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El profundo misterio de la existencia del Universo ha sido motivo de especulación en todos los pueblos y en todas las culturas, desde las más simples a las más elaboradas. Las creencias derivadas de la posición adoptada ante este hecho han moldeado la actitud de esas culturas ante su propia existencia. Los mitos aborígenes australianos, que narran la creación del Universo y de las leyes de la Naturaleza, y el establecimiento de las normas y pautas que deben regir la conducta humana, se aceptan como hechos revelados de veracidad absoluta, y constituyen los pilares de su vida social y ceremonial. La reactuación de estos mitos constituye la esencia de su vida ritual. Los aborígenes suponen que, en el origen de los tiempos, la tierra, eterna e increada, era un disco plano y vacío que flotaba en el universo, bajo cuya superficie pululaban formas indefinidas que, un día, emergieron a la superficie y dieron forma al mundo tal como lo conocemos hoy día. Algunas de estas fuerzas indefinidas surgieron de las aguas y del abismo; otras vinieron transportadas por el aire. Todas ellas tomaron formas diversas, de animales o de plantas, pero se comportaban como seres humanos: acampaban, hacían fuego, buscaban agua, cazaban, celebraban ceremonias y luchaban entre sí. Al igual que los humanos, unos eran bondadosos y otros perversos. Los aborígenes no creen en una Edad de Oro de total beatitud. Estos seres míticos comenzaron a desplazarse sobre la tierra y, en su continuo vagar, fueron protagonistas de acciones que tuvieron como resultado la creación de nuestro entorno.

Crearon los ríos y las montañas, dieron nombre a plantas y animales, enseñaron las distintas lenguas a los hombres, a cazar y a pescar, a distinguir las plantas comestibles y a guisarlas, el arte de curar y, en fin, las ceremonias y rituales necesarios para la conservación de la Naturaleza. Concluida su misión, estos espíritus desaparecieron, o se internaron en los abrigos rocosos, a veces dejando su silueta dibujada en los intersticios, o se metamorfosearon ellos mismos en plantas o en animales, en piedras o en árboles, en fuentes o en ríos. Por eso, muchos de los rasgos del paisaje, al ser la encamación o la morada de estos seres ancestrales, se consideran sagrados. De ahí los sólidos lazos que se establecen entre el aborigen y su entorno, sembrado de lugares míticos. Todo esto se supone que ocurrió durante el Tiempo de la Creación. Muchos de los lectores estarán, sin duda, familiarizados con el término Dreaming Time, acuñado por los antropólogos de habla inglesa. En español se suele traducir como el Tiempo del Ensueño o del Gran Sueño, que equivale para los aborígenes a ese lapso de tiempo durante el cual fueron creados el mundo y los hombres. Los hechos acaecidos en esa época se trasmitieron de generación en generación y constituyen los Sueños. Este concepto es básico en la mitología aborigen, y con él están relacionadas todas y cada una de las facetas de su cultura y, por lo tanto, de sus manifestaciones artísticas.

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