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Para el Estado y la sociedad aztecas la educación de sus súbditos era una cuestión prioritaria. Mediante ella se inculcaba a los niños y jóvenes los valores imperantes, como la importancia de la guerra y lo militar, la obediencia a los mayores y superiores o la devoción al panteón religioso. La educación de los niños mexicas está muy bien documentada por los cronistas y las fuentes. Así, Sahagún nos informa de que "La manera de criar sus hijos que tenían los señores y gente noble es que después que las madres o sus amas los havían criado por espacio de seis años o siete (...) dávanlos uno o dos o tres pajes para que se regocijassen y borlassen con ellos, a los cuales avissavan la madre que no los consintiesen hazer ninguna fealdad o suziedad o deshonestidad cuando fuessen por el camino o calle. Instruían al niño éstos que andavan con él para que hablasse palabras bien criadas y buen lenguaje, y que no hiziesse desacato a nadie y reverenciasse a todos los que topava por el camino que eran oficiales de la república, capitanes o hidalgos, aunque no fuessen sino personas baxas, hombres y mugeres, como fuessen ancianos". Los jóvenes se educaban en una doble vertiente, tendente a inculcarles valores religiosos y patrióticos. En primer lugar, dados los fuertes lazos de pertenencia al grupo que se manifiestan entre los aztecas ya desde los primeros tiempos, se trata de crear en los niños un vínculo identitario inquebrantable, un sentimiento de unión con el resto de la sociedad, de la que dependen y a la que deben servir.

Tal vínculo se había ya manifestado como una herramienta muy útil durante los primeros tiempos antes de asentarse en Tenochtitlan, no en vano los aztecas habían debido vagar por el Valle acosados por otros grupos. En este sentido, la creencia en un dios "nacional", Huitzilopochtli, que habría de guiarlos y protegerlos, se configuró como una de las claves de su expansión y desarrollo como pueblo. Y esta devoción por su dios tribal fue una constante a lo largo de toda su historia, transmitida de generación en generación. En definitiva, en las escuelas y en las historias se trataba de inculcar a los jóvenes valores como el sacrificio, la abnegación, el valor en la lucha, el trabajo por el bien común y la resistencia a la adversidad. Un fuerte sentido de la moral, interpretada de modo rígido, velaba por la formación psicológica de los individuos. Así, se inculcaban el autocastigo, la oración, las privaciones, la humillación o se recurría con frecuencia a los castigos corporales, con el fin de fortalecer tanto los cuerpos como las almas: "Si tu cuerpo cobrare brío o soberbia, castígale y humíllale. Mira que no te acuerdes de cosa carnal. ¡Oh, desventurado de ti, si por ventura admitieres dentro de ti algunos pensamientos malos o suzios! Perderás tus merecimientos y las mercedes que dios te hiziera, si admitieras tales pensamientos. Por tanto, conviénete hazer toda tu diligencia para desechar de ti los apetitos sensuales y briosos.

Nota lo que has de hazer, que es cortar cada día espinas de maguey para hazer penitencia, y ramos para enramar los altares. Y también havéis de hazer sacar sangre de vuestro cuerpo con la espina de maguey, y bañaros de noche, aunque haga mucho frío" (Sahagún). El calmecac era la institución educativa a la que iban destinados los hijos de los nobles -pipiltin. Era el calmecac una institución a medio camino entre el colegio y el monasterio, en la que entraban a los doce o trece años. Sahagún dice que "allí le entregavan a los sacerdotes y sátrapas del templo para que allí fuesse criado y enseñado y avisado para que biviesse bien. Emponíanle que hiziesse penitencia de noche, enramando los oratorios de dentro del pueblo, o en los montes, dondequiera que hazían sacrificios de noche o a la medianoche. Y si no le metían en la casa del recogimiento, metíanle en la casa de los cantores, encomendávanle a los principales de ellos, los cuales le emponían en barrer en el templo o en deprender a cantar, y en todas las maneras de penitencia que se usavan". Los hijos de nobles se educaban en el calmecac y se preparaban para ser los futuros administradores, políticos, sacerdotes o altos jefes militares. Ocasionalmente, el hijo de una familia acaudalada también podía entrar educarse en el calmecac. Las enseñanzas que recibían comenzaban por conocer la historia del pueblo azteca, además de aprender sobre aspectos religiosos, el calendario y los poemas mitológicos, la astronomía y la política.

