Roy Lichtenstein, el comic para gigantes

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Datos principales


Rango

XX22

Desarrollo


Ya a finales de los años cincuenta, Lichtenstein hacía cuadros de expresionismo abstracto en los que incluía personajes de Disney como Mickey, Donald o Buggs Bunny. Poco después, a comienzos de los sesenta, conoció a Allan Kaprow y, a través de él, entró en contacto con el grupo de happenings formado por Oldenburg, Dine y Segal. A partir de entonces hizo sus primeras pinturas pop con personajes de comic y de envoltorios de chicle. En sus cuadros, como este Whaam! (1963, Londres, Tate Gallery), Lichtenstein utiliza de manera sistemática la trama tipográfica de la imprenta como base -como estilo- y las tiras de cómic como motivo iconográfico. "Los acepto -dice el pintor- como cosas que están ahí, en el mundo... Los signos y las tiras de comic son interesantes como tema. Hay algunas cosas en el arte comercial que son útiles, están llenas de fuerza y de vitalidad".Su interés por el comic viene del contraste entre la fuerza emocional de los temas que tratan -el amor, el odio, la guerra...- y la técnica distanciada, fría, estándar e impersonal. Lo mismo hace él en sus pinturas: temas emotivos presentados de un modo frío y formalista, simplificando al máximo el color y la forma, dando la misma importancia a las cualidades abstractas y decorativas de la pintura, sin que, aparentemente, se pueda detectar la personalidad del artista.Aparentemente sólo, porque Lichtenstein no quiere reproducir -de hecho, cuando se ven los dibujos que le han servido de base las diferencias son de bulto- sino recomponer y, si bien todas sus operaciones están destinadas a conseguir el efecto de un proceso industrial, él, lejos de trabajar de una manera mecánica -como algunos críticos le reprocharon, y como se piensa habitualmente-, es un pintor en el sentido más tradicional de la palabra.

Un pintor al que le gusta hacer sus propias pinturas y además quiere que sean obras de arte. A partir de un dibujo dado, de un cómic, hace un boceto con las formas básicas y los colores, lo traslada con un proyector sobre un lienzo de gran tamaño y, una vez allí, utilizando las tintas de la imprenta -la cuatricromía de amarillo, rojo, azul y negro sobre blanco-, hace primero los puntos, después las zonas de color y, por último, los contornos, con un ayudante, como hacían los clásicos.El interés por las imágenes banales reproducidas ha llevado a Lichtenstein hacia los pintores -y sus obras- convertidas también en objetos de consumo: Picasso, Cézanne y los movimientos de vanguardia. No parece equivocarse cuando escribe: "Picasso es de alguna manera un objeto popular: uno tiene la impresión de que debe haber una reproducción de Picasso en cada hogar". Un problema que preocupa también a la figuración narrativa francesa (Adami, Aillaud...) y a algunos artistas españoles como Arroyo o el Equipo Crónica.

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