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Mesopotamia

Desarrollo


En Babilonia, cuando un individuo moría iba a parar a un mundo inferior o "tierra sin retorno" (Arallu). En este lugar, cuya referencia conocemos por mitos y plegarias transmitidas por los textos, el cuerpo del fallecido permanecía temporalmente hasta que llegaba el momento de ser sometido a juicio. El inframundo era un lugar desolado, imaginado como una montaña rodeada por un río sagrado que cada difunto debía cruzar. En una gran caverna se alzaba un palacio de siete plantas, rodeado por siete murallas y siete guardianes. Cuando el fallecido llegaba le esperaban los dioses terrestres formando un tribunal presidido por Shamash o por el héroe Gilgamesh, encargados de juzgar sus actos pasados y decidir sobre su futuro. La muerte de un individuo daba lugar a un complejo ceremonial funerario, que fue variando a lo largo del tiempo. Era fundamental enterrar al difunto de un modo adecuado pues, si no recibía sepultura, su sombra se separaría del cuerpo y vagaría por el mundo terrenal causando daños y desastres. Los enterramientos podían realizarse en el suelo de las propias viviendas -siguiendo una antigua tradición- o en necrópolis cercanas a las ciudades. El cadáver era enterrado junto con su ajuar funerario, compuesto por elementos que podrían servirle en la otra vida y que le habían acompañado en ésta, como herramientas, adornos o su cilindro-sello. Los cuerpos eran depositados en una doble tinaja o en un sarcófago de arcilla o de piedra, dependiendo de las posibilidades económicas de los familiares.

Para honrar la memoria del difunto y demostrar su pesar los familiares debían llevar luto y llorar, a demás de realizar diversos actos periódicos como pronunciar su nombre, realizar libaciones de agua en su propia tumba a través de un conducto o celebrar banquetes funerarios (kipsu). En estos banquetes se congregaban todos los familiares y comían y bebían para honrar la memoria de los antepasados. En el caso de los reyes, inmediatamente después de su fallecimiento era decretado un periodo de luto oficial y sus cuerpos eran expuestos a la población en el palacio o en una de las puertas principales de la ciudad. Para honrarles se les erigían estatuas y se efectuaba un cuidadoso ritual, pues se pensaba que la muerte de un rey -es decir, el intermediario entre el pueblo y los dioses- podía acarrear grandes desgracias.

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