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El Reino Unido había sufrido durante la guerra la pérdida de más de 40.000 vidas humanas entre combatientes y población civil; a esto añadía un número de personas heridas en combate o por los bombardeos que superaba el millón de casos. El país, que junto a la Unión Soviética se erigía en vencedor moral del conflicto debido a los sufrimientos soportados por su causa, había quedado exhausto tras cinco años de lucha. Con todo, esta negativa situación inicial no fue capaz de anular el carácter pragmático consustancial a la forma británica de comprender la vida. Las elecciones generales celebradas en el mes de julio de 1945 -cuando todavía no habían cesado los combates en el continente- demostró un extendido deseo de renovación de estructuras mediante la instrumentación de reformas, dirigidas sobre todo a obtener una nivelación en el campo social. Los comicios reportaron 393 escaños parlamentarios al Partido Laborista, frente a los 198 obtenidos por los conservadores. Winston Churchill, dirigente indiscutible de esa segunda formación, había personificado la lucha contra Alemania en medio de una sufriente población unida a su alrededor sin discrepancias señalables. Pero ahora, observándose inmediato el final de la guerra, los británicos preferían otorgar su confianza a un partido que, como el Laborista, se presentaba dotado de los necesarios atributos reformistas para dirigir la recuperación que el país precisaba de forma urgente.

El pragmatismo constituía el rasgo más destacado del laborismo británico en el año 1945, y a partir de esos momentos un amplio conjunto de jóvenes valores de la política comenzarían a incidir en profundidad sobre la vida del ciudadano de las islas. La situación de Gran Bretaña con la paz no podía presentar caracteres menos positivos. Durante los cinco años de guerra se había producido un fuerte aumento de la producción industrial y agrícola, respondiendo a las exigencias de la situación. Ahora, por el contrario, la decadente metrópoli imperial se obligaba a soportar una larga serie de restricciones materiales durante varios años. Así, el racionamiento alimenticio se mantuvo vigente hasta 1950. Gran Bretaña, país de tradicional economía basada en el sistema de intercambios comerciales, veía en el verano de 1945 disminuida su flota mercante en más de una cuarta parte de sus efectivos integrantes en 1939. Debido a ello, junto al descenso general de la productividad, las exportaciones industriales quedaron reducidas a una cifra que no superaba niveles situados en el 2 por 100 de la existente antes de la guerra. De forma paralela, la deuda exterior contraída con motivo de las necesidades bélicas -y establecida sobre todo con Estados Unidos- ascendía a un total superior a los 3.500 millones de libras, mientras que las reservas de divisas se reducían a poco más de una octava parte de esta cantidad. Los artículos de importación no podían ser comercializados debido a los altos costes que su introducción suponía.

Al mismo tiempo, y centrando la penuria general de la situación en todos los órdenes materiales, el bajo nivel de alimentación -que no superaba grados mínimos de calorías- incidía de forma especialmente negativa sobre los sectores sociales más necesitados de nutrición. La Gran Bretaña vencedora en la guerra se enfrentaba en el año 1945 a una situación verdaderamente límite, viéndose obligada a importar trabajosamente los dos tercios del total de los alimentos necesarios para el consumo, y similar proporción de las materias primas de que precisaba para mantener su producción industrial en declive. Pero ya la victoria electoral del laborismo había introducido nuevas expectativas de cambio, que la población esperaba ilusionada como instrumentos de recuperación efectiva. Los aspectos sociales de la legislación serían los más "primados" por esta nueva política: medidas nacionalizadoras de entidades de interés general -Banco de Inglaterra, industria del carbón, transporte aéreo civil, gas y electricidad, transporte en general, servicios ferroviarios, industria siderúrgica- modificaron muy pronto el rostro del país. Sería solamente necesario el transcurso de doce meses a partir de la toma de posesión del gabinete por Clement Atlee para que gran número de leyes de fundamental importancia fuesen aprobadas por el Parlamento británico. Pero los elementos condicionantes de la situación en sentido negativo manifestaban de forma muy activa su potencia.

La población sufría de forma directa los efectos de esta situación, tanto en el ya mencionado aspecto alimentario como en los referentes a la vivienda, los combustibles y los demás de cotidiano interés para el ciudadano. Sin embargo, el socialismo británico sería capaz de emprender una senda que haría posible la real transformación del país. Contrariamente a la situación de la mayor parte del continente europeo, en Gran Bretaña no se plantea el rompimiento con las estructuras vigentes. Esta estabilidad ayudó a las tareas de reconstrucción, ya que unificó los esfuerzos dedicados a la misma y evitó el despilfarro de fuerzas que en la Francia o la Italia del momento estaban dirigidas al cuestionamiento del sistema político. En las Islas Británicas se implantaba así el denominado Welfare State -Estado benefactor-, preocupado en primer término por asistir a las necesidades manifestadas por los niveles menos favorecidos de la sociedad. La nacionalización de los servicios de interés público más arriba mencionados era complemento de la socialización de otros ámbitos de directa referencia humana, como la medicina y la cobertura de los supuestos negativos presentados por situaciones en las que la persona se hallase en situación perjudicial para su vida o intereses. En esta línea, la decisión laborista implantará en Gran Bretaña la protección legal de los casos de desempleo, enfermedad, jubilación, maternidad, fallecimiento y viudedad, entre otros.

Es preciso anotar que los gabinetes conservadores que se sucedieron en el Gobierno a partir del año 1951 respetaron la mayor parte de esta legislación. Pero en el año 1945, Gran Bretaña debe verse obligada a poner a la venta la tercera parte de sus activos situados en el extranjero, con la finalidad de pagar las importaciones de los materiales que precisa para su subsistencia. Mientras tanto, el Gobierno había negociado un nuevo préstamo con Estados Unidos; ascendía a la cifra de 1.100 millones de libras, que Gran Bretaña debería devolver una vez hubiese alcanzado su economía niveles suficientes de recuperación. Los planes de UNRRA, en primer lugar, y el denominado Marshall, más adelante, servirían al mantenimiento de unos niveles mínimos de actividad productiva, más que como principales impulsores de las actividades reconstructoras. La recuperación material del Reino Unido tras la guerra, ardua de cumplimiento y prolongada durante años, estableció nuevas formas de convivencia de las diversas agrupaciones étnicas que se hallaban en su territorio metropolitano. El panorama presentado por el Imperio británico en el año 1945 permitirá, asimismo, a los gobernantes de Londres el ejercicio del más abierto e inteligente pragmatismo. India, considerada como la más preciada posesión imperial de la Corona, había manifestado intenciones emancipadoras a lo largo de los últimos decenios, deseos incrementados al calor de la situación impuesta por la guerra.

La metrópoli debía enfrentarse a esta cuestión, y resolvería de la mejor forma posible para todas las partes interesadas. Las ideas de resistencia pasiva preconizadas por el Mahatma Gandhi se veían crecientemente sustituidas por la aplicación de la violencia directa en contra de la dominación colonial. El Gobierno de Londres, acorde con las promesas emitidas durante el conflicto, dio los pasos necesarios para la formación de una asamblea constituyente y en 1947 la Unión India, de la que se había desgajado su fracción de población musulmana, penetró en el ámbito de la independencia. La Commonwealth, nacida en 1919 como respuesta a las necesidades de autonomía presentadas por los espacios integrantes del conjunto imperial, se convirtió a partir de la Segunda Guerra Mundial en una voluntad de asociación de Estados soberanos. Gran Bretaña, mediante este mecanismo, podía conservar gran parte de sus intereses en los mismos, evitando tensiones y rupturas que únicamente actuarían en detrimento de todos.

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