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Barroco20

Desarrollo


En Perú, la polémica entre una pintura culta y otra caracterizada por el desarrollo de unos planteamientos propios se inclina, desde finales del siglo XVII, a favor de estos últimos. Lo cual no quiere decir que se rompa toda vinculación con las formas y modelos europeos, sino que en la pintura irrumpen una serie de elementos plásticos con un valor radicalmente distinto. Así puede observarse en la pintura del indio Diego Quispe Tito, pintor que maneja grabados y conoce obras flamencas y españolas pero en cuya pintura aparecen los rasgos de una maniera que anticipa la pintura cuzqueña posterior como en la serie del Zodiaco (1681) de la catedral de Cuzco. Tanto Quispe Tito como otro pintor indio, Basilio Santa Cruz Pumacallao, dejaron un importante grupo de seguidores en cuya obra se acentúan estos rasgos locales. En relación con ellos hay que poner los cuadros del Corpus, pintados hacia 1680, y que constituyen una síntesis entre la imagen religiosa, la representación y el relato de la vida de la época y el escenario de la ciudad para la fiesta. A este respecto, como han notado Mesa y Gisbert, el desarrollo de la pintura cuzqueña del siglo XVII, desde Quispe Tito hasta la procesión del Corpus, señala todo un ciclo que partiendo del manierismo llega, a través de una interpretación local del barroco, a una pintura característica diferenciada de la europea. Esta pintura, que se ha denominado Escuela cuzqueña, suprime la perspectiva, coloca las figuras en un escenario plano, y, a su vez, éstas son aniñadas y convencionales.

Estos personajes transitan en paisajes ideales con florestas de tono azul, pobladas de grandes y abundantes pájaros. Sin embargo, la nota distintiva de la escuela es el uso del sobredorado, nota arcaica, que proviene quizá de la pintura prerrenacentista.Algunos desarrollos de la pintura hispanoamericana no cabe analizarlos tanto por sus analogías formales como por la comunidad de elementos temáticos que comportan. Es el caso de una serie de pinturas, realizadas a finales del siglo XVII y principios del XVIII, en la región del lago Titicaca y de La Paz (Bolivia), en las que domina una propensión a la descripción, la anécdota y las transposiciones literarias, como en los cuatro lienzos de las Postrimerías (1684) de la iglesia de Carabuco (La Paz, Bolivia), pintadas por José López de los Ríos, o la serie de Caquiaviri (1739) en la misma zona en la que aparecen referencias temáticas locales. En estas pinturas, aunque se hayan utilizado grabados y modelos occidentales, se produce una independencia de las normas formales europeas para desarrollar un sistema de representación cargado de matices propios. La escuela cuzqueña durante el siglo XVIII se apartó radicalmente del europeísmo patente en la pintura cortesana y culta de Lima extendiéndose también a la pintura mural con acentuado tono popular como pone de manifiesto la obra de Tadeo Escalante. El Cuzco se convirtió en una ciudad taller exportadora de pintura.El indigenismo, sin embargo, no fue un fenómeno vinculado exclusivamente a una escuela sino un planteamiento colectivo ampliamente difundido a lo largo del siglo XVIII.

La devoción popular propició este fenómeno al crear una demanda que favoreció la actividad de diferentes pintores como Leonardo Flores cuya obra alcanzó una gran difusión. La pintura de este artista es un ejemplo de cómo fuentes manieristas, barrocas, flamencas se diluyen en un nuevo lenguaje; lenguaje que está al margen de la categoría de modernidad entendida como seguimiento de las últimas tendencias, y aparece caracterizado por ello de una cierta atemporalidad derivada de haber seguido unas leyes propias y un tiempo artístico radicalmente distinto del europeo. Así lo vemos en la pintura serial de determinados temas como los ángeles, como en el grupo de Cajamarca (Bolivia) de 1680, o la inflación de representaciones de las distintas advocaciones de la Virgen que se realizan desde la segunda mitad del siglo XVII.

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