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En 1943 los Aliados parecen haber tomado ya claramente la iniciativa, tras las derrotas japonesas en Oriente, las alemanas en la URSS, y tras la definitiva caída de Italia. Sin embargo, Alemania disponía aún de las suficientes reservas como para conservar una gran parte de lo conquistado y proseguir la guerra en Europa en dos frentes, el del Este y el de Italia. Los Aliados habían barajado la posibilidad de abrir un segundo frente en Europa occidental, para coger a Alemania entre dos fuegos, para aliviar la presión sobre los soviéticos y penetrar en el continente "(...) para emprender seguidamente operaciones contra el corazón de Alemania", como se dirá en la Conferencia de Teherán y adelantar el fin de la ya demasiado larga guerra. Stalin había pedido un segundo frente en Occidente desde la invasión de la URSS por Alemania en 1941; y los historiadores soviéticos sostienen, no sin alguna razón, que el, frente se podía haber abierto ya por lo menos desde 1942 y, sin duda, desde 1943. El desinterés anglo-norteamericano por este frente se interpretaba en la URSS como premeditada demora para desgastar a los ejércitos soviéticos. Parece cierto que Estados Unidos no quería, en 1941 o 1942, la total derrota de Alemania, como no la quería Churchill, temeroso de que el orden europeo (léase el predominio de gobiernos derechistas) se viese alterado una vez finalizada la guerra (1) Sólo en la Conferencia de Casablanca (enero de 1943) se habló claramente del asalto a la Festung Europa (la Fortaleza Europa) de los alemanes y se exigió la rendición incondicional de Japón, Italia y Alemania; se creó además un Estado Mayor conjunto anglo-norteamericano para la preparación minuciosa de una operación tan arriesgada.

Esta fue perfilada en la Conferencia de Washington de mayo de 1943 y luego en la de Québec (agosto 1943). En la Conferencia de Teherán de noviembre del mismo año se reunían por primera vez Roosevelt, Stalin y Churchill. Sería la más importante de toda la guerra pues determinaría la dirección estratégica que conduciría a su victoria. Entre las diferentes e importantes medidas tomadas se halla la del comienzo de la Operación Overlord es decir, del asalto a Europa, fijado para mayo de 1944, simultaneada con una ofensiva soviética en el este para impedir el traslado de tropas alemanas al oeste. El desembarco se efectuaría en las costas del norte de Francia; como complemento, se efectuaría otro desembarco en la costa sur, en Provenza, de acuerdo con un plan norteamericano, y en contra del criterio británico, (2) lo que constituyó un éxito político para Estados Unidos -que ya era el poder decisorio real en la conducta de la guerra-. Desde este momento, activa pero ordenadamente, los Aliados occidentales se dedicarán a preparar el desembarco en la Fortaleza Europea. ¿Y los alemanes? Estos ya sabían, desde 1943, que los aliados iban a crear un segundo frente en Europa occidental, sobre todo tras la invasión de Italia. El sentimiento secular de cerco (Einkreisung) y el victimismo tradicional alemán, desarrollado, y exacerbado, por los nacional-socialistas, comienza en 1943 a obsesionarlos de nuevo, y ahora no sin razón.

El verano de 1942 representó la culminación del poderío alemán, y esto lo constataban los militares, cuyo malestar comienza a tomar cuerpo, pero aún difusamente. Todavía el Ejército sigue sumiso a Hitler y acepta sin grandes reservas su dirección de la guerra que, por otro lado, éste impone, en términos generales, sin demasiadas posibilidades de modificación, en particular cuando a los militares se mezclan los objetivos políticos, muchas veces prioritarios para el dictador alemán. Todo esto explica que desde octubre de 1942 -como dirá el jefe del Estado Mayor, Halder- no se hubiera presentado a Hitler ningún proyecto a gran escala, porque habría llevado a conclusiones que Hitler no habría aceptado sobre la situación real. A fines de 1942 y comienzos de 1943 no son pocos los generales alemanes que ven la victoria cada vez más lejos, y que muestran bastante claramente su desacuerdo con la política militar de Hitler: Brauchitsch, Beck, Halder, Paulus, Rommel, quizá Rundstedt, y otros, que estimaban que Hitler empleaba mal a los ejércitos. Algunos generales, que se habían unido al carro del nazismo por nacionalismos o por oportunismos, pero no por ideología, piensan en alejarse del régimen. Ahora comienzan a producirse actos de resistencia pasiva soterrada e intentos de modificar por su cuenta y riesgo algunas de las directrices de guerra.

Son ya varios los que desean un armisticio o una paz separada. Y algunos no descartarían un atentado, sobre todo realizado por otros -como ocurrirá-. Con este bagaje moral no es de extrañar el tono disminuido con el que de ahora en adelante van a combatir los militares alemanes. (3) Con todo, el propio Hitler comenzará a entrever lejanamente las dificultades, en particular a partir del fracaso de List en el Cáucaso y sobre todo después de Stalingrado (comienzos de 1943), y esta visión, empeorada, la comienza a compartir también los incondicionales de Hitler, como Warlimont y otros. Es cierto, sin embargo, que el poderío militar e industrial alemán era grande todavía, pero ya no el que fue, como tampoco lo era la moral de la tropa. La ya constatable pero relativa (sólo relativa, como se verá) desgana alemana será la tónica en muchos momentos de la campaña de Francia, como comprobarán los propios aliados. (4)

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