San Miguel

Datos principales


Autor

Fecha

1480 h.

Estilo

Renacimiento Español

Material

Oleo sobre tabla

Dimensiones

242 x 153 cm.

Museo

Museo del Prado

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La prolijidad de esta escena tan sólo podría equipararse visualmente a las escenas demoníacas del Bosco o Brueghel el Viejo. Sin embargo, frente al caos que aparece en el fondo del cuadro, la imagen principesca de San Miguel concentra la mirada del espectador, deslumbrante en su tamaño y gesto señorial. El Maestro de Zafra, su autor, es una figura desconocida para nosotros, pero no cabe la menor duda que conocía los planteamientos más novedosos del Renacimiento, tal vez llegados a su taller a través de Sevilla. La tabla nos presenta un campo de batalla convulso por la lucha, a la cual se apresta un buen número de ángeles, llegados de la corte celestial. Sus túnicas son de tejidos ricos, sus escudos refulgen y sus rostros presentan la serenidad del justo que se enfrentan contra el mal. En el otro lado, personajes monstruosos, con deformidades grotescas y expresiones horrendas se retuercen, armados con su propia monstruosidad, para combatir el reino de Cristo. Resulta fascinante perderse en la multitud de cuerpos fantásticos que forman las hordas demoníacas, por el alarde de imaginación que representan. Lagartos, dragones, monos e híbridos escapan desde las rendijas del infierno, de las que salen llamas, tratando de ascender. La batalla tiene su réplica en el combate singular que se desarrolla entre San Miguel y el dragón del pecado. Este es una figura horrible como sus esbirros. San Miguel es un joven de extremada belleza, de piel blanca y gestos mesurados, elegantes. Su armadura brilla con reflejos azules y dorados, adornada con gemas y rubíes. El caballero empuña un mandoble castellano y se defiende con la cruz y el escudo. En el centro de este escudo, pulido como un espejo, tenemos el reflejo de un personaje supuestamente colocado en frente de la escena: se trata nada menos que del propio pintor, el Maestro de Zafra, rodeado de las figuras de los demonios, como si éstos llenaran su taller y él se limitara a copiarlos para trasladarlos al cuadro. Es uno de los primeros autorretratos de la escuela española y su concepción resulta sorprendente.

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