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Mesopotamia

Desarrollo


La caída de Babilonia a manos del persa aqueménida Ciro hizo que los asuntos de Mesopotamia, a partir de entonces, se decidieran fuera de ella. Ciro tomó el título de rey de Babilonia, en un intento de aparentar continuidad con respecto al imperio de Nabucodonosor. Sin embargo, Babilonia fue incorporada como provincia, aunque este dominio fue apenas se tradujo en la presencia de un gobernador y una guarnición. Además, Ciro mantuvo un profundo respeto por las creencias religiosas locales, que alcanzaron incluso a los israelitas, a los que se permitió volver a su tierra y reconstruir el templo de Jerusalén. A Ciro le sucedió Cambises y, a la muerte de éste, tuvieron lugar diversas luchas por el trono aqueménida. Éstas fueron aprovechadas por dos usurpadores para intentar hacerse con el trono de Babilonia, en ambos casos con el nombre de Nabucodonosor. Darío I, sucesor de Cambises, consiguió aplastar la rebelión y unificar el Imperio, tomando una serie de medidas encaminadas a racionalizar la administración y el gobierno de los territorios. Una de sus medidas fundamentales afectó a Mesopotamia, que ahora quedó dividida en dos satrapías: Babilonia y Asiria. Jerjes I, hijo de Darío, continuará la tendencia de su padre y, al igual que éste, a comienzos de su reinado hubo de enfrentarse a las ansias de independencia de Babilonia.

Éstas serán reprimidas- según las fuentes griegas- con extrema dureza: mandó fundir la estatua de Marduk, se eliminó la realeza babilónica, se derribaron sus murallas y se asoló su zigurat, además de ser saqueada la ciudad. En definitiva, se había puesto de manifiesto que Babilonia ya no jugaba el papel de antaño, a pesar de que aún quedaban restos de un pasado esplendor y sobre ella había un cierto reconocimiento, como el hecho de que los reyes persas residieran temporadas en Babilonia, o también de que conservara en gran medida su magnificencia y grandiosidad, como glosa Herodoto. Además, y en este sentido, la ciudad experimentaría un cierto auge económico a mediados del siglo IV, gracias a vivir un prolongado periodo de paz. En el siglo III a.C. esta situación ha cambiado de manera radical, sin que sepamos muy las causas. Lo cierto es que la población de Babilonia recibe al macedonio Alejandro Magno con los brazos abiertos, tras haber éste derrotado a los persas en Issos y Gaugamela. Desde el principio Alejandro se mostró muy interesado por conocer la mítica Babilonia, planeando reconstruir el zigurat destruido por Jerjes y hacer de ella nuevamente una gran urbe. Los planes, empero, quedaron en nada por la temprana muerte del macedonio en la ciudad. Además, la conquista de Alejandro significó el comienzo de un proceso de helenización, que hizo caer en desuso la escritura cuneiforme. La muerte de Alejandro supuso la ruptura de su imperio.

Entre sus sucesores, Seleuco fundó su propio imperio a partir de la conquista en el 312 de la satrapía de Babilonia, inaugurando la "era seléucida", que se prolongará, al menos nominalmente, mucho más allá del final de la dinastía. En principio, Seleuco se planteó hacer de Babilonia el núcleo de su imperio, pero después de anexionarse Siria septentrional creyó de más utilidad desplazar el centro de gravedad de su imperio hacia el oeste, dejando de lado Babilonia. No obstante, durante las siguientes décadas la ciudad siguió siendo una referencia en cuanto a la ciencia, las artes y el saber, siendo construidos nuevos edificios de culto y restaurados los antiguos. Sin embargo, el peso del imperio seléucida recayó en el componente griego y macedonio, lo que motivó el descontento de la población local. Hacia mediados del siglo II a.C., la descomposición del imperio seléucida acelera la entrada de elementos extranjeros, esta vez procedentes de Irán. Se trata de los partos, que comienzan a conquistar Mesopotamia en 142/141 a.C. Su dominio, con todo, no fue lo suficientemente fuerte, lo que permitió la creación de pequeños principados e, incluso, la entrada de potencias extranjeras como Armenia. Sin embargo el mayor problema para los partos vendrá del oeste. Roma es ya una potencia en plena expansión y reclama participar del rico botín económico y cultural que supone Mesopotamia.

Los tratados entre partos y romanos fijan la frontera entre ambos en el alto Éufrates. La creación de la provincia romana de Syria en el año 64 acabó por separarla de Mesopotamia de manera definitiva, situación que continuará más tarde (115-117 d.C.) con el surgimiento de las provincias de Assyria y Mesopotamia. Objetivo preferente de Roma, Mesopotamia conoce los intentos de Craso, Marco Antonio, Trajano y Adriano por dominarla por completo. A partir del siglo III d.C. entra en la región el imperio neopersa, de tradición aqueménida, que mantiene la capitalidad de su Estado en Ctesifonte -la antigua capital de los partos, a orillas del Tigris-. Mesopotamia sigue teniendo gran importancia desde el punto de vista económico y cultural, pero sus tradiciones comienzan a ser arrinconadas por la entrada de otras nuevas, como el zoroastrismo, en materia religiosa. No cabe duda de que, ya por estas fechas y en adelante, Mesopotamia ve cómo se decide sobre su destino desde el exterior, y su tradición cultural desaparece lentamente difuminada por la llegada de nuevas culturas, la última de las cuales, el Islam, a partir del siglo VII, significará el comienzo de una nueva era.

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