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África

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La mitología de los yoruba es probablemente una de las más complejas y profusas de toda el África negra. El gran dios de los cielos es Olorun (también llamado Olodumare), principio esencial que vincula esta religión con los planteamientos monoteístas. Pero lo cierto es que esta deidad, alejada y abstracta, permanece demasiado lejos de los fieles, por lo que ni se la adora ni se la representa. Los verdaderos destinatarios del culto son los orisa, dioses más concretos emanados de tan excelsa figura. Los orisa son varios centenares, pero algunos parecen ser los más atractivos, y por tanto los que reciben más tallas u otros objetos votivos de carácter artístico. Tal es el caso de Shango, antiguo rey de Oyo divinizado, señor del fuego, la tormenta y la virilidad, al que se entregan sus adoradores con frenesí: "El perro permanece en casa de su amo,/pero no conoce sus intenciones./La oveja no conoce las intenciones/ del hombre que la alimenta./ Nosotros mismos seguimos a Shango,/ aunque ignoramos las suyas" (Trad. de R. Martínez Fure). Sus objetos rituales, que pueden representarle a él o al donante, llevan casi siempre su símbolo: el hacha doble, recuerdo de las hachas prehistóricas que los yorubas -como los europeos de pasados siglos- consideran piedras del rayo, y por tanto objetos enviados por el dios. No menos poderoso y violento que Shango y que su esposa Oya, señora del viento y del río Níger, es el dios del hierro Ogun (el mismo Gú del Dahomey), patrono de cuantos usan armas o herramientas de ese metal (guerreros, cazadores, barberos, taxistas); su apariencia es temible: "el día que Ogun vino a los montes / yo sé las ropas que usó: / se puso una capa de fuego / y una túnica de sangre".

En cambio, quien suele aparecer como un lancero a caballo no es él, sino el mucho más pacífico Obatala, intermediario de Olorun para la creación del mundo y del hombre, y por tanto verdadero demiurgo del panteón yoruba. Muy curioso, y al parecer de reciente aparición (no anterior al siglo XVIII) es Ibeji, patrón de los gemelos, que ha dado lugar a todo un género artístico, el de los ibejis. Cuando nacen dos gemelos, se hace una pareja de figurillas que los representan, y, caso de morir uno, su efigie es cuidada, lavada y vestida por la madre, y después por el hermano, pues el alma de dos gemelos es considerada indivisible. Pero lo normal es que los dioses yorubas, aparte de sus funciones peculiares, a las que acceden todos los hombres a través de sacrificios y oraciones, tengan para sus adeptos iniciados poderes suplementarios: les ayudan en todos los aspectos de su vida y, en ciertos ritos y festejos, se apoderan de ellos mediante trances místicos. Para el yoruba es esencial mantener una fuerte relación entre el mundo humano, visible (el aye) y el mundo invisible y divino (el orun) donde habitan dioses, espíritus y antepasados. Tal contacto puede hacerse en los dos sentidos, utilizando poderes sacros que a menudo son personificados como dioses: Esu, el mensajero por excelencia, es la energía que eleva hasta los dioses los deseos, sacrificios y oraciones de los humanos; esta energía, humana y creativa, se encarna en un ser polifacético, a menudo vinculado a la sexualidad, y no pocas veces malicioso y hasta perverso.

Esu, en muchos aspectos, nos recuerda al Hermes griego, incluso en detalles tan nimios como su adoración en forma de pilar itifálico en las encrucijadas; en cambio, quizá sea excesivo considerarlo, como algunos quieren, una especie de demonio destructor. La fuerza inversa es Ifa, que informa a los hombres de la voluntad de los dioses. Estamos en el dominio de la adivinación, del llamado oráculo de Ifa, servido por un adivino, el babalawo, quien saca de una copa -finamente decorada a menudo con una figura humana- las nueces de palma que, cayendo sobre una bandeja de borde también decorado, determinan por su colocación la respuesta a la consulta. El resto de las obras artísticas yorubas aparecen dedicadas, casi exclusivamente, a las tres grandes sociedades que cohesionan la vida comunitaria, la defienden y la ponen en contacto con los antepasados. La sociedad Ogboni (u Osugbo), formada por ancianos y ancianas, tiene importantes funciones políticas, hasta el punto de poder designar jefes y reyes, y se caracteriza por sus tambores y por las figurillas en bronce -hombre y mujer, unidos por una cadena que portan sus miembros. La sociedad Egongun, encargada de los cultos funerarios, utiliza cabezas exentas esculpidas, colocadas como cimeras, para encamar a los muertos, imitando su voz y forma de moverse, y para, en otras fiestas, representar, a veces en clave cómica, distintos tipos de personas. En cuanto a la sociedad Gelede, protectora contra las fuerzas perversas, es la más famosa por sus máscaras. En la zona meridional del territorio yoruba, son éstas verdaderos yelmos figurativos con cara de mujer, que bailan siempre por parejas y que se completan con trajes polícromos e incluso, a veces, con pechos y figuras infantiles de madera; con tales disfraces y aditamentos, los cofrades intentan conseguir la benevolencia de las Madres, es decir, de las brujas que pueda haber en la aldea.

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