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Datos principales


Desarrollo


Los estudios sobre la pintura trecentista en España se han referido, casi en exclusiva, a otras regiones, siendo Castilla la menos estudiada. Circunstancia explicable por el reducido número de pinturas que nos han llegado, así como por la escasa documentación existente. No obstante, investigaciones realizadas por Post, Angulo, Bosque y, más recientemente, María Angeles Piquero López han puesto de manifiesto la importancia del foco toledano y su proyección en la pintura gótica castellana. En esta población se conserva un núcleo de obras muy significativas, fruto de la importante actividad pictórica desarrollada en la catedral de Toledo en torno a 1400, con muestras destacadas tanto en pintura mural como en tabla, consecuencia de las relaciones e influencias llegadas de Italia. No es fácil fijar unos límites geográficos concretos para el desarrollo de esta escuela toledana. La zona de expansión rebasa la propia ciudad y su provincia, abarcando lo que de una manera amplia podemos incluir dentro de la diócesis toledana del siglo XV. Es más, tras el análisis estilístico de las obras, su extensión va más allá de esta distribución eclesiástica, llegando a territorios limítrofes, como Valladolid y Cuenca, que por alguna razón mantuvieron relaciones o se vieron ligados a Toledo, dada la importancia de su Iglesia en aquel momento. No olvidemos que ésta fue una de las ciudades más populosas, a la cabeza de la jerarquía eclesiástica de Castilla.

Pero, al mismo tiempo, las circunstancias históricas ligaron a los toledanos con territorios más alejados, de forma que el taller se proyectará también en Andalucía. Desde un punto de vista cronológico, la influencia trecentista llega a Castilla a través de artistas italianos procedentes de Valencia y en los que, de alguna forma, junto a los caracteres propiamente trecentistas se apuntan ya rasgos del estilo internacional. Su desarrollo, por tanto, coincide con un corto periodo de tiempo que abarca desde los últimos años del siglo XIV al primer tercio del siglo XV. Periodo que se inicia con el reinado de Pedro I y coincide plenamente con el advenimiento de la Casa de Trastamara (reinados de Juan I, Enrique III, Juan II y Enrique IV de Castilla). Etapa llena de alteraciones políticas internas de todo tipo, que si bien produjeron un desinterés artístico por parte de la monarquía, sin embargo, gracias al fuerte apoyo y protección de la jerarquía eclesiástica, dieron lugar al desarrollo de un importante foco pictórico en torno a la catedral, siendo dos arzobispos -don Pedro Tenorío (1377-1399) y don Sancho de Rojas (1415-1422)- sus principales promotores. A ellos se deben los dos conjuntos de carácter funerario más representativos de la pintura trecentista castellana: la capilla de san Blas, en la catedral toledana, y el retablo del arzobispo don Sancho de Rojas, hoy en el Museo del Prado.

Obras que evidencian, por otra parte, el deseo de los prelados de glorificar a Dios, junto al de resaltar su propia persona, buscando un lugar sagrado para reposar. Este núcleo toledano nos pone en contacto asimismo con dos personalidades artísticas diferentes y sus talleres. El principal maestro y creador de la escuela, Gherardo Starnina, será un pintor foráneo. Artista de origen florentino, seguidor distanciado de Giotto, muy próximo al estilo internacional que, tras una estancia en Valencia, aparece documentado en Toledo en 1395, acompañado probablemente de algún otro compatriota suyo. La otra personalidad se corresponde con un maestro castellano, Rodríguez de Toledo, cuya firma aparece en los frescos de la capilla de san Blas; colaborador de Starnina en el conjunto y, más tarde, cabeza del taller trecentista castellano. Centrado el foco toledano en torno a estas dos figuras es difícil, sin embargo, aislar sus personalidades. Pues si bien su dirección se percibe en algunas obras, son más los rasgos estilísticos los que permitirán, en la mayor parte de las ocasiones, establecer las conexiones del taller toledano, permaneciendo incógnitas respecto a sus maestros. El análisis de las obras revela las notas distintivas que caracterizan a la pintura trecentista toledana, poniendo de manifiesto su origen florentino. Junto al equilibrio de las composiciones, la armonía cromática, la preocupación por el dibujo, así como la expresividad, destaca el sentido espacial, presente no sólo en el aspecto volumétrico de las figuras sino en la perspectiva de carácter giottesco, conseguida mediante la yuxtaposición de diferentes puntos de vista; sin olvidar los aspectos iconográficos, como elementos esenciales en la comprensión de una obra.

Predomina la temática religiosa con ciclos de carácter narrativo, con raíz en el arte bizantino, pero respondiendo al cambio de concepción religiosa, que deja paso a una mayor humanización, típica de los pintores trecentistas. Los artistas del taller toledano se inspiran fundamentalmente en los Evangelios canónicos, de manera especial en el de san Lucas, por su carácter narrativo. Pero sus fuentes están también en pasajes de los Evangelios Apócrifos, Leyenda Dorada, Meditaciones del Pseudo-Buenaventura y Meditaciones de santa Brígida, sin olvidar en determinados casos una inspiración en la lírica popular. La temática profana está también presente en el taller toledano, como veremos más adelante en su proyección hacia Andalucía.

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