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Barroco17

Desarrollo


Muchas zonas verdes quedaron también dentro de las murallas de Lima, levantadas entre 1685 y 1687. Construidas sin foso, poco eficaces, respondieron éstas casi más a una cuestión de límites y de imagen urbana que a la necesidad de una gran fortaleza ante hipotéticos ataques, a pesar de que fuera el peligro de un futuro ataque portugués el que decidió su construcción. En cambio Cuzco sí era y había sido desde la época prehispánica una ciudad fuerte, y fortificada -con la famosa fortaleza de Sacsahuaman- se la representa en las vistas que se grabaron en Europa de esa ciudad en los siglos XVI y XVII, vistas que la pueden aproximar a modelos ideales y casi utópicos de ciudades. Con esto se convierte en ejemplo de cómo la ciudad de los españoles se superpone a la prehispánica, a la vez que ésta se integra en el sistema cultural europeo.Con respecto a las fortificaciones de las ciudades en América -al margen de los puertos- cabe recordar que la imagen urbana de una ciudad con murallas, que era la tradicional en el Occidente cristiano, rara vez se dio. Las murallas proyectadas para Trujillo parecen casi una cuestión figurativa que aproxima la forma de la ciudad a la perfección del círculo pues, además, resultaban ajenas al trazado de la ciudad (y por tanto nada operativas) al no coincidir las calles ni con las puertas ni con los baluartes de la nueva fortificación. También estuvo amurallada la ciudad de Mérida, en Yucatán, a mediados del siglo XVII y, a finales de ese siglo, se hizo en ella la ciudadela de San Benito, con cinco baluartes, que fue destruida en el siglo XIX.

Esta ciudadela estuvo en alto y absorbió en su construcción al convento de San Francisco que, a su vez, se asentaba sobre restos de pirámides mayas. Todo un ejemplo de superposición que es una nueva llamada de atención sobre el carácter simbólico representativo que muchas veces adquirieron determinados edificios y espacios de la ciudad en Hispanoamérica.En ese sentido, y con respecto al tema de la fortificación, lo que sí existió y constituye una singularidad importante en la historia del urbanismo es la concepción de la ciudad como fortaleza, tuviera o no tuviera muros para la defensa. Es algo que además nos remite de nuevo al tema de la plaza como corazón de la ciudad. En el siglo XVI se había concebido la plaza de la ciudad de México como una fortaleza, con la catedral y con torres de vigilancia en las entradas a la plaza, en un proyecto mandado al Consejo de Indias por el arzobispo Montúfar. Siguiendo con la misma idea, en 1560 se hizo otro proyecto para convertir uno de los canales que pasaban por esa plaza en un foso defensivo con puentes levadizos, y, cuando en 1611 fue investido como virrey fray García Guerra, el arco triunfal de acceso a la catedral simulaba la puerta de una fortaleza. Todavía en un sermón de 1656, el predicador se refería a la catedral de México como "defensa, baluarte y presidio".También en Lima, antes de que se construyeran las murallas, la plaza se convirtió en una especie de ciudadela sin muros, tal como aparece en un plano de 1626.

En él se representa la ubicación de las piezas de artillería que -situadas la mayoría en las fuertes fábricas de los conventos- podían defender el centro de la ciudad (la plaza con la catedral, el cabildo y el palacio) de un posible ataque. En algunas ciudades chilenas sí se llegaron a construir muros para proteger tan sólo algunas manzanas del centro de la ciudad ante las rebeliones de los indios araucanos y, cuando casi a fines del siglo XVIII se dio, la traza para la villa de La Carlota, en Argentina, un fuerte de cuatro baluartes presidía la plaza principal, en la que estaban también el cabildo y la capilla.Si de la defensa pasamos a la religión -la ciudad como fortaleza y como templo-, la sacralización del espacio urbano mediante imágenes religiosas en pequeñas capillas en las calles, que fue costumbre muy hispana con magníficos ejemplos en Andalucía, también se dio por ejemplo en México en el siglo XVIII. Quizá sean recuerdos de los altares que con ocasión de las fiestas religiosas convertían a toda la ciudad en un templo, pero al convertirse en imagen perpetua -como los humilladeros a la entrada de las ciudades y no efímera llevaron a la vida cotidiana de la ciudad la presencia ineludible de la religión.Habría que recordar aquí cómo en la Tenochtitlan prehispánica, a la que Cortés superpuso la república de los españoles, las dos calles que se cruzaban en el centro dividiendo en cuatro a la ciudad materializaban la concepción prehispánica de ésta como reflejo de un universo dividido en cuadrantes o rumbos, como una flor de cuatro pétalos con su centro sagrado.

Otra religión y otra cultura, como fue la de los españoles, también sacralizó la ciudad. En este aspecto, la fuente de ladrillo de Chiapa de Corzo (México), que data de los años sesenta del siglo XVI, con planta octogonal y cubierta con cúpula, ejemplifica una contaminación entre lo sagrado (la idea de baptisterio) y lo profano (las obras públicas) que logra convertir en cotidiano a lo sagrado y sacralizar lo profano.Cuando se fundó Bogotá en el siglo XVI se habían construido doce casas "por corresponder al número de los doce Apóstoles, deseando que... permaneciese todo el tiempo que la misma iglesia, que ha de ser hasta el fin del mundo" (G. Guarda). También cuando en 1768 se proyectó una ciudad en Manajay (Cuba), las doce calles que salían de la plaza -recordemos que doce puertas tenía también la Jerusalén celeste- debían llevar el nombre de los doce Apóstoles.Para finalizar, recordemos la imagen con que representó Guamán Poma de Ayala la "ciudad del cielo para los buenos pobres pecadores", con una plaza en la que el lugar que en otras vistas suele ocupar la iglesia es ocupado por la visión celestial de la Virgen con la Santísima Trinidad. En el centro de la plaza representa la fuente, "agua de vida", y en primer plano un fuerte muro con almenas. La trasposición entre Jerusalén celestial y ciudad terrenal se pone así una vez más de manifiesto.

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