filosofía (otorgando los tres grados de bachiller, licenciado y doctor), pero luego se añadieron las de Cánones, Leyes o Derecho Civil y Medicina. Las cátedras solían cubrirse por oposición y las graduaciones se efectuaban con un complicado ceremonial similar al peninsular. Las universidades indianas tuvieron los mismos defectos que las españolas, pero en tono mayor: falta de dotaciones de cátedras, un profesorado de dudosa competencia, escasas bibliotecas, enseñanza memorística y escasa preocupación por la actualización de los saberes, especialmente los de tipo utilitario.