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Rango

Al-Andalus omeya

Desarrollo


Ciertos hechos culturales que se han mencionado en el último capítulo, como el comienzo del movimiento filosófico que convirtió al-Andalus en la última reserva árabe de la filosofía aristotélica -acontecimiento fundamental en la cultura de Occidente- rebasan cronológicamente los límites de este volumen ya que son posteriores a la desaparición del califato de Córdoba en el 1031. Por tanto y al contrario de lo que se podría pensar, la caída de éste no marcó el final del movimiento de civilización engendrado por la concentración en al-Andalus y con más precisión en la megalópolis cordobesa, bajo los auspicios del califato y de sus pretensiones universalistas, de un capital científico considerable, importado en su esencia de Oriente pero desarrollado brillantemente por los andalusíes. La explosión del núcleo cordobés y la dispersión de sus sabios y de sus libros parecen, al contrario, haber favorecido el empuje intelectual andalusí al multiplicar los focos del saber y al suscitar entre los soberanos una gran emulación en el mecenazgo literario y científico. El sistema político que consagró la abolición de hecho del califato por los notables cordobeses y por su jefe Abu al-Hazm b. Yahwar, ha sido juzgado de formas muy diferentes. La responsabilidad del debilitamiento de al-Andalus frente a la creciente amenaza cristiana en el XI se atribuye con frecuencia a la fragmentación del poder que se instaura entonces.

Sin entrar en el estudio del período que será el objeto del volumen siguiente, observaremos simplemente que tal visión de las cosas sería probablemente demasiado simplista, e intentaremos demostrarlo partiendo de un ejemplo concreto. Casi al mismo tiempo asistimos a la instauración de dos reinos vecinos de un lado y otro de la frontera entre musulmanes y cristianos en la zona noroccidental de la Península. Al norte, en los estrechos y pobres valles pirenaicos, la muy modesta entidad político-administrativa que constituía el núcleo del condado de Aragón se transformó en reinado cuando a la muerte de Sancho el Grande de Navarra (1035) uno de sus hijos, Ramiro, lo recibió en herencia con el título real que el gran soberano repartía generosamente entre sus hijos. Habían pasado cuatro años solamente desde que el emirato de Zaragoza se pudo empezar a considerar como verdadero Estado independiente, aunque la caída del califato no hizo más que confirmar la situación de hecho que ya se vivía allí. El tuyibí Yahya b. Mundhir, que tomó el sobrenombre de al-Muzaffar, apareció como un soberano absolutamente independiente, aunque en sus monedas sólo aparece el título y el nombre de hayib Yahya. Los sobrenombres Muizz al-Dawla y al-Mansur sólo aparecerán en las monedas con al-Mundhir II, sucesor de Yahya, que reinó desde el 1036 al 1038. A los ojos de un observador político, la comparación entre ambos soberanos y ambos reinos no hubiera sido del todo favorable al primer rey de Aragón y a su pequeño Estado, en vista de que su gran vecino musulmán de Zaragoza le superaba con mucho en riquezas económicas, en dimensión geográfica, en nivel cultural y, aparentemente, en potencia militar.

Sin embargo, unos decenios más tarde sería el pequeño reino cristiano de Aragón el que destruiría al de los tuyibíes de Zaragoza. La inferioridad político-militar de la España musulmana es difícilmente explicable por una división política que afectaba igualmente a la España cristiana. La riqueza musulmana, reflejada en la abundancia relativa de las monedas de oro que suscitaba la admiración y avidez de los cristianos no fue tampoco una garantía de solidez. El califato se derrumbó, como dijimos, en el apogeo de su aparente poder y con una gran acumulación en sus arcas de oro del Sudán que los esfuerzos de los amiríes habían logrado finalmente desviar hacia la Península. A falta de un conocimiento suficiente de las realidades económico-sociales, tenemos la tentación de detenernos en causas más bien políticas e ideológicas. Los habitantes de al-Andalus no pudieron reaccionar, ni colectiva ni individualmente, de forma adecuada ante la desorganización del poder. Mientras que los reyes cristianos reinaron sin complejo en sus Estados, el grave problema de la legitimidad no permitió ni a los amiríes, ni después de ellos a los soberanos de las taifas, asentar firmemente su poder sobre un consenso práctico y teórico del cuerpo político-religioso. Fueran cuales fueran los problemas de otra índole subyacentes a estas dificultades políticas, vinculadas a los fundamentos mismos del poder en el Islam medieval, hay que colocarlos, en mi opinión, en un lugar importante dentro de la evolución de al-Andalus.

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