Camarero del embajador

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Elyesa Bazná logró empleo en casa del primer secretario, Busk y allí comenzó inmediatamente a husmear la correspondencia y los papeles que el británico se llevaba a casa. Los documentos tenían gran interés, pero Bazna comprendió pronto que no sería en la casa de Busk donde él haría su gran carrera de espía. Tenía que llegar a la casa del embajador. La fortuna le ayudó. Por aquellos días, el embajador Sir Hughe Knatchbull-Hugessen estaba buscando un camarero y Bazna resolvió hacerse con la plaza. Por medio de una niñera, de la que estaba medio enamorado -a pesar de estar casado-, logró interesar a la Sra. Busk y el primer secretario le presentó al embajador, quien resolvió admitirle. Desde ese momento, Bazna sería el criado que viviría más cerca de Sir Hughe. Para entonces, el criado se había dado cuenta de la importancia de la embajada británica. Turquía estaba entre dos polos: Londres y Berlín. El Gobierno turco prefería la solución británica, ya que en 1943 comenzaba a presagiarse la derrota del Eje y, sobre todo, porque si el III Reich era derrotado Turquía tendría problemas con la URSS, incluso aunque no hubiera participado en la contienda. La intervención a favor de los aliados aseguraba a Turquía la victoria final y el respeto soviético, pero era seguro que las tropas alemanas, estacionadas en Grecia, Rumania y Yugoslavia harían pedazos al Ejército turco. Deduciendo este panorama de los documentos fotografiados, Bazna se sentía centro de la sorda lucha que se desarrollaba en Ankara y se engañaba a sí mismo diciéndose que era su deber como patriota estar al tanto en las intrigas políticas de los beligerantes.

La época pasada en casa del primer secretario le sirvió para ponerse al día en la diplomacia subterránea y para entrenarse en el oficio de espía, cerrajero, fotógrafo y actor. Elyesa Bazna dejaría pronto de ser un oscuro kavass. A los pocos días de haber entrado al servicio del embajador, Bazna decidió poner en práctica sus secretos y ambiciosos proyectos. Se presentó en la embajada alemana a Herr Henke, su antiguo señor, y le ofreció las películas a cambio de 20.000 libras esterlinas; las fotografías ofrecidas en aquella ocasión por Bazna se referían sólo a los documentos fotografiados en casa del primer secretario. Henke puso a Bazna en contacto con un agente de las SS, Moyzisk, quien, tras consultar a Berlín, logró el dinero exigido por el criado, a quien conocía por un nombre falso, Pierre, ya que ni a Bazna le convenía dar su nombre ni a Henke demostrar que le conocía. En el segundo encuentro entre Bazna y Moyzisk, el alemán entregó las 20.000 libras, película y una cámara Leica nueva al turco, quien ofreció más fotografías... Las entregas a los alemanes comenzaron a ser periódicas y sorprendentes. Berlín seguía pagando, pese a que no quisiera creerse toda la información que llegaba a su manos. "Mientras tanto, mi atrevimiento aumentaba de día en día. La fotografía de documentos secretos en la embajada británica se convirtió en una especie de droga que necesitaba para poder retirarse a dormir en calma. Jugaba con el peligro y, por un tiempo, consideré imposible que lograran capturarme... Fotografiaba cuanto caía en mis manos, que era mucho y cada día odiaba más a los ingleses por querernos meter en la guerra".

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