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Rango

Almorávides

Desarrollo


Lo más corriente era que no se diesen excesos. Los sabios europeos, ya en la primera mitad del siglo XII, optaron por venir a España. Unos aprendieron el árabe y llegaron a traducir por sí mismos los libros que les prestaban los obispos, que habían pasado a ser dueños de las bibliotecas de los vencidos. Es el sistema de traducción que se llama a dos manos y que se ha mantenido hasta nuestros días. Los que no aprendían la lengua buscaban a un judío o cristiano (raras veces un musulmán) que supiera árabe, le contrataban para que leyera en voz alta el texto en lengua vulgar o romance, y ellos lo escribían en latín (traducción a cuatro manos). Algún manuscrito, al principio o al fin o en notas, nos informa de estos detalles.Dos de esos clérigos -hubo muchos más- llaman la atención aun en pleno período almorávide como mecenas: el arzobispo don Raimundo de Toledo (1125-1152), que pasa por ser el creador de la llamada Escuela de Traductores de Toledo, y el abad Pedro el Venerable de Cluny. Pero las grandes traducciones, prescindiendo de las de los siglos X y XI, habían empezado ya antes: Juan de Sevilla -fuera o no hijo del conde mozárabe Sisnando, que parece haber sido consejero de al-Mutamid de Sevilla y, con seguridad, de Alfonso VI en 1085- parece haber empezado su actividad en el primer cuarto del siglo XII. Simultáneamente, aparecieron focos de traductores en Toledo, Barcelona, Tarazona, Zaragoza y otras ciudades de la Península con dos características comunes: la búsqueda en especial de manuscritos de filosofía y ciencias exactas (incluyendo en éstas la astronomía/astrología) y el que todos ellos, al menos en esta época, se conocían o tenían relación escrita entre sí, aunque trabajaran en ciudades distintas y de modo independiente.

Así, la traducción por dos autores de la misma obra apenas existe y hace el efecto de que hubieran pretendido verter al latín el máximo de textos árabes en el mínimo tiempo posible. Simultáneamente, se produce otro fenómeno: la emigración de la ciencia autóctona andalusí hacia el Próximo Oriente y tal vez hasta la India. Este hecho se debe a varias causas: la difusión del papel, que permitía hacer múltiples copias a precio relativamente barato; la seguridad cada vez mayor de las aguas del Mediterráneo y la necesidad del transporte de los ejércitos cruzados y materias estratégicas hacia Oriente, que los musulmanes compensaban con la exportación de objetos de lujo, especias, joyas, etcétera. Así se explica que libros andalusíes como la Historia de la Ciencia del cadí Said de Toledo, el Istikmal o la Astronomía de Chábir ibn Aflah figuraran ya, en la segunda mitad del siglo XII, en los anaqueles de las bibliotecas egipcias e incluso en las de Yemen.Al mismo tiempo, los magrebíes se habían formado una imagen del mundo gracias a dos geógrafos suyos bien documentados: al-Idrisí (1101-1165), nacido en Ceuta, no sólo fue relativamente un gran viajero, sino que entró al servicio del rey Roger II de Sicilia, quien le facilitó todos los medios materiales para que obtuviera toda la información que deseara de los múltiples mercaderes que tenían su domicilio en la isla o pasaban por ella, e incluso le permitió que subvencionara a algunos para que se desviaran de sus rutas habituales y pudieran allegar información de tierras vecinas a las de su destíno. El otro geógrafo aludido, al-Zuhrí (h. 1150), era andalusí, fue testigo presencial de muchos de los curiosos acontecimientos que narra y para algunos sus noticias son irremplazables.

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