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Hiroshima L3

Desarrollo


Cuando los norteamericanos desembarcaron en Guadalcanal sin hallar resistencia se sintieron sorprendidos, tanto que, recelando una emboscada, avanzaron muy lentamente, pese a los claros indicios de desbandada japonesa: almacenes abandonados sin destruir las existencias, comedores de tropa con los platos a medio consumir, armas y municiones abandonadas. Hasta después de cuarenta y ocho horas no tomaron el aeropuerto de Henderson, cuya construcción estaba casi terminada. Los choques en esos primeros días fueron escasos: algunos tiroteos, alguna patrulla norteamericana sorprendida en una emboscada, algún contraataque aislado. Cuando los transportes norteamericanos levaron anclas, Vandergrift ya tenía en la isla la 1.? división de marines, reforzados por el segundo regimiento del mismo cuerpo y un batallón de raiders (fuerzas especiales de choque). En total, unos 15.000 hombres. Sin embargo, la retirada de los transportes significaba una fuerte contrariedad, porque restaba fuerza a las tropas desembarcadas y porque retrasaría la puesta en servicio, ahora para los aviones norteamericanos, del aeropuerto. Había que ganar tiempo para consolidar las posiciones y organizar una nueva flota que reanudase los suministros. Por eso, Washington quitó importancia al desembarco y mencionó, al parecer en Moscú, que sólo habían desembarcado 2.000 hombres. Ese dato estuvo inmediatamente en manos del servicio secreto japonés, motivo por el que Tokio se tomó el desembarco como una aventura local, secundaria en el fondo.

Ordenó al general Haruyoshi Hyakutake, al mando del XVII Ejército, que enviase a 6.000 hombres a Guadalcanal para que la limpiasen de norteamericanos. Los primeros refuerzos que llegaron a la isla fueron 900 hombres, la mitad del regimiento del coronel Ichiki, que desembarcaron audazmente en Taivu, junto a las líneas norteamericanas, transportados por torpederos. El coronel Kiyono Ichiki, que llegaba al frente de sus hombres, era mundialmente conocido por haber protagonizado el Incidente del Puente de Marco Polo (denominación eufemística dada por los japoneses a la gigantesca guerra que sostenían con China, a causa del choque local que dio el pretexto para abrir las hostilidades). Ichiki era hombre prestigioso, buen conductor de tropas, optimista -demasiado, como se verá- y valeroso. Poco antes de comenzar su misión escribía en su diario, emulando a César: "18 de agosto, desembarcamos. 20 de agosto, marchamos toda la noche y atacamos. 21 de agosto, saboreamos los frutos de la victoria". Pero Ichiki comenzaba su intervención ya derrotado. Las tropas que encontró en la isla estaban hambrientas, desmoralizadas y mal equipadas. Sus propios hombres y sus medios de combate eran escasos, y aunque fuesen unas excelentes tropas de choque, no disponían del entrenamiento apropiado para combatir contra las posiciones fortificadas en una isla tropical. Los marines ocupaban en esos momentos un área semicircular, con una base sobre la playa de unos 7 kilómetros y una profundidad de 3 ó 4 kilómetros.

El área incluía el aeropuerto Henderson, apoyaba su ala izquierda en el río Tenaru y la derecha en las colinas de Kukum. Casi paralelo al Tenaru discurría el río Ilu sobre el que los norteamericanos apoyaban su segunda línea de defensa por el este, segunda línea que también se sostenía en las colinas, mientras que por el sur una informe altura cubierta de jungla -que luego sería conocida como cresta sangrienta- servía de apoyo y punto avanzado del perímetro defensivo. Contra este dispositivo, fuertemente astillado, se dirigió Ichiki con su escasa tropa. Una fe ciega en la moral combativa del soldado japonés y un desprecio al valor del soldado norteamericano, al que, además, se suponía desmoralizado tras la pérdida de toda la patrulla del teniente coronel Goettge. Este grupo norteamericano cayó en una emboscada durante un reconocimiento; los supervivientes fueron decapitados por los sables de los oficiales japoneses. Este asesinato de prisioneros de guerra, contra lo que suponían los japoneses, había galvanizado a los norteamericanos, que esperaban atrincherados el momento de la revancha. Ichiki lanzó a sus hombres a través del Ilu donde les aguardaba una barrera de fuego que asombrosamente lograron cruzar a costa de grandes pérdidas. Tras ella encontraron los japoneses las posiciones atrincheradas de los norteamericanos y una línea de artillería que les frenó en seco: habían caído en una especie de emboscada de la que era casi imposible la huida: cañones y morteros creaban una barrera de metralla a sus espaldas; de frente, centenares de ametralladoras y fusileros diezmaban sus filas y, finalmente, un grupo de tanques entraron en acción, aniquilando cuanto se movía.

Setecientos japoneses perdieron la vida. Ichiki quemó su bandera y se suicidó. La victoria terminó por elevar la moral de los norteamericanos, pese a su aislamiento, a su escasez de medios y a los bombardeos nocturnos de la flota japonesa. Pero aún mejoró su posición cuando, durante los últimos diez días de agosto, comenzaron a llegar víveres, municiones, gasolina y bombas de aviación. El aeropuerto estaba listo para operar y a finales de mes contaba con 77 aviones de caza y bombardeo. El aislamiento había terminado: aunque por la noche comenzó a operar el Expreso de Tokio (destructores y cruceros rápidos que llevaban tropas a la isla y bombardeaban el aeropuerto) bautizado así por la puntualidad de su llegada, su ataque y su retirada; durante el día, con la protección de sus aviones situados en el aeropuerto de Henderson, el mar era norteamericano. En esa purga por mantener la isla, de un lado, y por recuperar el aeropuerto, del otro, comenzaron una serie de choques navales de resultado poco decisivo y fuertes pérdidas para ambos contendientes. Mientras tanto, las fuerzas japonesas se desangraban en la isla en ataques de pequeños grupos, sumariamente armados, que le eran casi invariablemente aniquilados ante las posiciones norteamericanas. La táctica no era correcta, como reconocen hoy los japoneses, pero en aquel entonces nadie pareció entenderlo, quizá porque seguían ignorando el verdadero potencial de las fuerzas norteamericanas desembarcadas, quizá porque el goteo de los refuerzos y abastecimientos no permitía otra acción.

