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Probablemente el personaje más importante en la historia azteca, Tlacaélel, el gran reformador y configurador de la política y la sociedad aztecas, no alcanzó nunca a ser el máximo responsable del Estado, el tlatoani. Sin embargo, desde su puesto como segundo, cihuacóatl, a él se le debe la consolidación del Imperio mexica. Sobrino del tlatoani Itzcóatl y hermano de Chimalpopoca y Motecuhzoma I Ilhuicamina, alcanzó gran prestigio y aumentó su poder gracias a la victoria en la guerra contra Azcapotzalco. Ascendido al cargo de cihuacóatl, que desempeñó bajo el gobierno de los citados y, probablemente, de Tízoc y Ahuitzotl, es posible que rechazara ocupar el cargo de tlatoani. Como cihuacóatl, sin embargo, realizó profundas reformas en la base política y social azteca. En lo político, se le adjudica la creación de un consejo de notables integrado por cuatro miembros: tlacohcálcatl, tlacatécatl, ezhuahuacatl y tlillancalqui. Estableció además que su mandato duraría lo que durara el del tlatoani. La creación de estos cargos aparece recogida en las páginas del Códice Ramírez de la siguiente forma: Oyendo, pues, el rey (Itzcóatl) la comanda de Tlacaélel se le concedió muy buena gana, y tomando su parecer hizo señores y grandes en su reino de esta forma. Primeramente ordenaron que siempre se guardase este estatuto en la corte mexicana, y es que después de electo rey en ella, eligiesen cuatro señores, hermanos o parientes más cercanos del mismo Rey, los cuales tuviesen dictados de príncipes: los dictados que entonces dieron a estos cuatro, el primero fue Tlacochcalcatl, (.

..) el segundo Tlacatecatl, (...) el tercero Ezhuahuacatl, (...) el cuarto Tlillancalqui". Además se le debe a Tlacaélel la creación del título de tiacahuan, con el que se premiaba a los guerreros que habían destacado en la batalla, así como de otros cinco altos cargos más. Originalmente estos cargos y títulos estaban ligados al calpulli, aunque, con el paso del tiempo, devinieron en cargos independientes, no hereditarios y destinados a recompensar las acciones en beneficio de la comunidad. Según las fuentes, Tlacaélel mismo desempeñó sucesivamente los cargos de atempanécatl tiacauh, tlacochcálcatl y, finalmente, cihuacóatl, cuando su prestigio había adquirido su punto máximo. En lo económico, el impulso dado por Tlacaélel supondrá a los mexica sumar numerosos territorios. Las tierras anexionadas serán repartidas entre los militares, siguiendo el orden jerárquico y de acuerdo con los méritos contraídos. Las nuevas tierras, descontadas las que correspondían al tlatoani, al cihuacóatl y a los templos de cada calpulli, se repartían entre los tiacahuan, los jefes más destacados en el combate y, finalmente, los guerreros que habían sobresalido en el combate. Lo más novedoso era, sin embargo, que no importaba que fueran gente noble o del común. Pero, con ser importantes sus reformas políticas, económicas y sociales, las que atañen al campo religioso no se quedan atrás. Tlacaélel se ocupó de crear un aparato ideológico que aglutinase al pueblo mexica, dotándole de unas señas de identidad que le acompañarán en adelante.

Huitzilopochtli es elevado a la categoría de dios tribal e identificado con el culto solar, una idea que es transmitida al resto de pueblos con los que los mexica tienen contacto. La reforma es, en este aspecto, clave: el culto al dios solar Huitzilopochtli requiere del permanente sacrificio de cautivos de guerra, pues los aztecas piensan que el Sol que rige sus vidas habrá de acabar algún día en medio de grandes cataclismos, lo que sólo puede ser evitado si se le ofrece la sangre de los sacrificados como alimento. Para obtener cautivos es, pues, necesario emprender campañas de conquista, lo que empuja a los aztecas a un estado de guerra permanente. La importancia de éste concepto es central, por cuanto su culto requiere sacrificios humanos y, por tanto, la captura de víctimas mediante la guerra. Consideran los mexica que el Sol que rige sus vidas tiene una duración limitada y que su muerte, como sucedió con los otros cuatro soles anteriores, provocará grandes catástrofes. La única manera de aplacar la voluntad divina es ofrecer alimento a Huitzilopochtli, esto es, la sangre de los sacrificados, para lo que se emprenderán guerras de conquista con la triple misión de anexionar territorios, incrementar el comercio mediante la obtención de bienes y materias y conseguir prisioneros para el sacrificio. Desde un punto de vista funcional, el culto a Huitzilopochtli está en la base del éxito militar mexica, siendo un rasgo fundamental de su identidad como pueblo.

Así, se amplía el antiguo Templo Mayor de Tenochtitlan dedicado a Huitzilopochtli y Tláloc y, por inspiración de Tlacaélel, se borran los antiguos escritos que hacían referencia al humilde pasado mexica y se reescribe la historia, haciéndolos emparentar con la esplendorosa cultura tolteca y otorgando a los propios mexica una base ideológica para justificar y fomentar la conquista de los pueblos vecinos. Itzcóatl, por indicación de Tlacaélel, ordenará destruir los manuscritos que hablan sobre su origen humilde y escribirlos de nuevo de manera acorde al papel hegemónico que ahora desempeñan. Las fuentes nos ofrecen un testimonio de esta tergiversación de la historia azteca emprendida por Tlacaélel: "Se guardaba su historia. Pero, entonces fue quemada: cuando reinó Itzcóatl, en México. Se tomó una resolución, los señores mexicas dijeron: -no conviene que toda la gente conozca las pinturas (los códices). Los que están sujetos (el pueblo llano) se echarán a peder y andará torcida la tierra, porque allí se guarda mucha mentira, y muchos en ellas han sido tenidos por dioses" (Informantes indígenas de Sahagún).

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