La vida en el calmecac era especialmente dura, sobre todo para los jóvenes más espabilados, de quienes se esperaba un mayor rendimiento. Entre sus labores estaba escoger leña, barrer el suelo, levantarse en la noche o bañarse en agua helada. Los vestidos eran sencillos, austeros; la alimentación, escasa; dormían en el suelo, sobre escuetas esteras; se reprime toda manifestación de alegría. Son los futuros gobernantes y, según el ideal azteca, deben comportarse con total rectitud y de modo ejemplar. Además de los maestros, los ancianos desempeñan un papel importante en la educación, mediante sus palabras dirigidas a los más jóvenes. Los preceptos de los antiguos, huehuehtlahtolli, "la antigua palabra", condicionan la educación y el comportamiento de los jóvenes. En ellos se transmiten valores como el comedimiento o el respeto a los mayores y la autoridad: "El hidalgo tiene padre y madre legítimos, y sale o corresponde a los suyos en gesto o en obras. (...) El buen hidalgo es obediente e imita a sus padres en costumbres, y es recto y justo, prompto y alegre a todas las cosas; figura o traslado de sus antepasados. (...) El que desciende de buen linage y bien acondicionado es discreto, y curioso en saber y buscar lo que le conviene, y en todo tiene prudencia y consideración" (Sahagún). La enseñanza se completa con castigos para aquellos que se desvían de la norma, bien con su pereza o con su desobediencia: "Tenían graves castigos para castigar a los que no eran obedientes y reverentes a sus maestros; en especial se ponían gran diligencia en que no beviessen uctli la gente que era de cincuenta años abaxo.

Ocupávanlos en muchos exercicios de noche y de día, y criávanlos en grande austeridad, de manera que los bríos y inclinaciones carnales no tenían señorío en ellos, ansí en los hombres como en las mugeres. Los que bivían en los templos tenían tantos trabajos de noche y de día y eran tan abstinentes, que no se les acordava de cosas sensuales" (Sahagún). Beber alcohol o mantener relaciones sexuales eran faltas especialmente castigadas. Si un joven era hallado borracho podía ser condenado a muerte y ejecutado con presteza. Este mismo castigo también estaba reservado para los que eran sorprendidos practicando sexo, pudiendos ser flechado, quemado vivo o estrangulado: "Asimismo los consagrados al Calmecac eran estrangulados con una cuerda si alguna vez se les encontraba ebrios, o culpable de algún incesto o pecado impúdico" (Hernández). Además de educación religiosa y moral, los jóvenes hijos de nobles recibían educación militar. Aprendían a manejar armas, a obedecer a los superiores y se recibían un entrenamiento físico constante. La enseñanza era teórica y práctica, de tal forma que eran adiestrados en las reglas de la guerra. Nuevamente Sahagún nos ilustra sobre estos ejercicios, cuando escribe que, durante el mes llamado panquetzaliztli, los muchachos y maestros del calmecac luchabn con los del telpochcalli, la institución de enseñanza a los que asisten los jóvenes hijos del grupo de los plebeyos: "Al mediodía començavan a pelear los unos con los otros.

Peleavan con unos ramos de oyámetl o pino, y con cañas, y también con cañas maciças, atadas unas con otras de tres en tres o de cuatro en cuatro. Y cuando se aporreavan con ellas hazían gran ruido; lastimávanse los unos a los otros, y a los que captivavan fregávanles las espaldas con pencas de maguey y molido, lo cual haze gran rescocimiento. Y los ministros del templo a los que captivavan punçávanlos con espinas de maguey las orejas y los molledos de los braços, y los pechos, y los muslos; hazíanlos dar gritos, y si los moços del calmécac vencían a los contrarios, encerrávanlos en la casa real o palacio, y los que ivan tras ellos robavan cuanto havía: petates, icpales y teponaztli, huehuetes, etc. Y si los moços del calpulco vencían a los del calmécac, encerrávanlos en calmécac, y robavan cuanto hallavan: petates, icpales, cornetas y caracoles, etc. Y apartávanse y cesava la escaramuça a la puesta del sol". Como se dijo más arriba, el telpochcalli era la institución a la que iban destinados los hijos de la clase no privilegiada. En ellos, en régimen de internado, se enseñaba urbanidad, a comportarse con corrección, canto, danza y, lo más importante, la guerra. Al acabar la enseñanza diaria se celebraba una gran danza hasta la medianoche.

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