Tres semanas después del ataque de Ichiki, el general Kawaguchi logró reunir una fuerza relativamente importante: 6.000 hombres de su propia brigada, 1.000 del regimiento de Ichiki (llegados a la isla después del desastre) y unos 2.000 hombres más de la guarnición de la isla. De cualquier forma eran demasiado pocos y ni su alta moral ni su entretenimiento les serviría de mucho contra las posiciones norteamericanas, bien protegidas por carros y artillería, imposible de neutralizar con los nueve cañones de montaña que habían logrado llevar a la isla. Por otra parte, los norteamericanos se mostraban cada vez más atrevidos, hasta el punto de que Kawaguchi logró escapar por poco de un desembarco que los propios marines de Guadalcanal hicieron en su persecución. Los norteamericanos lograron apoderarse en ese golpe de su propio equipaje y un pantalón del general japonés fue fijado, como desafío, en lo alto de un mástil, visible desde las posiciones japonesas. Kawaguchi planeó su ataque en combinación con un bombardeo aéreo y dirigió su principal ataque contra la cresta que protegía el aeródromo. La noche del 12 de septiembre comenzó la batalla. Kawaguchi tenía en su ala izquierda a los restos del regimiento de Ichiki; en el centro dos batallones de su brigada y otro de la división Sendai (sus soldados eran oriundos de esta bella localidad, a 300 kilómetros de Tokio); el ala derecha estaba dirigida por el coronel Oka, que tras una marcha de 100 kilómetros por la jungla tenía a sus hombres hambrientos, agotados y que, sin embargo, era pieza clave por ser el único que disponía de algunos cañones.

El general japonés, consciente de que era un ataque a vida o muerte, no dejó ni a un sólo hombre en la reserva. A las 21 horas los japoneses se lanzaron sobre las posiciones norteamericanas, gritando en inglés que atacaban con gases asfixiantes y lanzando sus fanáticos gritos de ¡Banzai, banzai! La cresta objeto del impulso principal pronto se cubrió de cadáveres, ganándose merecidamente el nombre de sangrienta. Por ella se combatió durante dos días con singular ferocidad. Todo el regimiento de Ichiki pereció en esos combates, junto con su jefe, Mizumo, que logró atravesar la primera línea norteamericana y romper la segunda en algunos puntos hasta la pérdida del último de sus hombres. Por el centro el batallón Tamura (División Sendai) logró arrollar las defensas de la cresta, descender a la carrera su lado norte, atravesar el aeropuerto bajo un fuego infernal e irrumpir en el centro del sistema defensivo norteamericano... Pero fue sólo una carrera contra la muerte: cuatro hombres lograron alcanzar el puesto de mando de Vandergrift, en el que lograron incluso matar a un sargento antes de caer acribillados a balazos. Hubo momentos en que algunos japoneses estuvieron detrás de todos los norteamericanos desembarcados en Guadalcanal, pero les resultó imposible mantenerse. Tras sangrientos y confusos combates, muchos de ellos, cuerpo a cuerpo, tuvieron que retirarse o perecieron combatiendo sobre los lugares tan afanosamente ganados. El comandante Kunio, jefe del 1.

° batallón de la brigada de Kawaguchi, pereció combatiendo con su sable ya muy dentro del dispositivo norteamericano, tras haber perdido a todos sus hombres. Tanto a él como a Tamura les faltaron los hombres necesarios, los medios necesarios para el último y decisivo cuarto de hora de su misión suicida, para cubrir los últimos metros. El ala derecha del coronel Oka sufrió el grueso del fuego concentrado de la artillería norteamericana. Aquellos hombres, que apenas habían comido en los últimos días, que ya estaban agotados ante la lluvia de metralla que se les vino encima y ante el contraataque de los marines, dispersándose por la jungla. El ataque de Kawaguchi, bien concebido y efectuado con fanática energía, fue el más sangriento y duro que sufrieron los norteamericanos, como ellos mismos reconocen; sin embargo, aunque lograse perforar por varios puntos las líneas norteamericanas, aunque se sostuviera durante algunas horas en la colina sangrienta, aunque alcanzasen el aeropuerto, siempre estuvo lejos de la victoria. Sus hombres combatieron en una inferioridad de dos a uno, estaban agotados, carecían de protección artillera, hubieron de combatir contra un enemigo duro y experimentado que les esperaba en inmejorables posiciones, carecían de reservas, sus comunicaciones en la jungla eran tremendamente lentas e inseguras y nunca llegaban los refuerzos al punto preciso y en el momento necesario... Por el contrario, Vandergrift no perdió nunca los nervios y, con abundantes reservas, pudo siempre taponar los huecos, contraatacar en los puntos necesarios, machacar atrozmente las concentraciones japonesas con sus cañones... Estaba seguro que, al final, los japoneses perderían impulso... y eso ocurrió tras dos días de combates, en los que los japoneses tuvieron más de 3.000 muertos, mientras los norteamericanos, entre muertos y heridos contaban unas 500 bajas.

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