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¿Cómo se organizaba la economía del Estado inca? Éste no tenía derecho a exigir ni un solo grano de maíz de las cosechas de los tributarios, pero disponía permanentemente de la fuerza de su trabajo, tanto para la explotación de las tierras estatales y del culto como para la prestación de servicios en el ejército, las obras públicas, la elaboración artesana y el cuidado de las salinas o de los rebaños estatales. En este trabajo permanente consistía el tributo del campesino andino, y para organizarlo se impuso el sistema de la división por edades para todos los individuos, de acuerdo con la capacidad de trabajo de cada uno de ellos y la división decimal de los cabezas de familia. Los adultos de entre veinticinco y cincuenta años, los purej, eran los verdaderos tributarios sobre los que recaían todas las obligaciones y sobre los que se hacía la distribución de los equipos de trabajo. Todos los individuos que integraban el pueblo estaban absolutamente controlados por el Estado, la vida familiar estaba vigilada constantemente a lo largo de toda la existencia de sus componentes. Rigurosas inspecciones y censos controlaban las incidencias demográficas: nacimientos, matrimonios, muertes, situaciones de enfermedad o incapacidad para el trabajo, viudas y huérfanos que dependían de las comunidades; todo era cuidadosamente anotado por el Quipucamayoc, y supervisado por las constantes inspecciones llevadas a cabo por los funcionarios de la administración.

El Quipucamayoc representaba un importante papel como funcionario de la administración del Estado. El quipu o registro, hecho a base de cordeles de diversos colores anudados de forma precisa y convencional que hacía variar su sentido y comprender su contenido, era el instrumento de contabilidad y la forma de conservar, mediante un sistema puramente nemotécnico, datos de todo tipo. Si la contabilidad de la producción era necesaria, el censo de los trabajadores resultaba imprescindible para la formación de los grupos decimales. La base de éstos era la pachaca o centena de purej, que por su asimilación al posible número de familias que componían un ayllu ha sido a veces confundido con éste. Pero el ayllu es una formación social, mientras la pachaca constituía una simple agrupación artificial de carácter económico creada con finalidades puramente administrativas. Los subgrupos de la pachaca constituidos por 5 purej (chunca), 10 purej (pisca), 50 purej (pisca pachaca), estaban controlados por sus respectivos capataces o mandones, que debían rendir cuentas ante el pachacacamayoc. El cargo de camayoc o capataz de equipo, inferior a la pachaca, recaía sucesivamente en todos los componentes del grupo que de esta forma tenían la oportunidad de ejercer una autoridad y asumir responsabilidades al menos durante una vez en su vida de tributarios. Ellos eran los encargados de organizar el trabajo agrícola en común o minha para el cultivo de las tierras del Inca y del culto.

La pachaca se multiplicaba en grupos mayores: cinco de ellos conformaban una pisca pachaca o grupo de 500 tributarios. La huaranca era un millar y la suma de cinco de ellas configuraba la pisca huaranca. El huno, compuesto por 10.000 tributarios, era el grupo decimal de mayor entidad y probablemente equivalente a todo un linaje o grupo étnico. La jerarquización del trabajo y la distribución de responsabilidades se advierte al observar que para cada 10.000 tributarios existía una escala de funcionarios que sumaban el número de 3.333, de categoría ascendente. Los encargados de los grupos superiores a las pachacas no estaban sujetos a la mita, y eran los señores naturales de los componentes de sus equipos, cuya categoría variaba según el número de las familias que les estaban sujetas; un curaca local podía tener rango inferior, el de pachaca camayoc, o incluso el máximo de hunu camayoc. Esta organización decimal no era absolutamente estricta, el volumen de los grupos podía variar por exceso o por defecto, aunque sin alejarse mucho del patrón numérico, que se ajustaba en la medida de lo posible a la composición natural de los ayllus. Un riguroso sistema de almacenamiento y distribución de la producción era la clave del equilibrio económico estatal. Los depósitos locales, provinciales y metropolitanos aseguraban las reservas de todo cuanto necesitaran las elites, que recibían del Inca lo necesario para su mantenimiento. Los templos contaban con sus propios recursos procedentes del producto de las tierras del culto, también almacenados y administrados por el celo de sus funcionarios. Pero una buena parte del excedente de producción, que rebasaba con un amplio margen las necesidades de esas elites se recogía en un tipo de almacenes, los tambos, situados a intervalos en la magnífica red de caminos que recorría el Imperio y que servían para el abastecimiento permanente a los ejércitos y a los tributarios que prestaran cualquier servicio fuera de sus propias comunidades.

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