La pintura rococó en otros centros: Valencia, Barcelona y Sevilla

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Datos principales


Rango

Arte Español del Siglo XVIII

Desarrollo


Además del gran foco cortesano y del temprano y activo foco zaragozano, en otros centros pictóricos españoles, si bien con mucha menor intensidad, se dejaron sentir los efectos de la sensibilidad rococó. Es el caso de Valencia, Barcelona y Sevilla, ciudades cosmopolitas y abiertas a influjos estéticos exteriores. En Valencia, además de Hipólito Rovira, es necesario referirse al máximo representante de la pintura rococó en tierras levantinas, José Camarón y Boronat (1731-1803). Académico de mérito de la Academia de San Fernando (1762) con una Alegoría de Valencia ante las Artes (Museo Municipal, Madrid), de figuras alargadas y elegancia de ecos manieristas, y también director supernumerario de pintura de la Academia de San Carlos, llegó al final de su vida a ser director general de la misma. Personaje vitalista y desenfadado, vinculado a la Corte, sus obras, tanto religiosas como profanas, están llenas de esa gracia característica del rococó. "Paret rústico" le llama Pérez Sánchez, sin por ello disminuir la delicadeza y exquisitez de sus escenas galantes, como La Romería o Parejas en un parque (Prado), en las que los majos y majas, que adoptan posiciones de ballet, denotan un mayor refinamiento y elegancia que los de Goya, Castillo o Bayeu. La pintura de José Vergara y Ximeno (1726-1799), director de la Academia de San Carlos, se encuadra dentro de una tendencia barroco-academicista, con epidérmicos elementos rococó, especialmente en los fondos dorado-amarillentos, de ecos napolitanos.

En Barcelona lo rococó se reflejó de forma menos intensa de lo que cabría esperar. Sobre una concepción formal barroco-decorativa aparecen soluciones rococó en los celajes y visiones celestiales de los lienzos religiosos de Francisco Tramullas (hacia 1717-1773) para la capilla de San Esteban (hacia 1765) de la catedral de Barcelona, y también debieron estar presentes en los decorados no conservados que realizó para óperas y otras obras efímeras, y los realizados por su hermano Manuel Tramullas. A finales de la centuria, todavía se aprecia la cromatura, la soltura de pincel y dinamismos rococó en las pinturas murales de Francisco Pla Vigatá (17431805) realizadas para el Salón del Trono del Palacio Episcopal de Barcelona. En Sevilla el peso del influjo murillesco fue decisivo y perdurable en la pintura barroca dieciochesca, con una sensibilidad que en colorido y gracia conectaría con lo rococó en las pinturas de Juan de Espinal (1714-1783). Artificio y teatralidad, pincelada de mancha, interesantes efectos lumínicos en la resolución de fondos especiales y armoniosa cromatura se detectan en cuadros religiosos de indudable belleza como el de las Santas Justa y Rufina (1760), encargo del Ayuntamiento de Sevilla, la Alegoría de la llegada de la Pintura a Sevilla (hacia 1770-75) de la Academia de San Fernando, o la Inmaculada del Zodíaco (hacia 1778) del Lázaro Galdiano de Madrid.

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