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Desde que en el siglo XIX se hicieron los primeros ensayos de interpretación de las representaciones del arte maya, hubo una notable coincidencia entre los especialistas: las figuras humanas de la escultura y la pintura debían ser sacerdotes, su movimiento y actitudes eran por tanto la realización de ignotos rituales. Los primeros jeroglíficos que fueron descifrados eran todos de carácter cronológico y astronómico. La conclusión, de inmediato convertida en dogma científico que ha perdurado cien años, fue que la civilización clásica maya era algo así como una rígida teocracia en la que austeros clérigos ocupaban sus días en medir el paso del tiempo y anotar en copiosos registros las idas y venidas de los cuerpos celestes. Con la vista clavada en el firmamento, escrutado por encima de los árboles desde lo alto de las pirámides, y las manos ocupadas en escribir o quemar el sagrado incienso copal, aquellos sabios vivían apartados del mundo, de sus pompas y de sus flaquezas. Esta imagen conventual quedó rota a partir del año 1958, cuando investigadores como Heinrich Berlin, Tatiana Proskouriakoff, David Kelley y otros, probaron definitivamente que la civilización maya, al igual que sus homólogas del Viejo Mundo, tuvo reyes y dignatarios, guerras y dominaciones, alianzas, intrigas palaciegas, luchas por la sucesión y la hegemonía, mercaderes y esclavos, templos a los dioses pero también colosales mausoleos reales.

Disipada la falsa y excluyente atmósfera de religiosidad, surgió la historia a la manera usual, con dinastías, cortes, batallas, nombres, nacimientos y muertes. El avance en el estudio de la escritura jeroglífica fue decisivo para abordar esta nueva interpretación de la cultura; hay que señalar que la escritura maya, complicada y oscura, es de las pocas que restan aún por descifrar, y que sólo un tercio aproximadamente de los signos que la componen nos ha revelado sus secretos, y esto a pesar de que la lengua encerrada tras los motivos gráficos es seguramente una de las que viven todavía en las tierras calientes tropicales: el chol, el chontal, el yucateco, el mopán, o una mezcla de ellas, con rasgos arcaicos y esotéricos ahora en desuso o transformaciones debidas a la lejanía temporal.

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