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El derrumbamiento en Rumanía presagiaba otros desbarajustes y los alemanes no quisieron dejarse sorprender de nuevo. Horas después del arresto de Antonescu, Hitler citó a sus colaboradores para una reunión especial y convocó incluso al mariscal von Weichs para que analizase con él la situación creada en los Balcanes. De aquella reunión salió la orden de repliegue en Grecia antes de que Bulgaria pactara con los soviéticos y comenzase a hacer méritos ante Moscú atacando a los alemanes en la Península Helénica, cortando sus vías de comunicación con Europa central. No se equivocaban. Ante el alto el fuego ordenado por el rey rumano, los regentes búlgaros (17) enviaron a Londres una comisión para enterarse de las condiciones que les exigirían los aliados. No dio tiempo Stalin a que metieran allí las narices los angloamericanos y el 5 de septiembre precipitó la situación declarando la guerra en Bulgaria. El gobierno búlgaro hubo de pensar a prisa y no halló mejor salida que declarar la guerra a Alemania el 8 de septiembre... En esta ocasión la reacción de Hitler había sido correcta. Inmediatamente después de la reunión de madrugada sostenida con von Weichs ordenó al general Löhr, jefe del Grupo de Ejércitos E, con cuartel general en Salónica (18) que se replegase hasta la línea Corfú-Olimpo. Löhr se puso rápidamente a la tarea, pues en el horizonte se cernía la tormenta, y únicamente tropezó con el problema de la evacuación de las islas, en las que quedaron guarniciones alemanas con 20 ó 30.

000 hombres (19). Apenas se había establecido el grupo de Ejércitos E en el centro de la Península Helénica cuando Bulgaria declaró la guerra a Alemania. Hitler ordenó inmediatamente el repliegue a la línea Scutari-Skopje-Puertas de Hierro. Pero esa maniobra, que hubiera formado un frente continuo con los restos del Grupo de Ejércitos de Ucrania Sur, la impidieron los búlgaros. Mandaron éstos al combate a su V Ejército (Stantchev) con 10 flamantes divisiones adiestradas por instructores de la Wehrmacht y equipadas por las fábricas de Speer. Poco antes del verano Hitler, para tenerles contentos, les había regalado una potente división blindada, equipada con 88 carros de combate Mark IV y 50 cazacarros Ferdinand. Pese a todo, caro hubieran pagado los búlgaros su defección y ataque si muy oportunamente no hubiera cruzado el Danubio el Ejército de Tolbukhin, que con la colaboración de los partisanos de Tito se abrió camino hacia Belgrado. El plan alemán de un frente continuo que impidiera a los soviéticos el acceso a las llanuras centroeuropeas se vino abajo, pero Löhr no perdió en ningún momento ni el tiempo ni el norte y eludió el inminente cerco sacando a sus cuatro cuerpos de ejército más al oeste, hacia Serbia, para establecer finalmente su cuartel general en Zagreb. Y mientras la salida de los alemanes de Grecia promovía una guerra civil entre monárquicos y comunistas y una fricción internacional entre Londres y Sofía -que pretendía quedarse con los regalos que Hitler le diera a costa de Atenas- el Ejército Rojo no daba respiro a la Wehrmacht y Malinovsky giraba su movimiento hacia la izquierda, apuntando directamente a Hungría.

En esos momentos, otoño de 1944, Alemania había perdido la guerra. Prescindiendo de los ataques aliados y de los bombardeos sobre la población civil y las fábricas -lo que es mucho prescindir- calculaba Speer que la industria alemana quedaría paralizada en el segundo semestre de 1945 por falta del cromo turco, del níquel finlandés y del petróleo rumano y polaco... evidentemente, aquel verano de 1944 había pulverizado las pocas esperanzas de victoria que aún les quedasen a los alemanes... pero a partir de este momento comenzará a funcionar el ciego fanatismo, que llevará a los jerarcas del III Reich al suicidio personal, tras haber hecho lo imposible por destruir a su propio pueblo hasta las raíces.

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