El clasicismo catalán

Compartir


Datos principales


Desarrollo


En Cataluña encontramos entre los primeros escultores clasicistas a los hermanos barceloneses Folch y Costa. El mayor, Jaime (1755-1821), formado en la Escuela de la Lonja de Barcelona y en San Fernando de Madrid, marchó a Roma, donde se inició en el incipiente clasicismo romano. En 1786 ingresó como académico de mérito de San Fernando y luego fue director sucesivamente de la Escuela de Nobles Artes de Granada, ciudad en la que ejecutó en su catedral el sepulcro del cardenal Moscoso, y de la Escuela de la Lonja de Barcelona. El hermano menor, José Antonio (1768-1814), fue discípulo de la Escuela de la Lonja y de la Academia de San Fernando. En 1795 colaboró con su hermano en Granada y durante la ocupación napoleónica se refugió en Cádiz y Palma de Mallorca, ejecutando el sepulcro del marqués de la Romana (catedral de Palma de Mallorca), obra de interés por su indudable grandiosidad y originalidad. El gran escultor neoclásico catalán es Damián Campeny (Mataró, 1771-Barcelona, 1855), quien inició su formación con el barcelonés Salvador Gurri, primero en Mataró y luego en Barcelona, donde acudió a las clases nocturnas de la Escuela de la Lonja. Una pensión del Consulado del Mar le permitió ir a Roma en 1796, conociendo allí a Canova e ingresando en los talleres de restauración de escultura del Vaticano. Concedida otra pensión por Fernando VII, permaneció allí hasta 1816, viajando a Madrid. Sin embargo, ante la ausencia de protección del monarca, elegido ya académico de la Real de San Fernando, regresó a Barcelona, abriendo taller y realizando toda su obra en la Ciudad Condal, además de una importante labor de magisterio.

Puede afirmarse que este gran escultor fue neoclásico no sólo en los temas, sino también en el tratamiento y elección de los materiales, dando a cada una de sus obras el soplo de fría exquisitez que precisaba su ideario estético. Entre sus primeras obras, la mayor parte de tema mitológico, mencionaremos Aquiles sacándose la flecha del talón. Su obra maestra fue la Lucrecia muerta (Escuela de la Lonja, Barcelona), que modeló en yeso en Roma en 1804 y el mismo artista pasó a mármol tres décadas después. En ella se aúna la tradición clásica romana con el clasicismo de Canova, apareciendo el personaje sedente, recostada su cabeza inerte en el respaldo del sillón y con el puñal a sus pies. La estatua de Cleopatra agonizante (Museo de Arte Moderno, Barcelona), debió ser concebida como pareja de la Lucrecia. De sus temas clásicos recordaremos el Laocoonte, Homero, Paris, Diana, etc., que en muchos casos no llegó a ejecutar en material definitivo. El bajorrelieve de El Sacrificio de Calirroe (Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) se relaciona por su elegancia dibujística con la obra de Flaxman y por su fría corrección con la de Thorwaldsen. El tercero de los grandes escultores neoclásicos españoles fue Antonio Solá (Barcelona, 1787-Roma, 1861), quien muy joven, y con la ayuda de una pensión de la Junta de Comercio, se trasladó a Roma, ciudad a la que se vinculó y en la que permaneció hasta el final de su vida.

En 1828 la Academia de San Fernando le nombró individuo de mérito y director de los artistas españoles en Roma, puesto que desempeñó hasta 1856. La reina Isabel II le hizo escultor honorario de cámara en 1856. Fue miembro de la Real Academia de Florencia y de la de San Lucas de Roma, de la que fue director tres años. Para el estudio de su amplia obra debemos dividirla en dos amplios grupos. En primer lugar, aquellas en las que es patente la inspiración y vinculación clásica, como el Gladiador moribundo (Lonja de Barcelona), Ceres (Palacio Real, Madrid), Meleagro (Palacio de Liria), Venus y Cupido (Museo de Arte de Cataluña, Barcelona) o La Caridad Romana (Diputación Provincial de Castellón). Por otro lado, las obras que tienen carácter monumental, conmemorativo o funerario. Entre las primeras destaca el monumento a Daoíz y Velarde (Plaza del 2 de Mayo, Madrid), cuyo modelo presentó en 1822 y pasó a mármol de Carrara en 1831, que es sin duda uno de los más afortunados y originales del periodo neoclásico, al utilizar una originalísima fórmula de adaptar modelos clásicos a personajes contemporáneos. Con él pretendió emular el grupo de La Defensa de Zaragoza, de Álvarez. Conmemorativa es la estatua del monumento a Cervantes, (Plaza de las Cortes), realizada en Madrid en 1835 y en la que se advierten ya algunos acentos románticos. Por lo que respecta a su obra funeraria, destacan el sepulcro del obispo Quevedo de Quintana, (catedral de Orense) y el de Félix Aguirre (Iglesia de Montserrat, Roma), además del de los duques de San Fernando (Palacio de Boadilla del Monte), de sencillas líneas, en el que destaca la adopción del sarcófago paleocristiano con estrígiles.

También ejecutó buen número de retratos, de los que gran parte se encuentra en paradero desconocido. De otros escultores como Pedro Cuadras (1771-1854), Ramón Belart (1789-1840), Adrián Ferrán (1774-1827) y Joaquín Abella, poco podemos destacar. Sin embargo, sí queremos mencionar a José Bover (Barcelona, 1802-1866), al que se ha considerado el último neoclásico catalán. Pensionado en Roma, fue discípulo de Álvarez Cubero, cuya obra le influye poderosamente. De su producción escultórica citaremos las esculturas de Don Jaime I de Aragón y del Conceller Fivaller (Fachada del Ayuntamiento de Barcelona) y, sobre todo, el sepulcro de Jaime Balmes, en la catedral de Vich.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados