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Ilustra3

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Lodoli, aunque nunca publicó nada, ejerció una notable influencia teórica en la arquitectura de la segunda mitad del siglo XVIII. Este extraño personaje franciscano y filósofo, frecuentaba las tertulias y salones de la aristocracia veneciana y él mismo había empezado a formar un curioso museo en el que figuraban muchos objetos medievales y pinturas de los primitivos, hecho bastante extraño en esas fechas, pero su aportación más importante fue la teorización de un racionalismo funcionalista como principio conceptual de la arquitectura. Un principio que fue resumido por sus discípulos, entre los que se encontraban F. Algarotti y A. Memmo, que fueron quienes en realidad divulgaron sus ideas por Europa, en los siguientes términos: "Debemos unir construcción y razón, función y representación".La relación de correspondencia entre la función de cada elemento arquitectónico y su ornamentación era, por otro lado, un conocido principio vitruviano que encontraba su origen en el proceso de petrificación de la primitiva arquitectura en madera. De tal forma que todos los detalles ornamentales de los órdenes de arquitectura habrían cumplido una función constructiva previa en la arquitectura en madera. Pero Lodoli iba más allá de ese principio clasicista de la arquitectura, negando precisamente la pertinencia de semejantes transposiciones y afirmando que cada ornamento debía obedecer a las características del material con que está hecho. Esto significaba, entre otras cosas, abrir la puerta a un posible lenguaje arquitectónico completamente diferente del de la tradición clásica y no entendiéndolo como una simple oportunidad de variar los ornamentos, sino atendiendo a problemas estrictamente funcionales y constructivos.

El racionalismo funcionalista de Lodoli sería interpretado de manera diferente por sus discípulos. De este modo, F. Algarotti, ironizando sobre la austeridad radical de las propuestas del maestro, prefería marginar las nuevas teorías al ámbito de la construcción y de la estética de los edificios. En todo caso, valoraba la crítica al desorden ornamental y a los excesos decorativos como una aportación básica a su idea clasicista y palladiana de la arquitectura. Muy diferente fue la postura adoptada por el otro de sus discípulos más significados, A. Memmo, que llegó a escribir un tratado con el título de "Elementi dell'Architettura Lodoliana", publicada en Roma, en 1786, en el que criticaba la interpretación de Algarotti e incluso insinuaba la posibilidad de un plagio, por parte de Laugier, de las ideas de Lodoli, aunque existen enormes diferencias entre sus posturas. Lo que sí parece unirles es una común defensa del racionalismo arquitectónico entendido también como una excusa intelectual para participar en el proyecto social reformador de la Ilustración. La arquitectura y la ciudad eran un campo apropiado en el que anticipar reformas necesarias también en el ámbito cívico. Se inauguraba así una de las grandes utopías del arte moderno. No por casualidad se ha insistido en la relación simbólica existente entre, por ejemplo, Laugier y Le Corbusier.Las ideas de Lodoli, como las de Laugier, inquietaban la práctica habitual de los arquitectos.

El racionalismo arquitectónico era una forma de vanguardia artística capaz de alterar incluso la cómoda renovación basada en la Antigüedad. Cuenta Memmo que Lodoli criticó el tono conservador, atento a la autoridad de la tradición, de una obra del arquitecto Giorgio Massari, la iglesia veneciana de Santa María del Rosario (1734). Massari le reprochó sus comentarios, señalando que como no era un profesional de la arquitectura no podría nunca entrar en "el espíritu de la arquitectura", ni comprender que para conseguir una reputación un arquitecto no podía atenerse al rigorismo de la ciencia, sino imitar los mejores modelos, ya que de otro modo, los comitentes de las obras hubieran elegido cualquier proyecto basado en las reglas de Palladio o Vignola. Y se trata de un problema fundamental de la cultura artística y arquitectónica del siglo XVIII, basta recordar la polémica contemporánea entre arquitectos e ingenieros militares. Estos últimos consideraban a los arquitectos y a la arquitectura como depositarios de una disciplina sometida a la autoridad de la tradición, en la que no era concebible el progreso histórico, pendiente de reglas y normas cuya única razón residía en la capacidad representativa y figurativa de los lenguajes, mientras que los ingenieros consideraban que su disciplina, su idea de la arquitectura y de la construcción sí era una disciplina que progresaba con la ciencia y con la historia, pendientes no sólo de las fortificaciones, sino de los caminos, de los canales, de los puertos, de las obras de infraestructura, de la ordenación del territorio o del trazado de las ciudades (como, por ejemplo, en la reconstrucción de Lisboa después del terremoto de 1755), no entendidas en el sentido naturalista de Laugier o del pintoresquismo, sino como objetos funcionales. La primera formulación de estas teorías es el objeto del tratado del ingeniero francés Bernard Forest de Bélidor, "La Science des ingenieurs", publicado, en París, en 1729.Sin embargo, la polémica entre Lodoli y Massari pone en evidencia, espléndidamente, las contradicciones de la cultura artística del siglo XVIII, incluso en un centro de difusión internacional de las más importantes novedades figurativas y teóricas como la Roma de los años centrales del siglo XVIII.

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